El dolor, era insoportable, inexplicable. Un dolor en el pecho que quemaba de una manera tan agonizante a Camila . Cómo si le faltará algo en su alma que no va a lograr recuperar jamás. Dicen que con el pasar del tiempo se aprende a vivir con su ausencia, Pero era mentira , ¿Cómo se puede con ese dolor tan agonizante?
Era un dolor que se lleva todo de ella , era un vacío que por más que lloraba no lograba llenar y ni por la oportunidad de haberlo conocido .
Camila sentía que era mentira, que todo es una simple pesadilla donde pronto despertaría aún que muy en el fondo de su dolor sabia que no , aún que todo su cuerpo gritara en negación ahí con el dolor clavado como una daga.
Lo negó. Por instinto, por defensa, por desesperación. No aceptaba ni por un segundo que fuera real. Para ella, todo era un mal sueño. Una pesadilla de la que en cualquier momento despertaría. Volvería a abrir los ojos y todo estaría bien. Él estaría ahí. Todo volvería a tener sentido.
Pero no despertó .
Todos le recomendaban que siguiera adelante, que debía superarlo, todos ellos ya lo habían hecho, Pero ella ¿Cómo lo hacia ? Si su amor ya no estaba ,¿Cómo podía seguir sin su vida?
—¿Por qué te fuiste? —gritó—. ¡¿Por qué la dejaste con este vacío enorme y tantas preguntas que no tenían respuesta?!
Lo gritaba al techo, como si pudiera escuchar una respuesta a su pregunta.
El recuerdo de su risa seguía escuchándola causándole un dolor más fuerte, aunque ya había pasado casi un año y medio de su partida, el dolor que sentía era igual o peor cuando supo que su amor había partido dejándola sola, devastada.
Cada objeto de la casa que la rodeaba parecía cargar con sus recuerdos: la taza en la que él tomaba café, los libros con sus páginas marcadas. Todo gritaba su ausencia. Todo dolía.
Mientras la vida de Camila se detenía, el mundo afuera seguía, las personas salían , se divertían ,disfrutaban , Pero Camila seguía estancada en su dolor y un duelo incierto .
A los meses de su partida, Camila, consumida por su dolor, atentó contra su vida. Fracasó gracias a su madre, que ese día había ido a visitarla y llegó a tiempo. Esa noche logró sobrevivir, al igual que en su segundo intento.
Su madre logró internar la en un centro de atención psicológica con enfoque en el duelo. Pasó tiempo allí y en otros grupos de apoyo, pero cada vez que avanzaba dos pasos, retrocedía cuatro. Seguía en negación. En momentos se resignaba, solo para luego volver a negarlo todo. Nunca logró salir de esas dos etapas.
Su madre, sumamente preocupada por la situación de su hija, estaba considerando llevarla con un psiquiatra. Pero no se puede ayudar a quien no desea ser ayudado.
—Solo quiero verte, por favor, mi cielo —comentó Camila a la nada, perdida en su dolor—.
—Quiero sentir tu calor y escuchar que todo fue un mal sueño —repitió una vez más, sumergida en su agonía.
Camila se abrazó a sí misma, como si con ese gesto pudiera reconstruir el calor ausente. El tiempo en silencio le dió una repuesta, la misma que las otras dos veces con la diferencia claramente Pero con el mismo fin.
Los días pasaron, sin color ni nombre, Camila ya agotada por un sufrimiento que no tenía fin.
Pero una noche, distinta a todas las demás, en un silencio absoluto, se sentó junto a su ventana abierta con el retrato de su amor entre las manos, mientras la fría brisa acariciaba su rostro y hacía danzar su larga cabellera.
Había dejado una carta escrita, sin destinatario, tan solo para la primera persona que la encontrara. Estaba cargada de palabras tristes y un profundo pesar.
Camila alzó la vista hacia el cielo oscuro de aquella noche solitaria.
—Ya voy, amor —susurró.
Y luego cerró los ojos…
y se dejó caer al vacío absoluto.
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Editado: 12.10.2025