Historia sin final

Encantos de un hombre singular

Te había visto con tanto entusiasmo, con anhelo te llamé y te esperé. Había una magia al tenerte a mi lado, jamás imaginé cuando se fue. Tal vez huyó con tus furtivos pasos, elocuentes al caminar y erráticos al bailar, el aura mágica que rodeada tu cintura es lo que no puedo olvidar.

Te conocí en verano, cuando las flores estaban en su esplendor, sin embargo las opacaste con tu esplendido color, mirarte se volvió un habito, un vicio o una adicción. Y conocerte más era lo que ansiaba más mi corazón.

Fue un arrebato de sentimientos que me convirtió de un ser fugaz y ligero, en alguien estable y sincero. Por alguna razón esa persona fuiste tú, quien despertó en mi sentimientos de compromiso y pasión.

Aún recuerdo tu camisa roja a cuadros, esa que tenías cuando te conocí, aún recuerdo mirarte concentrado y no saber que decir. Estaba hipnotizada, tal vez atontada con una ligera atracción, curiosidad y tal vez prematuro amor.

 

Compartir contigo se volvió un habito, más que eso una norma, hacerte reír una misión, tan sólo para ver tu sonrisa que derritiera mi corazón.

No sé cuando comencé a quererte, para luego empezar a amarte, no sé en que momento me dije "Sólo aquí quiero estar", y esa promesa conmigo y contigo se grabó a fuego donde nadie la pueda borrar, ni el tiempo, ni las discusiones lo puedan alcanzar, entonces entendí, me había enamorado de ti.

Comencé a imaginar cómo sería el futuro contigo, planificaba actos de amor que te conquistaran así cómo me conquistaste tu. Estaba en las nubes... y a las estrellas me llevaste tu.

 

El miedo había desaparecido, la valentía corría por mis venas, sin estrategias y con un corazón en entrega fui a ti para decirte sin más lo que me hacías sentir.

Tal vez fue el momento menos indicado, poco planificado y muy alborotado, que no espere lo que se vino, ni tu reacción repentina, ni mi triste suspiro.

Estaba confundida, yo te amaba y pensé que tu que me querías, lloraba y suplicaba sin decir una palabra, quería volver a empezar, no quería perder una oportunidad.

El corazón testarudo no dejaba de taladrar, y el amor nunca desapareció, es más... incluso creció. Se hizo más estable y justificable, más apasionado e intensamente intranquilo. Como corcel salvaje, corriendo y evadiendo sin pensar en las probabilidades.

Y aún sigo aquí amándote y esperándote, escribiendo y pensándote, aunque la aflicción azote y la resignación asome, la primera promesa sigue en pie, intacta y parada donde todos la vean y se alboroten.




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