Carla se encontraba frente al mostrador de la farmacia, mirando la pequeña caja de pastillas con más intensidad de la que hubiera esperado. El brillo de la caja se reflejaba en sus ojos, pero algo en su interior la hacía dudar. ¿Debería tomarla?
La farmacéutica, una mujer de rostro serio pero amable, notó su indecisión y se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre el mostrador.
—No se preocupe —dijo, con una voz suave pero firme—. Este medicamento es muy común para quienes atraviesan momentos de ansiedad. He tenido varios clientes que lo han probado y han experimentado una notable mejoría. Solo una pastilla al día, y se sentirá más tranquila. No tiene efectos secundarios importantes.
Carla se sintió reconfortada por la recomendación, pero aún así no podía sacudirse la sensación de que algo no estaba bien. Llevaba semanas sintiendo cómo su mundo comenzaba a desmoronarse a su alrededor, y esa pequeña caja de pastillas parecía ser su último recurso.
—¿Está segura de que no hay ningún riesgo? —preguntó, casi en un susurro, sin poder evitar que la ansiedad se filtrara en su voz.
La farmacéutica sonrió con una expresión tranquilizadora.
—Totalmente segura. Si tiene alguna duda después de tomarla, no dude en volver. Pero le aseguro que la mayoría de las personas sienten alivio casi inmediatamente.
Carla asintió, más por el deseo de encontrar una solución que por convicción. Sacó el dinero de su cartera, pagó, y salió de la farmacia. El aire fresco de la calle no logró calmar su nerviosismo. Algo en ella estaba quebrado, pero la pastilla prometía restaurarla. Quizás... quizás fuera lo que necesitaba.
Una vez en su apartamento, Carla cerró la puerta tras de sí, dejando que el silencio la envolviera. La atmósfera en el lugar estaba densa, como si el aire mismo estuviera cargado de algo invisible, algo inquietante.
¿Estaba sola? El pensamiento se coló en su mente, sin previo aviso. Miró a su alrededor, observando las sombras que se alargaban a través de las rendijas de las cortinas. Todo parecía normal, y sin embargo, algo no estaba bien.
Respiró hondo, buscando algo de paz en su interior. La caja de pastillas estaba en la mesa de la cocina. La miraba con desesperación, como si fuera la única solución a su creciente sensación de que el mundo ya no era el mismo.
Con manos temblorosas, abrió la caja y sacó una pastilla, llevándola a su boca con un vaso de agua. La pastilla se disolvió rápidamente en su garganta, y, al principio, no sintió nada. Pero luego, lentamente, un ligero mareo comenzó a envolverla. No era desagradable, solo... extraño.
Se dirigió al baño, esperando que el efecto de la pastilla la tranquilizara, pero mientras se miraba en el espejo, una sensación de incomodidad se apoderó de ella. La imagen que tenía frente a sí parecía distorsionada, como si algo en su rostro no estuviera bien. Sus ojos, normalmente marrones, se veían más oscuros, más profundos, como si hubieran absorbido toda la luz de la habitación. El reflejo no era exactamente el suyo, pero tampoco parecía ajeno.
¿Qué estaba pasando?
De pronto, la luz del baño titiló, y un estremecimiento recorrió su columna vertebral. Se dio vuelta, pero no había nada allí. Aun así, el aire a su alrededor parecía pesado, lleno de algo... intangible.
Salió rápidamente del baño, buscando la calma, pero al mirar alrededor de su apartamento, se dio cuenta de que las sombras ya no eran lo que siempre habían sido. Cada rincón de la habitación parecía distorsionarse ligeramente, como si el lugar estuviera a punto de desvanecerse.
Las luces parpadearon una vez más, y en ese preciso instante, Carla sintió una presión en su pecho, un nudo que se apretaba con cada respiración. ¿Estaba soñando? ¿Estaba alucinando? ¿Era real?
De repente, escuchó un murmullo suave, casi imperceptible, que venía de la sala. Se acercó con cautela, temerosa de lo que podría encontrar. Las voces seguían susurrando, pero ya no eran solo murmullos; sus palabras empezaban a tomar forma.
—Carla... Carla, ¿estás ahí?
Un escalofrío recorrió su cuerpo. La voz... era su propia voz.
Se giró bruscamente, pero no había nadie. El apartamento estaba vacío, tan vacío como siempre. Y, sin embargo, la sensación de estar siendo observada se intensificaba con cada segundo.
En el pasillo, un espejo reflejaba su figura, pero no la imagen que esperaba ver. ¿Qué era eso? La figura que la miraba no era exactamente ella, aunque los rasgos eran los mismos. La expresión de la mujer frente al espejo era más... distante, vacía, como si todo lo que Carla había sido se desvaneciera lentamente.
—¿Qué me está pasando? —susurró, temblando, pero la voz que salió de su boca sonó más distante, más ajena.
Corrió hacia la ventana, esperando que el aire fresco pudiera calmar la tormenta en su mente. Pero cuando miró fuera, la ciudad ya no parecía familiar. Las calles, los edificios, todo estaba distorsionado, como si estuviera viendo una pintura que se desmoronaba. Las personas que pasaban por la calle se veían borrosas, como si fueran figuras de otro mundo, desplazándose a través de su visión.
¿Qué estaba pasando?
Cerró los ojos, tratando de aferrarse a la realidad, pero cuando los abrió nuevamente, el mundo había cambiado una vez más. Las paredes comenzaban a moverse, las sombras se alargaban de forma antinatural, y las voces que había escuchado antes se multiplicaban, rodeándola, zumbando en sus oídos.
En su mente, una sola pregunta comenzaba a tomar forma, algo que la aterraba profundamente:
¿Qué es real?
Carla no podía distinguir la realidad de la ilusión. Y cuanto más intentaba aferrarse a algo tangible, más se desmoronaba bajo sus dedos. Su respiración se hizo más agitada, el terror comenzaba a apoderarse de ella.
Miró su reflejo una vez más. Esta vez, su rostro... sonrió.
Pero no era ella quien sonreía. Era la figura que la observaba.