1. El niño de la Iglesia en Córdoba
En un pequeño pueblo de las Sierras de Córdoba, se encuentra una antigua iglesia abandonada que data del siglo XIX. Mi nombre es Joaquín, y un grupo de amigos y yo decidimos explorarla una noche, atraídos por las historias locales que hablaban de un niño que solía jugar en el campanario antes de desaparecer misteriosamente.
Esa noche, con linternas en mano, entramos en el edificio ruinoso. El aire dentro estaba cargado de humedad y olía a moho. Mientras caminábamos por el pasillo central, notamos pequeñas pisadas de barro en el suelo, como si alguien hubiera pasado recientemente. Sin embargo, no había signos de vida a nuestro alrededor. Nos adentramos más, hasta llegar al campanario, donde las leyendas decían que el niño solía estar.
De repente, escuchamos el sonido de una pelota rebotando. Nos miramos, incrédulos. Un niño apareció al final del pasillo, con una pelota en la mano. Su rostro estaba pálido, y sus ojos oscuros y vacíos nos atravesaban. Quedó allí, quieto, mirándonos. Mi linterna comenzó a parpadear, y el frío en el aire se volvió insoportable.
De pronto, el niño sonrió de una manera antinatural, mostrando dientes que no deberían estar allí, y antes de que pudiéramos reaccionar, comenzó a correr hacia nosotros. Gritamos y salimos corriendo, pero nunca más volvimos a la iglesia. Dicen que quien se encuentra con el niño nunca vuelve a ser el mismo, y en nuestros sueños, aún lo vemos jugando con su pelota.
2. El pacto en el monte santiagueño
En Santiago del Estero, hay historias sobre brujos que hacen pactos con demonios en los montes, a cambio de poder y riqueza. Mi nombre es Mario, y crecí escuchando esas leyendas, pero nunca las tomé en serio, hasta una noche que cambió mi vida.
Mi amigo y yo decidimos acampar en un monte cercano, en busca de algo de aventura. El lugar estaba desierto, solo el sonido de los grillos y el viento entre los árboles nos acompañaban. Al caer la noche, vimos una fogata a lo lejos. Pensando que era otro grupo de campistas, nos acercamos.
Cuando llegamos, nos escondimos detrás de unos arbustos. Frente a la fogata había un hombre vestido con una capa negra, recitando palabras en un idioma que no reconocíamos. De repente, algo se materializó en el círculo de fuego. Era una figura oscura, con cuernos y ojos brillantes, más altos de lo que cualquier humano podría ser. Mi corazón se detuvo en ese momento.
El hombre comenzó a ofrecerle algo a la criatura, palabras que no alcanzamos a escuchar, y la figura oscura extendió su mano hacia él. En ese instante, una fuerza invisible nos tiró al suelo. Sentí como si me estuvieran aplastando, y cuando miré a mi amigo, sus ojos estaban llenos de terror. Logramos levantarnos y correr, sin mirar atrás. No sé qué pacto hizo ese brujo, pero desde esa noche, siento que algo oscuro nos sigue.
3. El espíritu de la ruta en la Patagonia
Mi nombre es Laura, y trabajaba como enfermera en una clínica en la ciudad de Bariloche. Había escuchado sobre la famosa Ruta Nacional 40 y las historias de fantasmas que circulaban entre los camioneros. Una noche, después de un turno largo, decidí tomar un atajo por la ruta desierta para llegar más rápido a casa.
A unos kilómetros de haber empezado el trayecto, noté a una mujer parada al costado del camino, haciendo señas para que me detuviera. No parecía un alma perdida, y su apariencia era normal, aunque extrañamente no llevaba abrigo, lo cual era raro considerando el frío patagónico. Pensé que tal vez estaba en apuros, así que frené el auto y le pregunté si necesitaba ayuda.
La mujer se acercó a la ventanilla y, sin decir nada, subió al auto. Su silencio me incomodaba, pero seguí conduciendo. De repente, el aire dentro del auto se volvió helado, y empecé a sentir un peso en el pecho, como si no pudiera respirar. La miré por el espejo retrovisor, y ella ya no parecía la misma. Su piel estaba pálida, sus ojos oscuros y hundidos, y su boca empezó a abrirse en una sonrisa macabra. "Gracias por traerme de vuelta", susurró con una voz que no era humana.
Aceleré y frené de golpe, haciéndola caer hacia adelante, pero cuando miré de nuevo, ya no estaba. Aún hoy, evito esa ruta, y cada vez que paso cerca, siento su presencia en la oscuridad.
4. El brujo de la Quebrada de Humahuaca
En la Quebrada de Humahuaca, Jujuy, existe la leyenda de un antiguo brujo que vendió su alma a cambio de la inmortalidad. Mi nombre es Ernesto, y una vez, guié a un grupo de turistas por la quebrada. Una de las noches más frías del año, decidimos acampar cerca de unas ruinas, donde la gente del pueblo decía que el brujo solía hacer sus rituales.
Mientras los turistas dormían, me quedé vigilando la fogata, cuando sentí una presencia. Vi una figura a lo lejos, una sombra que se movía entre las rocas. Me levanté, pensando que podría ser un animal, pero entonces lo vi. Era un hombre muy alto y delgado, con una túnica negra que parecía moverse con el viento, aunque no había brisa alguna. Sus ojos brillaban en la oscuridad, y en su mano sostenía una especie de bastón retorcido.
Cuando me acerqué, desapareció, pero esa noche, en sueños, lo vi de nuevo. Estaba haciendo un ritual con extrañas figuras y signos que no comprendía. Al despertar, me sentía débil, enfermo. Desde entonces, cada vez que paso cerca de esas ruinas, siento su presencia, como si aún estuviera vigilando, esperando cobrar una deuda que nunca pagó.
5. Los bebés llorones de la Recoleta, Buenos Aires
Mi nombre es Camila, y trabajaba como guardia nocturna en el Cementerio de la Recoleta, uno de los lugares más icónicos de Buenos Aires. A pesar de que el lugar es conocido por su arquitectura y las tumbas de personas célebres, hay algo que no se cuenta en los recorridos turísticos.
Una noche, mientras hacía mi ronda habitual, escuché algo que nunca olvidaré. Un llanto. Era el llanto de un bebé, profundo y desgarrador, que provenía de una de las tumbas más antiguas del lugar. Pensé que mi mente me estaba jugando una mala pasada, pero a medida que me acercaba, el llanto se hacía más fuerte. Cuando llegué a la tumba, vi algo que me heló la sangre: una pequeña figura, del tamaño de un bebé, sentada en la lápida, con la cabeza cubierta por un velo negro.