Los tacones retumban en el pasillo. Llego a mi destino. Cojo aire, respiro hondo un par de veces y abro la puerta. La luz tenue deja entrever a Martín Ruiz, director del proyecto, y a Pablo no me acuerdo qué más, a su lado. Con la mirada recorro la habitación y allí está, Sergio, sentado, tan guapo con su traje gris perla, el cual horas antes casi hago trizas arrancándoselo. Disimulo una risita traviesa.
- Os presento a Sofía, mi ayudante y futura colaboradora en el proyecto de restauración de obras del Museo Central - Sergio se levanta y me insta a acercarme a ellos.
- Buenos días. Gracias por vuestro apoyo y confianza. Cuando quieran procedo a explicarles el proyecto - comento con voz clara y decidida.
Después de dos largas horas de números, plazos y acuerdos, despedimos a nuestros proveedores con una próxima cita para la firma final.
Una vez solos en el despacho Sergio y yo nos fundimos en un cálido abrazo. No podemos contener la risa y la emoción.
De repente suena su móvil. Una llamada, dos, tres... Quien sea es insistente.
- No lo coges?
Sergio saca su móvil del bolsillo, lo mira, lo silencia, y lo vuelve a colocar dónde estaba.
- Ahora tengo cosas más importantes que hacer - dice con sonrisa picarona.
Acto seguido pliega las cortinas y se pelea con mi camisa.
Qué mejor manera de celebrar un trabajo bien hecho.
Editado: 02.11.2019