El tarot no es un objeto místico o maldito por sí mismo. No trae infortunio ni buena suerte infinita, tanto para el taromante o el consultante. De hecho, usar las cartas como una herramienta para tener un panorama más amplio de una situación para facilitar la toma de decisiones es lo más prudente. Tanto el taromante como el consultante deben ser conscientes de que nada ni nadie puede influir en aquello que ya está escrito en la historia personal, consecuencia de las acciones y decisiones del individuo, mucho más allá del destino.
Sin embargo, parece ser que, aquello que se lee en cada tirada de las cartas, termina marcando el destino de quien, curioso y ávido por el futuro, no pudo esperar a que las cosas siguieran su curso. Es en este acto egoísta que busca la influencia y el control total del resultado que se desarrolla esta historia.
Joaquín era un hombre cualquiera, de esos que podrías confundir o perder de vista con facilidad. No tenía un rostro o algo memorable: era uno más del montón, uno de esos de estatura promedio, tez promedio, ojos promedio... Si no supiera su nombre y su historia, no hubiera dado un carajo por él y sería una más de las personas que te puedes encontrar por la calle en cualquier momento que sales a caminar. Sin embargo, su sueño era ser inolvidable, grande, poderoso, alguien que dejara huella en el mundo por varios siglos, de esos que llenan de gloria su linaje, expiando incluso los pecados de aquellos que estuvieron antes de él. Era un fantasma arrogante, si puedo resumirlo de esa manera.
El día que llegó a la cafetería no lo hizo solo. Venía acompañado de una señora ya entrada en años, con la cual reía y disfrutaba varias bebidas. Eran pláticas muy amenas, hasta que la señora sacaba de su bolsita un tarot. No tenía nada de extraño, nada que llamara la atención: eran las cartas de lo que se conoce como "tarot de Marsella". Y el tipo cortaba las cartas una, dos, tres veces y el resultado era el mismo cada vez.
—Por favor, doña Rosa, una última vez.
—Que no, Joaquín. Esto es desgastante. Ya el siguiente mes veremos.
Y llegaba el siguiente mes y la escena se repetía. Llegaban, tomaban café, malteada, jugo, comían pastel y salían las cartas, las barajeaba y volvía la indignación y la molestia por parte de este tipo. Incluso entre los trabajadores de la cafetería apostábamos cuando los veíamos llegar: cuánto tiempo tardarían en sacar las cartas, cuántas veces serían barajeadas, qué tanto se enojaría, hasta qué punto rogaría... Un día, una de mis compañeras se acercó demasiado, por casualidad, nada buscado: tenía que tomar una orden en la mesa contigua. Entonces escuchó la pregunta que con tanta insistencia hacía Joaquín:
"¿Ya me va a cambiar la suerte?"
La señora suspiraba antes de empezar a tirar sus cartas: la Torre, la Muerte, la Emperatiz invertida, el Sol invertido, el Mundo invertido, tres, seis, siete y diez de espadas... Aún sin saber leer las cartas, esta chica supo que no era una respuesta positiva. Su intuición le decía que la respuesta era "no" y no podía negociarse. Joaquín gritó y empezó a maldecir al ver la tirada, diciéndole a la señora Rosa que se callara, que recogiera las cartas y le permitiera barajear de nuevo, reformular su pregunta. La señora recogió sus cartas y se las entregó de nuevo para que cortara el mazo para empezar de nuevo. Mi compañera nos estaba contando eso en la cocina cuando, así de repente, escuchamos un sonido seco y fuerte: la señora golpeó con fuerza a Joaquín y empezó a gritarle:
—¡Esta es la última vez que me ves, maldito! Que tu mala suerte te acompañe a ti y a siete generaciones más.
—¡Maldita bruja! ¡Te vas a ir al infierno por bruja!
—¡Y tú por imbécil, Joaquín! Allá nos vemos.
La señora se fue, caminando firme, bien derecha, golpeando los pies con fuerza para deshacerse, supongo, de cualquier energía negativa. Parecía una gallina rascando la tierra, algo muy curioso, pero que tenía mucho sentido después de lo que pasó con este hombre. Mi compañera y yo nos acercamos a Joaquín, pues había caído de la silla, tal vez como consecuencia del golpe que esta mujer le había dado. Se levantó con algo de dificultad, pero con la mirada de odio más profunda que he visto en toda mi vida. Le preguntamos si estaba bien, si podíamos hacer algo por él y la respuesta nos dejó helados.
—Sí, que alguien cambie su suerte conmigo.
—Eso no existe, amigo —le dije, con mucha calma, incluso riéndome para aligerar la situación—. Toda esta onda de la lectura de cartas, la brujería, no es real. Sácalo de tu cabeza y sigue adelante.
—¿Cómo estás tan seguro de que no existe? —Empezó a subir el tono de su voz, desviando toda la furia que sentía contra mí— Se ve que tú no has vivido la necesidad, estás bastante panzón; tampoco has sido rechazado por la mujer que amas... Se ve que tu vida es más fácil que la mía —su mirada se perdió y su expresión se desencajó, convirtiéndose en la expresión de un ser obsesionado por alguien o algo—. Cambia de suerte conmigo. Disfruta de mi vida y disfrutaré de la tuya.
—Estás loco, amigo. Te voy a pedir que te retires.
—Loco... ¿El loco? ¡Sí, el loco, el loco!
El tipo se fue, dejando más preguntas que respuestas y, además, sin pagar. No supimos de él por un par de meses, hasta que un día llegó acompañado por un hombre moreno, alto, fornido, todo vestido de negro y con varios accesorios de oro, que brillaban y resaltaban demasiado en su piel. El tipo empezó a fumar un cigarro tras otro, a beber café y a anotar o dibujar en una hojita que sacó de su bolsa del pantalón. Joaquín se veía feliz, muy agradecido y, de ratos, me daba la impresión que se inclinaba ante el tipo, haciendo pequeñas reverencias. Mientras, el hombre se veía divertido con la situación. Se apresuraron a marcharse y yo, temeroso de que ese tipo se fuera sin pagar de nueva cuenta, di un par de zancadas para llegar hasta la mesa. Mi sorpresa fue enorme, pues me encontré con un billete, el de más alta denominación en nuestro país, y una nota que decía "perdón por la otra vez". Tomé el billete y comencé a limpiar la mesa, pero yo no sabía que las desgracias estaban por empezar.
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Editado: 29.05.2025