Historias de Animales

Ladridos telefónicos

 

 

—¡Ese maldito perro! Sólo hago marcar un número para que empiece a ladrar como loco —gritaba doña Josefina siempre que llamaba a sus amigas.

Aquellos ladridos le aturdían demasiado y le sacaban de quicio. Yoby, era un perro Pit Bull Terrier, lo tenían amarrado con una cadena en el patio. Nunca había tenido ese comportamiento, no era de hacer ruido, sino de atacar en silencio. Tenía 5 años en la familia y nunca se le había escuchado emitir ningún sonido y menos intensamente. Josefina cada vez que colgaba la llamada, iba a revisar que le sucedía, pero el canino dejaba de ladrar y todo parecía estar bien.

—Es joder lo que quiere este maldito perro,  o será que se le mete el espíritu de Cheo cada vez que llamo —pensó Josefina—. Hasta del infierno piensa seguir celándome, ese malnacido, tendré que ir donde algún brujo para deshacerme otra vez de él —continúo desvariando, buscando una explicación.

Cheo era su difunto esposo y quien le regaló el perro a su hijo José Antonio, muriendo un año después, en una muerte sospechosa y poco clara.

Las amistades de Josefina le habían empezado a reclamar que nunca tomaba las llamadas.

—Josefina, pero tú no para en tu casa, me cansé de llamarte y nunca respondiste —le confesó su hermana menor.

—Pero no puede ser, no salgo de mi casa —aseveró Josefina, dándose cuenta de que realmente el teléfono tenía un buen tiempo sin sonar.

—No puede ser, lo único que he percatado es que cada vez que llamo a alguien, el perro de José Antonio empieza a ladrar de forma inconsolable, como si estuviera siendo golpeado ¿será por eso? —pensó Josefina algo absorta—.

—Vecino podría hacer el favor de llamarme a mi casa para comprobar algo.

—Está bien, doña Josefina, ahora mismo le marcó. —Inmediatamente lo hizo, se escuchó los ladridos de Yoby.

—¿Podría hacer el favor de colgar?

—Claro —al hacerlo este dejo de ladrar.

—Pedro, marque una vez más, por favor.

—¿Pasa algo?

—Creo que el perro de José Antonio ladra cada vez que alguien llama a mi casa.

—¿¡Como va a ser!?

—Así parece. Voy a ir a tomar la llamada para confirmar, no cuelgue por favor.

—No hay problema.

Pedro marco varias veces para confirmar, mientras Josefina caminaba para tomar la llamada, al entrar a su casa noto que el timbre del teléfono no sanaba, alzó el auricular y habló con el vecino.

—Saludo, es usted Pedro.

—Sí, Josefina.

—Bueno… parece que sí, el perro ladra cada vez que hay una llamada en línea.

—Esta raro eso.

—Gracias, señor Pedro. Hablamos luego.  

En pocas horas, todos los vecinos llamaban al teléfono residencial de la casa 35ª, para confirmar los ladridos del perro. Esto ponía iracunda a Josefina, se pasó todo el fin de semana en esa tortura.

—Esos malditos sin oficios no se cansan de joder. Por eso, es que no se puede pedir favores, porque yo le dije a ese hombrecito que anduviera diciendo eso.

El lunes, antes del mediodía, Josefina llamó a la prestadora de servicio y le expuso la problemática del teléfono. Los técnicos rieron a carcajada al escuchar el peculiar relato de Josefina. Una horda de ellos completamente incrédulos fue a confirmar la historia, querían ser testigos. Al llegar a la casa 35ª, marcaron el número, y efectivamente el animal ladro en cada uno de sus intentos.

—Esto es ilógico e increíble.

—Ladra como un niño, el pobre.

—Será un perro mutante —debatían los técnicos entre carcajadas y una leve mirada de sorpresa. Luego revisaron la línea telefónica dentro de la vivienda; no encontraron ningún problema, excepto la falta de timbre al sonar. Siguieron el cableado fuera de la casa, y encontraron el cable pelado, pegado a la cadena del animal. 50 voltios cada vez que se cerraba el circuito en una llamada.

—y cómo no va a ladrar —gritó riéndose uno de los técnicos.



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En el texto hay: humor, pobreza, historia de animales

Editado: 07.04.2023

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