Título: La Infección de Buenos Aires
Capítulo 1: El Comienzo
Era una mañana común en Buenos Aires. El sol se alzaba entre nubes desgastadas y el aire olía a café y pan caliente de las panaderías. Indio Morales paseaba por las calles de San Telmo, disfrutando de la brisa suave que anunciaba un cálido día de primavera. Su vida, aunque a veces monótona en su trabajo de mensajero, era tranquila y cíclica. Sin embargo, un oscuro presagio se cernía sobre la ciudad; algo terrible estaba a punto de suceder.
La rutina de Indio consistía en recorrer las calles, entregando mensajes y pequeños paquetes a los habitantes del barrio. Esa mañana, recibió un encargo de un antiguo cliente: el Dr. Fernández, un médico que había trabajado en investigaciones sobre virus y enfermedades. Aparentemente, había descubierto algo inusual y necesitaba que Indio le llevara unos documentos valiosos.
Cuando llegó al centro médico, encontró a varios empleados con expresiones de preocupación. "Indio", lo llamó el Dr. Fernández, con una mirada intensa. “Gracias por venir. Aquí hay algo que debes saber”.
Sin embargo, antes de que pudiera explicarlo, un grito desgarrador reverberó en el pasillo. Un grupo de médicos y enfermeras se agolpó alrededor de un hombre que, visiblemente agitado, parecía estar convulsionando en el suelo. El aire se volvió denso y pesado, y una sensación de inquietud se apoderó de Indio.
"¡Llamen a seguridad!", gritó el doctor, mientras las luces del pasillo parpadeaban. Indio, paralizado por la escena, sintió un sudor helado correr por su espalda. Cuando los médicos se apresuraron hacia el enfermo, él se escapó, dejando caer los documentos.
De repente, el hombre en el suelo se levantó, pero sus movimientos eran erráticos. Sus ojos, antes llenos de vida, se habían convertido en dos abismos oscuros. Grupos de personas comenzaron a correr descontroladamente, y el caos comenzó a desatarse.
Capítulo 2: La Propagación
Fue solo cuestión de horas antes de que la noticia se propagara. En la televisión, los reporteros informaban sobre ataques inexplicables en hospitales y calles. La gente hablaba de “una especie de locura”, un virus que transformaba a las personas. Indio se encontraba en un bar de San Telmo, donde la confusión reinaba. La gente estaba asustada, e Indio sentía que su mundo estaba cayendo a pedazos.
Al regresar a su departamento, decidió encerrarse. La sensación de claustrofobia aumentaba a medida que las horas pasaban. Sabía que algo grande estaba ocurriendo. Con la televisión apagada, se sentó en su cama y se quedó mirando por la ventana, esperando alguna señal de que todo volvería a la normalidad.
Sin embargo, lo que encontró fue horripilante: se escuchaban gritos desgarradores y ruidos guturales. Se asomó con cautela y vio la escena que transformaría su vida para siempre. Un grupo de personas en la calle estaba agolpado alrededor de un hombre en el suelo. Era imposible decir qué estaba ocurriendo, ya que las luces de la calle temblaban.
“¿Qué demonios está pasando?”, murmuró Indio para sí mismo. De repente, el hombre se levantó y se lanzó hacia una mujer que trataba de escapar. Un bocado, y ella cayó al suelo, convulsionando y gritando antes de que un patrón de locura se apoderara de ella. Indio sintió que todo se venía abajo.
Capítulo 3: La Huida
Los días pasaron y la ciudad se sumió en una vorágine de caos. Indio se unió a un grupo de sobrevivientes que se habían refugiado en una iglesia. Allí, conoció a varios personajes, cada uno con historias distintas de la vida antes de la infección. La atmósfera era sombría; la desesperación y el miedo llenaban el aire.
“Hay más en este virus de lo que imaginamos”, murmuró Graciela, una bióloga que había trabajado en el mismo laboratorio que el Dr. Fernández. "Escuché que se originó en una investigación fallida. Algo escapó. Quieren encubrirlo."
Los rumores aumentaban, y la desesperación creció entre el grupo. Las personas se transformaban en criaturas sin control, actuaban por instinto y atacaban todo lo que se movía. Indio supo que no podían quedarse allí por mucho tiempo, y una noche decidió que debían buscar refugio en otro lugar.
“Debemos ir al sur, al campo. La ciudad está en ruinas”, sugirió él, mientras miraban a las almas perdidas de Buenos Aires a través de la ventana de la iglesia.
Graciela y los demás asintieron en un silencio pesado. Ya no había más tiempo; el día de la partida llegó. En la penumbra de la noche, el grupo hizo sus preparativos: lo poco que les quedaba, agua, comida y una antorcha.
**Capítulo 4: Adentrándose en el Horror**
Avanzar por las calles desiertas era observar el rostro del horror. Desde el instante en que cruzaron las puertas de la iglesia, supieron que cada esquina podía significar la muerte. La tensión crecía con cada paso, y los ecos de los gritos de aquellos infectados llenaban sus mentes. En una esquina, se encontraron con un grupo de zombies que devoraban a un hombre. El grupo se congeló, hipnotizado por la escena.
“¡No! ¡Rápido!”, gritó Graciela, rompiendo la quietud. Indio sintió la adrenalina bullir en su interior. Se apresuraron hacia el sur, cada uno con un roce de esperanza, pero la realidad era cruel. Cada momento se convertía en un dilema: ¿ayudar a los demás o salvarse a sí mismos?
Mientras avanzaban, Indio se sintió responsable por aquellos que lo acompañaban. La confianza que mostraron en él lo hizo aún más decidido. De repente, sentido un temblor bajo sus pies.
Un zombie irrumpió entre los callejones, y el grupo giró para enfrentarlo. Con un grito ensordecedor, el ser se lanzó hacia ellos, y el caos se desató. Indio, con la vitalidad del miedo corriendo por sus venas, tomó una tubería de metal que había encontrado en el camino y golpeó al monstruo con toda su fuerza, logrando tumbarlo al suelo. Pero eso atrajo la atención de más infectados.
“¡Vámonos! ¡Sigue adelante!”, gritó mientras los demás corrían, Indio liderando el escape. La noche era su única aliada y la luna los observaba desde lejos.