Historia de horror

Las escaleras infinitas 

Las escaleras infinitas

Cuenta la leyenda que, si a medianoche, exactamente a las 12:04, subes hasta el doceavo piso, desapareces.

—Eso no da nada de miedo, tía. ¡Eso debe ser mentira! Ni siquiera hay doce pisos aquí, solo hay once —dijo Daniela, una chica de 16 años, con una voz cargada de escepticismo.

Marta, su tía, intentaba asustar un poco a su sobrina, pero no lo lograba. Frustrada, dejó a Daniela al darse cuenta de que eran las ocho de la noche y ese día tenía una fiesta muy importante.

—Bueno, mi sobrina querida, la próxima vez te contaré una historia más aterradora, pero hoy tengo que irme. ¡Adiós! —se despidió con una sonrisa, mientras el silencio se apoderaba de toda la habitación.

Un suspiro lleno de aburrimiento se escuchó.
—Estoy aburrida, no sé qué hacer —dijo Daniela, empezando a jugar con su teléfono.

Mandó mensajes a sus amigos contándoles la historia que le había relatado su tía. Entonces, una de sus amigas envió un mensaje que decía:

“¿Y si lo intentamos?”

Daniela, con una sonrisa, envió un emoji de fantasma en señal de burla, junto con un mensaje:

“Es mentira esa historia, solo es una tonta leyenda que me contó mi tía. No tiene nada de real.”

Pero los mensajes siguieron llegando de sus otros amigos del grupo:

“Sería divertido intentarlo.”
“Sí, hagámoslo.”
“¿O acaso tienes miedo?”

Uno tras otro, los mensajes la presionaban. Con la presión del grupo, Daniela aceptó intentarlo, pidiéndoles que fueran a su apartamento antes de las doce, ya que vivían en el mismo edificio, por lo que no habría ningún problema. Todos aceptaron y propusieron ir antes de medianoche para ver si encontraban el misterioso doceavo piso.

Mientras esperaba, Daniela empezó a escuchar música y a jugar en su teléfono. Al darse cuenta, el tiempo había pasado y sus amigos aún no llegaban. Salió a buscarlos, pero no había señal de ninguno.

Al ver que la hora ya estaba cerca, y por aburrimiento, decidió grabarse a sí misma subiendo desde el séptimo piso para intentar encontrar el doceavo. Subió por las escaleras, hablando con su teléfono.

—Ya que no llegaron, chicos, decidí hacerlo yo misma para mostrarles que esto es una tontería. No tengo miedo —dijo con voz segura.

Mientras hablaba, no se dio cuenta en qué piso iba. Con una voz cada vez más cansada, comenzó a preguntarse:
—¿En qué piso voy? Ya estoy agotada de subir escaleras...

De pronto, el sonido de su celular cayendo al piso reveló su rostro pálido: la cámara mostraba la numeración del piso. Había llegado al número 12.

Rápidamente intentó calmarse, pensando que era una broma. Intentó bajar, pero no lo lograba. El mismo pasillo se repetía una y otra vez, con los mismos cuadros ligeramente torcidos.

Desesperada, empezó a gritar mientras bajaba por las escaleras, pidiendo ayuda. Pero cada vez que llegaba a un nuevo piso, seguía estando en el piso 12.

En un descuido, tropezó y rodó escalera abajo. Con la cabeza sangrando ligeramente, se levantó despacio y miró a su alrededor. Luego se desplomó nuevamente en el suelo, con la cabeza entre las piernas, respirando con fuerza y aceleración.

—Esto es un sueño... esto no debe estar pasando... ¡esto no es real! —murmuraba con la voz quebrada.

Rápidamente tomó su celular e intentó llamar, pero no había señal. Intentó enviar mensajes, pero ninguno se enviaba. Sin saber qué hacer, se levantó otra vez. Esta vez decidió subir en lugar de bajar, pero el resultado fue el mismo: siempre llegaba al mismo piso, con el mismo pasillo y los mismos cuadros torcidos.

Los cuadros torcidos adornaban las paredes mientras Daniela, desesperada, empezó a tocar todas las puertas que había en ese piso, pero no había señales de nadie. Gritó con todas sus fuerzas hasta que su voz se quebró, pero no hubo respuesta ni señal de ayuda.

Las lágrimas comenzaban a caer, y no sabía qué hacer. Gritaba y pataleaba en el piso, sin nada más que hacer, hasta que, a lo lejos, escuchó unas voces que subían por las escaleras. Con gran energía se levantó y corrió hacia ellas.

Al mirar por las escaleras, vio de frente a sus amigos Antonio, Carolina y Julio, que subían tranquilamente. Al verla en ese estado, con sangre en la cabeza y los ojos completamente rojos, fueron hacia ella preocupados.

—¡Daniela! ¿Qué te pasó? —preguntó Carolina con verdadera preocupación—. No contestabas el teléfono, te buscamos pero no te encontramos ,así que decidimos venir y jugar el juego sin ti.

Mientras todos intentaban ayudarla, Daniela dio un grito fuerte, diciendo que estaban atrapados, con una desesperación que dejó a todos en silencio. Hasta que Antonio habló, rompiendo aquel silencio:

—¿De qué hablas? Cálmate, ya vamos a llevarte a un hospital. Te está sangrando la cabeza.

Daniela negaba con la cabeza una y otra vez, diciendo que eso no importaba.
—¿Cómo llegaron aquí? —preguntó con una voz temblorosa.

Carolina, con voz intranquila, respondió:
—Fuimos a buscarte, pero no te encontramos, así que decidimos hacer el juego nosotros mismos. Esperamos hasta la hora correcta, las 12:04, y subimos.

Al escuchar eso, Daniela negaba una y otra vez con la cabeza.
—No… está mal… La historia que les conté era completamente real… ¡pero está mal! Yo vine a las 12 en punto de la noche… y he estado atrapada por más de una hora. ¡Es imposible que solo hayan pasado cuatro minutos!

Con una mano temblorosa, Daniela señaló el número del piso en el que estaban. Todos miraron y se dieron cuenta de que estaban en el piso número 12.

Al principio pensaron que era una broma de Daniela: que la sangre era falsa, que ella había puesto ese número antes de que ellos llegaran. Pero la desesperación en su rostro comenzó a preocuparlos. Empezaron a pensar que aquello era real.

Sin más, Antonio y Julio levantaron a Daniela con cuidado.
—Ya no es hora de bromas, Daniela. Mejor vámonos —dijo Antonio, comenzando a bajar las escaleras.




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