Domingo. El único día de la semana que no está marcado por el sonido estridente del despertador. Sin embargo, la costumbre es una fuerza poderosa y a las 6 de la mañana, los ojos de nuestro protagonista se abren automáticamente. Se queda tumbado en la cama, mirando el techo, disfrutando del silencio que solo el domingo puede ofrecer.
Se levanta lentamente, se prepara un café y se sienta en su pequeño balcón, observando la ciudad que apenas comienza a despertar. Los domingos son días de reflexión, de soledad elegida. Días en los que la rutina diaria da paso a la tranquilidad y la introspección.
Pasa la mayor parte del día en casa, leyendo libros que ha recogido pero que nunca ha tenido tiempo de abrir. A veces, se pone al día con viejos amigos por teléfono, su voz rompiendo el silencio de su apartamento. Pero principalmente, se toma el día para descansar, para recuperarse de la semana laboral y prepararse para la próxima.
A medida que el sol se pone, siente una sensación de tristeza. El domingo, su día libre, su día de paz y tranquilidad, está llegando a su fin. Pronto, la rutina diaria volverá a tomar el control. Pronto, será otro día de trabajo.
Se va a la cama temprano, como siempre. Mientras se queda dormido, el silencio del domingo da paso al bullicio lejano de la ciudad que nunca duerme. Y aunque el lunes está a solo unas horas de distancia, se queda dormido con la esperanza de que el próximo domingo llegue pronto.
Lunes,El lunes llega con una rudeza inesperada. Nuestro protagonista se despierta antes de que suene el despertador, una señal de que la semana laboral ha comenzado. Se dirige a la cocina, solo para descubrir que se ha quedado sin café. Con una sonrisa irónica, llena la tetera de agua y se prepara una taza de agua caliente. "Trabajo para vivir, pero no tengo café para empezar el día", murmura para sí mismo.
El autobús está lleno, como siempre. Se encuentra aplastado entre los demás pasajeros, cada uno inmerso en su propio mundo, sus propias rutinas. A pesar de la incomodidad, hay algo reconfortante en esta familiaridad.
En el trabajo, la jornada es una travesía. Las horas pasan en un torbellino de reuniones, correos electrónicos y plazos. Cada tarea completada es reemplazada rápidamente por otra, en una interminable cadena de responsabilidades.
Finalmente, llega la hora de salida. Exhausto pero satisfecho, nuestro protagonista se embarca en el viaje de regreso a casa. El autobús está menos lleno ahora, y se permite unos momentos de tranquilidad mientras mira por la ventana, observando cómo la ciudad pasa rápidamente.
Al llegar a casa, se sienta en su balcón, reflexionando sobre el día. "Otro lunes más", piensa, "otra batalla ganada". Y aunque sabe que mañana será otro día lleno de desafíos, también sabe que estará listo para enfrentarlos.
Con esos pensamientos, se retira a su habitación. El silencio de la noche es un recordatorio de que, a pesar de todo, ha sobrevivido a otro día. Y con esa pequeña victoria, se queda dormido, listo para enfrentar lo que traiga el próximo día.
MARTES.
El martes comienza con un contratiempo. Nuestro protagonista se despierta tarde, pero al menos tiene café para preparar. Sin embargo, no tiene tiempo para desayunar y, para empeorar las cosas, el autobús ya se ha ido. Furioso y temiendo la reacción de su jefe, grita a un taxista para que lo lleve al trabajo.
Al llegar a la oficina, su jefe lo llama inmediatamente. Sabe lo que viene. En su mente, se imagina los posibles castigos: una reducción de sueldo, horas extra sin pago. Pero lo que su jefe le dice es aún peor: será transferido a una nueva oficina, en una ciudad lejana, lejos de todo lo que conoce y ama.
La noticia lo golpea como un balde de agua fría. Se siente triste, enojado, pero sobre todo, se siente impotente. Se pasa el resto del día en un estado de shock, apenas capaz de concentrarse en su trabajo.
Al regresar a casa, se sienta en su balcón, mirando la ciudad que pronto tendrá que dejar. Comienza a replantearse su vida, su trabajo, sus decisiones. Se pregunta si este es el cambio que necesita para romper la monotonía de su vida.
Con estos pensamientos en mente, se va a la cama, pero el sueño es esquivo. La ciudad que nunca duerme parece más ruidosa que nunca. Pero a pesar de todo, sabe que tiene que enfrentar lo que viene. Después de todo, es solo martes.
MIERCOLES
El miércoles amanece con un aire de incertidumbre. Nuestro protagonista se está preparando para su traslado a la nueva oficina cuando su teléfono zumba con un mensaje entrante. Es del grupo de trabajadores sin suelo, un grupo de oficinistas que comparten sus experiencias y desafíos.
El mensaje es desalentador. Mencionan que el supervisor de la nueva sucursal es mil veces peor que el actual. Las palabras golpean a nuestro protagonista como un puñetazo en el estómago. Ya estaba nervioso por el cambio, pero esto... esto es algo completamente diferente.
Se siente aún peor, el miedo se apodera de él. Va a un lugar desconocido, a trabajar bajo un supervisor del que solo ha oído historias de terror. Se siente como si estuviera caminando hacia una tormenta sin un paraguas.
Pero a pesar de todo, sabe que no tiene otra opción. Así que, con un suspiro pesado, continúa empacando sus cosas, preparándose para lo que vendrá. No sabe qué le espera en la nueva oficina, pero está decidido a enfrentarlo con la cabeza en alto.
Con esos pensamientos, se va a la cama, pero el sueño es esquivo. La ciudad que nunca duerme parece más ruidosa que nunca. Pero a pesar de todo, sabe que tiene que enfrentar lo que viene. Después de todo, es solo miércoles.