Historia de terror argentina: Antología.

Capitulo 2: El dibujante.

Santiago se detuvo un momento, observando su creación. La figura que había trazado parecía cobrar vida ante sus ojos, como si estuviera esperando algo, algo que él mismo no sabía qué era. El aire en el taller se había vuelto denso, cargado de una tensión palpable. La figura, aunque inmóvil, parecía respiraba lentamente, como si esperara una señal.

-¿Qué estás esperando?-murmuró Santiago, sin saber si hablaba a la figura o a sí mismo.

En ese instante, algo extraño sucedió. Un suave susurro rompió el silencio, una voz que parecía surgir de las sombras mismas. Santiago sintió un escalofrío recorrer su espalda.

-No me dibujaste como yo te pedí-susurró la figura en el lienzo, su voz tan baja que era casi imperceptible.

Santiago, con la piel erizada, dio un paso atrás. Sabía que su arte tenía vida propia, pero jamás había escuchado a sus creaciones hablarle de esa manera. La figura, aunque borrosa y nebulosa, comenzó a desdibujarse, perdiendo sus contornos, como si intentara liberarse del marco de papel.

-¿Qué quieres de mí?-preguntó Santiago, su voz un susurro, casi como si temiera que la respuesta lo desbordara.

-Te he estado observando-respondió la figura, acercándose cada vez más al borde del lienzo. Sus ojos brillaban con una intensidad que parecía absorber la luz misma-Este no es solo un dibujo. Este... es tu destino. Y no has hecho más que comenzarlo-.

Santiago tragó saliva, sus manos temblorosas sujetando el carboncillo. Algo dentro de él, una voz que había guardado en lo más profundo de su ser, le decía que no debía continuar. Pero era demasiado tarde. Sabía que algo más estaba sucediendo, algo más grande que él mismo.

-¿Cómo sabes lo que soy capaz de hacer?-preguntó, su corazón acelerado. La pregunta le rondaba en la mente desde que comenzó a dibujar, pero nunca había tenido la valentía de confrontarla.

-Porque todo lo que has creado es una extensión de ti-respondió la figura, ahora al borde del lienzo, casi fuera de él-Y tú... tú dibujaste la oscuridad-.

Santiago sintió que el aire se volvía más denso, como si algo se estuviera gestando dentro de él. El río de tinta negra que había dibujado comenzaba a moverse lentamente, desbordándose de la tela y cayendo sobre el suelo de su taller. Cada gota parecía tener vida propia, como si quisiera arrastrar todo a su paso.

-¡No! ¡Detente!-gritó Santiago, tomando su lápiz con fuerza y trazando una línea decisiva sobre la figura, esperando que eso bastara para devolverla al papel. Pero la figura no desapareció. En lugar de eso, sonrió de una manera siniestra, y de su boca salió una risa suave, como un eco que llenó todo el taller.

-No puedes detenerme-dijo la figura, su voz ahora llena de una satisfacción oscura-Nunca has podido. Esta es tu creación. Esta es tu condena-.

El taller comenzó a retorcerse, como si las paredes estuvieran doblándose bajo una presión invisible. Los lienzos y los bocetos colgados en las paredes comenzaron a moverse, las sombras se alargaron y los colores en las pinturas parecían volverse más vivos, más intensos. Santiago sintió que el suelo bajo sus pies temblaba, como si el mundo entero se estuviera disolviendo.

En ese momento, una pregunta se instaló en su mente con la claridad de un rayo: ¿Qué pasa si lo que creó nunca quiso ser controlado?

El río de tinta continuó fluyendo, y el taller de Santiago, ese refugio que había sido su refugio y su cárcel al mismo tiempo, se convirtió en un escenario de su propia creación, una obra que ya no podía manejar. El dibujo estaba vivo. Y la oscuridad que había dibujado ahora lo observaba, esperando.

Cuando terminó, el reloj marcaba las tres de la madrugada. Exhausto, dejó el carboncillo sobre la mesa y retrocedió, tomando un largo respiro mientras observaba su obra. Había algo inquietante en ella, algo que no lograba identificar.

La figura en el lienzo parecía estar viva, como si respirara, como si aguardara algo. Santiago frunció el ceño y dio un paso hacia atrás. Su mente, agotada por horas de trabajo ininterrumpido, comenzó a procesar la escena. La oscuridad de la figura era tan profunda que parecía devorar la luz a su alrededor.

De repente, un susurro recorrió la habitación, suave y casi inaudible, pero suficiente para hacer que Santiago se congelara en su lugar. La sensación de ser observado lo envolvió, su piel se erizó y el sudor frío comenzó a recorrer su frente.

—Gracias por liberarme —dijo una voz tan baja que parecía venir de las sombras mismas.

Santiago dio un brinco, su corazón comenzó a latir con fuerza mientras giraba en busca del origen del sonido. La habitación estaba vacía, o al menos eso parecía. El taller, con sus paredes llenas de pinturas y bocetos inacabados, permanecía en su usual caos. Pero algo estaba mal. Algo había cambiado.

La figura en el lienzo se movió. No fue un simple movimiento; la criatura extendió una mano, como si el papel dejara de ser una barrera física y se convirtiera en algo maleable. Un estremecimiento recorrió todo el cuerpo de Santiago. El dibujo ya no era solo una imagen en una hoja, sino una presencia, algo que se desbordaba y desafiaba las leyes de la realidad.

Antes de que pudiera reaccionar, la tinta negra comenzó a derramarse por los bordes del lienzo, extendiéndose sobre el suelo del taller como un río oscuro, formando charcos que crecían a una velocidad alarmante, como si tuvieran vida propia.

—¿Quién eres? —balbuceó Santiago, su voz quebrada por el pánico. Retrocedió, con las piernas temblorosas, hasta chocar contra la pared.

La figura salió del lienzo, sus contornos etéreos y translúcidos solidificándose poco a poco. Cada paso que daba hacia él era como si estuviera arrastrando el peso de todo lo que había creado, una sombra que se materializaba con una determinación aterradora. Los ojos de la criatura, ardientes como brasas, se clavaron en los de Santiago, desbordando una intensidad que lo dejó sin aliento.




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