Historias de Animales

Perro suicida

 

 

¿A dónde van a parar los perros muertos? No lo sé, pero lo vi allí arriba, escuálido, pensativo y triste, a lo mejor planificando algún lance al vacío. Nadie lo veía, nadie, estaba solo, todo el mundo en su ir y venir en la cogestionada carretera de Madre Vieja Norte, quejándose por el polvo y la lentitud del autobús. Yo estaba de salida, era solo uno más entre un montón de pasajeros, que esperan llegar a tiempo. Jamás sabré cual fue su decisión final.

—No hay cuaito pa bebe —se escuchó gritar a un loco en la esquina de don Pajucho, que siempre andaba sucio, nadie sabía cómo, pero siempre tenía un pote de ron en las manos.

El país sumergido en una crisis catastrófica. Los bancos caían en bancarrota y consigo brotó aún más la pobreza de Madre Vieja Norte. Hasta los animales desaparecían en delgadez. La esquina de don Pajucho que siempre estaba llena de borrachones mal oliente, parecía baldía y exenta de vida, muerta como una roca inerte.

Eran casi las 12:00 del mediodía. Josecito y Miguel esperaban un plato de comida, concón con al menos algo de habichuela. Sentados sobre el tronco de una mata de mango, tumbada por la visita de la última tormenta. Desde hace unos meses, cada uno guarda con esmero una chata de ron en el bolsillo, que ha perdido completamente el aroma de tanto olerla, aunque ya están por debajo de la mitad. Su mayor miedo era verla vacía, sin saber cuándo podrían volver a comprar otra. Todavía faltaban dos años para el cambio de gobierno.

—Vi una vaca en ei chasi devorai la vieja biusa de Simona como si fuela pato veide —le dice Josecito, con temblores en las manos, ojos caídos, somnoliento y a punto de salir volando con cualquier brisita por lo flácido que estaba de pasar hambre—. Voy a tenei que meteime pal de piedra en lo boisillo pa no salí volando —prosiguió diciendo con una sonrisa leve y cínica.

—Etamo jodio y eto maidito político haciendo chite etúpido de como el hambre engoidaba con nosotro.

—Yo voy a vei quien va a voivei a vota poi ello, eso degaciao.

—Tengan y dede que coman se me van de aquí —le dijo Simona con cara de pocos amigos y disgustada. Pasándole dos platos de concón de arroz, mojado en habichuela, con una crética de salami.

—¡Y qué e mujei¡ no te hicieron ná anoche —Exclamó Josecito con cara relamía y libidinosa.   .

—¿Quieren que le quite lo plato pai de viejo veide sin vergüenza? —refunfuñó Simona.

—No, no... ta bien —gritaron al unísono Josecito y Miguel agarrando un puñado de arroz y llevándoselo a la boca.

—Vueivan a deci un chitecito de eso suyo pá que vean —advirtió Simona volviendo a entrar al pequeño comedor.

—Simona, pero yo no he dicho na —voceo tembloroso Miguel llevándose otro puño de concón a la boca.

—No te escuchó, cobaide, ve y dile má fueite. Esa mujei no iba a quita na, eta loquita, loquita poi mí, tú no lo ve.

—Sí, lo veo muy bien —aseveró Miguel con cierto sarcasmo, mirando la manada de perros ladrando y quejándose hambrientos. El viento se lo lleva como hojas secas en una hojarasca, algunos ni podían moverse del hambre. Miguel y Josecito habían tenido que enterrar y botar más de dos docenas.

   —Eto maidito animai solo vienen a morí aquí —gritó un día la hija de menor de Simona.

Los ladridos eran aterradores aquel día, como un zumbido tormentoso, desvalido y sin fuerza, la tristeza y la melancolía se sentía. Parecía un último reclamo a la vida injusta, antes de morir.

—¿Eto animai etarán dicien… su úitima palabla? Parecen rabioso a pesai que no tienen fueiza ni pa moveise. Mucho, incluso se van de lao, como chichiguita que se pandea con ei viento —dijo Miguel mirando el plato vacío.

—Lo siento Pirulay, pero no hay pá mí y va a vei pá ti —comiéndose la ruedita de salami dijo Josecito.

Pirulay ladró como un niño al que le quitan un juguete. Fijo su mirada en Josecito, dio la vuelta y empezó a caminar sin rumbo. El viento le empujaba, andaba extraño, doblado, parecía caminar al revés.

—Si la mirao mataran, la mirao de ese animai no hubiera fuiminao a lo do.

—¿Tú cree Miguei?

—Pero tú no vite como te miro, con esa mirao asesina. ¿Poi qué no le dite na? E tu animai.

Josecito volteo su mirada hacia donde había caminado el perro, pero había desaparecido de su radar visual.

Pirulay camino unos cuatrocientos metros, y subió aún elevado en construcción, miraba al cielo y hacia el pavimento como pidiendo alguna señal, algún trozo de carne, y entonces se lanzó al vacío.

 

 

 



#9727 en Otros
#2962 en Relatos cortos
#1449 en Humor

En el texto hay: humor, pobreza, historia de animales

Editado: 07.04.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.