La brisa fría de la noche oscura golpea el rostro del muchacho que camina tambaleándose de un lado a otro en medio de la calle solitaria, sin rumbo alguno, tomando uno que otro trago de la botella que sostiene con su mano derecha, mientras piensa en todo lo malo que ha hecho.
—Son pasadas la una de la mañana —piensa, soltando una pequeña carcajada que se pierde en el silencio pesado de la carretera.
Para él, aún es temprano. Considera que ha estado más tarde que esto fuera del lugar que se hace llamar su hogar. Vuelve a beber de la botella haciendo que le quema la garganta al pasar el alcohol por su garganta.
—¿Por qué la vida tiene que ser una mierda todo el tiempo? ¿Por qué tiene que ser tan mala? ¿Por qué? —se preguntaba, frustrado.
Make supo desde pequeño que había nacido en una familia no muy adinerada, pero tampoco pobre. Desde joven entendió que todo se consigue con mucho esfuerzo, no esperando que caiga del cielo. Eso lo aprendió de su difunto padre, una figura muy importante para él, que lo dejó destrozado tras su partida de este mundo miserable, como él mismo lo describía.
Comenzó a trabajar para poder ayudar a su madre, ya que el dinero que ella ganaba no era suficiente. Para él no era ningún problema, sino un placer. Se sentía orgulloso de eso. Estudiar y trabajar al mismo tiempo no era un obstáculo.
Logró graduarse junto a su novia de entonces, con quien llevaba un año de relación. Consiguió el trabajo de sus sueños. Tenía todo. Su madre por fin podía descansar y dedicarse solo a su hogar. Todo marchaba como lo había imaginado.
Make era el mejor junto a su compañero de trabajo, Alonso —o como él lo llamaba, hermano— en bienes raíces, un sueño hecho realidad para cualquiera que amara ese oficio.
Compraron una casa, un auto cada uno, y cada vez que se tomaban un día libre organizaban reuniones donde asistían sus familiares, amigos y allegados.
Así como aquella reunión que hizo su novia —ahora su prometida— para celebrar que iban a ser padres. Todo era una emoción inmensa, inexplicable para Make. Iba a tener un hermoso bebé con la mujer que amaba. Era todo... para luego convertirse en nada.
La lealtad es un sentimiento caro, que no se encuentra en cualquier persona.
Su padre siempre le decía eso, preocupado por lo confiado que era con aquellos a quienes consideraba amigos.
Pero como decía su madre:
"Hay tres cosas que siempre salen a flote: el sol, la luna y la verdad."
Y tristemente así fue.
Make había salido temprano del trabajo, así que pasó primero por una pastelería a comprar una porción de pastel para su hermosa novia, que ya tenía tres meses de embarazo. Quería llevarle algo sabroso, algo de lo que siempre tenía antojo.
Estaba tan emocionado... quería saber si su bebé se había movido, si extrañaba su presencia. Aunque aún no había nacido y tenía pocas semanas, él no podía evitar pensarlo. Le salía del alma.
Llegó a casa con el corazón latiendo fuerte. Estacionó su auto en el porche, bajó de él y se dirigió a la puerta. Sacó sus llaves, abrió la puerta y la cerró tras de sí. La casa estaba en completo silencio. Fue directo a la cocina, donde dejó lo que había traído sobre la mesa.
Y entonces la vio: una taza de café.
Se extrañó. Su novia no tomaba café. Le provocaba vómitos si lo probaba.
La taza estaba tibia. Seguramente a Alanna, su novia, se le había antojado, y después de probarla la hizo vomitar —pensó.
Así que se dirigió a su habitación, esperando encontrar a su novia en el baño, pero se equivocó.
Mientras caminaba hacia allí, empezó a escuchar sonidos extraños —se extrañó—. Con cada paso, los sonidos se volvían más nítidos, más intensos. No sabía qué eran, hasta que al estar a solo cuatro pasos de la puerta, lo entendió.
Su cuerpo se quedó inmóvil, tenso.
¿Gemidos?
Eran gemidos.
¡Gemidos de su novia!
Make sintió cómo el mundo se le venía abajo. El cuerpo se le debilitó; un nudo le oprimió el pecho. Las ganas de llorar fueron inevitables, pero el dolor fue rápidamente reemplazado por enojo.
Cuando por fin pudo reaccionar, apretó los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Sin pensarlo dos veces, pateó la puerta y la abrió de golpe, sorprendiéndolos en pleno acto: su novia encima de la persona que él llamaba “hermano”. En ese instante, al cruzar miradas con aquellos dos pares de ojos, sintió como si le cayera un balde de agua helada encima.
Alanna, su novia. Alonso, su hermano.
El enojo e impotencia lo cegaron por completo. Todo se volvió un zumbido, y lo único que podía ver era a Alonso. Sintió unas manos intentando detenerlo, pero fue en vano. Se lanzó contra él y comenzó a golpearlo con furia hasta que cayeron al suelo. Entonces, descargó toda su rabia en su rostro, sin contemplaciones.
Volvió a sentir que alguien trataba de apartarlo, pero no pudieron. Alonso sangraba por la nariz, tenía la boca partida y los ojos rojos, que en poco tiempo se tornarían morados. Pero eso no lo detuvo. Siguió golpeando hasta que varias manos lograron separarlo del desgraciado que, estaba seguro, lo pagaría caro.
Se volteó furioso para ver quién lo interrumpía: eran sus vecinos. Todo empezó a girarle, un asco profundo lo invadió, y las ganas de vomitar lo golpearon.
—Make, cálmate…
—Make, por favor… —escucho.
Cuando por fin volvió en sí, notó que Alanna lloraba. Al mirarla, su enojo volvió con más fuerza. Estaba envuelta en una sábana blanca, intentando cubrir su cuerpo. Todo el amor y los sentimientos que alguna vez sintió por ella se transformaron en odio, asco, repulsión.
Mirarla con desprecio sería lo único que quedaba para él, si es que alguna vez la volvía a cruzar.
Alanna lo miró con lágrimas en los ojos. Trató de acercarse, pero Make retrocedió, mirándola con un rechazo tan profundo que a ella se le rompió el corazón. Sabía que lo había herido, y que probablemente, jamás la perdonaría.
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Editado: 12.10.2025