Historias Con Pesar

Red Water

En el silencio opresivo del baño, Valeria permanecía sentada en la bañera, inmóvil, mientras el tiempo parecía desacelerar hasta casi detenerse. El agua, que al principio había sido cristalina, se tornaba poco a poco en un tono oscuro y violáceo, manchado por la sangre que escapaba de sus muñecas con una serenidad inquietante. La hoja del cuchillo había cumplido su cruel propósito con una precisión implacable; el dolor que al inicio punzaba su piel se desvanecía, dejando paso a un silencio denso, apenas roto por un gemido contenido que se ahogaba en su garganta.

La puerta estaba firmemente cerrada con llave, sellando la escena que Valeria había cuidadosamente planeado. Sobre la cama reposaba una nota junto a una rosa roja, un mensaje claro y definitivo. Las cartas que había escrito con manos temblorosas aguardaban en sus lugares destinados: un último testimonio para su hermana, para su madre, y para su padre. Aquella soledad no era fruto del abandono, sino una elección consciente y final.

El agua que la rodeaba absorbía cada vez más la tinta roja de su sangre, envolviéndola en una oscuridad tan tangible como la tristeza que la había consumido durante tanto tiempo. No había espacio para arrepentimientos; el cansancio emocional y la desesperanza le habían cerrado todas las salidas. Respirar se había convertido en una contradicción insoportable, una obligación sin sentido, un peso que ocupar sin pertenencia.

Valeria había vivido en las grietas de las expectativas rotas, invisible en medio de miradas que no la buscaban, entre silencios que decían más que las palabras, en gestos que la excluían sin necesidad de reproches. La soledad se hizo compañía, y el vacío, un huésped constante. Los que alguna vez prometieron estar presentes, la traicionaron con risas crueles, burlas y abandono. La herida en su autoestima sangraba más que cualquier corte físico.

Las lágrimas que surcaban su rostro ya no aliviaban; solo aumentaban la profundidad del abismo donde se encontraba atrapada, un lugar donde la tristeza era una sombra y el silencio, la única voz. Se preguntaba quién lloraría su ausencia: su madre absorbida por negocios sin tiempo, su padre encerrado en su despacho, su hermana que vivía una vida de luces y reconocimientos sin lugar para ella. Nadie recordaría a Valeria Miller.

La realidad era una lenta tortura que consumía sus días; el amor que ofrecía se estrellaba contra muros de indiferencia, y la comprensión era un eco perdido en la vastedad del abandono. Gritaba sin sonido, cansada de esperar una mano que nunca llegaría.

Su mente se despedía con imágenes del pasado: juegos con sus abuelos, risas junto a su hermana, los abrazos cálidos de sus padres. Todo se diluía en la sombra de la soledad presente. Cuando los golpes desesperados comenzaron en la puerta, la voz urgente de su padre intentando entrar se mezcló con la debilidad que ya dominaba su cuerpo. La sangre perdida la había dejado sin fuerzas para responder, y el tiempo parecía abandonar también sus últimos vestigios.

Sus ojos, con lágrimas todavía frescas, se cerraron lentamente mientras la oscuridad la envolvía con un manto silencioso.




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