**Título: La Llorona de la Noche Sin Fin**
Era una noche de verano, y el aire estaba impregnado de humedad y el canto lejano de los grillos. La luna llena iluminaba un pequeño pueblo argentino donde el silencio caía como un manto sobre las calles desiertas. Aquella noche, Germán, un joven del pueblo, decidió salir a dar un paseo bajo el brillo de las estrellas, sin saber que se adentraría en el misterio de la leyenda más temida de la región: la Llorona.
La historia de la Llorona había sido contada de generación en generación, y todos los habitantes del pueblo conocían el relato. Se decía que una mujer, enloquecida por el dolor de haber perdido a sus hijos en un trágico accidente, vagaba por las orillas del río, lamentándose y gritando en su desesperación. Su llanto resonaba por los caminos y se decía que aquellos que la escuchaban nunca volvían a ser los mismos.
Germán, audaz y escéptico de las viejas historias, tomó una linterna y caminó hacia el río. A medida que se acercaba, sintió un escalofrío recorrer su espalda. La noche estaba tranquila, pero había algo en el aire que lo inquietaba. Los árboles se movían suavemente con el viento, y las sombras parecían proyectar figuras danzantes.
Al llegar a la orilla, se sentó en una roca y encendió su linterna. El agua brillaba como un manto de plata, pero pronto, el silencio se rompió. Un lamento suave flotó hacia él desde la distancia, como un canto lejano que le heló la sangre. Germán se puso de pie, el corazón latiéndole con fuerza. “Es solo el viento”, se dijo a sí mismo, tratando de convencerse.
Pero el lamento se intensificó, llenando el aire con una tristeza profunda y desgarradora. “¡Mis hijos!”, la voz era un eco de dolor que reverberaba en su pecho. Germán sintió como si algo lo empujara. Temblando, se adentró en la oscuridad hacia la fuente del llanto.
Mientras corría, sus pasos resonaban en la soledad del bosque. Finalmente, llegó a un claro donde la luz de la luna iluminaba el lugar. Ahí, entre las sombras, vio una figura. Era una mujer de cabello largo y oscuro, en vestido blanco empapado, que se mecía de un lado a otro, con las manos extendidas hacia el suelo. Su rostro estaba oculto, pero el dolor en su voz era inconfundible.
“¡Mis preciosos niños!” clamó la mujer, y su llanto resonó como una tormenta. La intensidad de su dolor llenaba el aire, y Germán sintió que su cuerpo se paralizaba. Aquel grito desgarrador lo atravesó; en sus ojos, vio reflejada la pérdida y la locura de una madre.
Sin poder evitarlo, Germán dio un paso hacia adelante. “¿Qué te ha pasado?”, preguntó, intentando acercarse. Pero la mujer lo miró con un rostro marcado por la tragedia. Sus ojos eran pozos oscuros, llenos de tristeza infinita.
“Mis hijos, los perdí en el río”, dijo con la voz entrecortada. “No puedo descansar, los busco cada noche”. Germán, atrapado por su dolor, sintió que su propio corazón se desgarraba. “¿Cómo puedo ayudarte?”, preguntó.
“Regresa a la orilla y grita sus nombres”, suplicó la Llorona. “Ellos me escucharán y encontraré la paz”.
Sin pensarlo dos veces, Germán regresó al río y gritó los nombres de los hijos, el eco resonando en la oscuridad. Al principio, no hubo respuesta. Pero cuando el viento sopló con fuerza, escuchó un murmullo en el agua, un suave arrullo que parecía llamarlo.
Entonces, de repente, el llanto de la mujer se tornó en un lamento sutil. Germán, aún temblando, se dio vuelta para mirar. Los ojos de la Llorona estaban llenos de esperanza ahora. “Mis pequeños están volviendo”, susurró, mientras su figura comenzaba a desvanecerse lentamente en la niebla de la noche.
Los lamentos fueron disminuyendo, y él solo pudo mirar, paralizado. Aquel encuentro marcó su vida de una manera que jamás podría haber imaginado. Cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde. La luz de la luna iluminaba su rostro, lleno de comprensión y compasión. La figura desapareció en la oscuridad, llevándose su dolor, convirtiéndose en un eco en el viento.
En los días siguientes, Germán se encargó de contar la historia de la Llorona a todos en el pueblo, recordando su tristeza y su amor. La leyenda vivió en sus corazones, y a partir de entonces, el llanto de la madre nunca más se sintió como una sombra aplastante, sino como un recordatorio del amor eterno que trasciende en la pena. Cada vez que oían un lamento, recordaban que detrás de cada historia de terror, hay una humanidad que merece ser escuchada.