Historias de la cuarentena

El agujero. -

Me dije a mi mismo que sería una vez más y listo. No me interesaba que en el aire estuviera un agente contaminante que hiciera de la vida un encierro. Estaba cerca de aquel lugar, y la cuarentena no me impediría lograr mi objetivo. No suelo dar finales, aunque tampoco principios que no sean definidos. Llevaba días recorriendo, y sin pensar en si, tal vez me perseguía algún microbio. Era claro. Era una última hazaña, y regresaría por donde el sol me ha indicado a mi casa, para cumplir con los mandatos del encierro.

 

Llevo el nombre que al pasar el viento lo susurra en los destellos de la muerte que algún día he de cruzar, y por ello no me pronunció.

 

Salí del almacén que estaba abierto conforme las pautas predeterminadas por las resoluciones gubernamentales para la venta de alimentos, y me encontré con la vieja estatua de un minero perdido. Parecía extraviado aún luego de años. Me dirigí al sendero de tierra que marca la entrada precaución, peligro de derrumbe. Un carro de metal del cual se extraían piedras, casi oxidado irrumpía en el ingreso. Las botas tocaban el agua de la entrada, y crucé la línea entre el calor y el frio. A medida que caminaba por el interior de la serpiente, la penumbra ganaba terreno. Coloqué en mi casco el faro para iluminar mi visión; el color del amarillo y verde del musgo húmedo resplandecía con un fulgor cuasi indómito. En la marcha conté cada huella, hasta trescientos metros dentro de la boca. Un rastro más al tocar el fango activo la trepidación del suelo, que resonaba en el temblor, y mis heridas se notaron cuando fui arrojado al piso en la sangre esparcida en las aguas estancadas. Recibí de ello un golpe en la cabeza. En la cien. Había sido un movimiento de la tierra. No podía regresar. No podía. No lograba entenderlo. A lo mejor era la hora. No podía. Me había metido en una trampa mortal. Y allí permanecí, mientras el interlocutor de una voz narraba.

 

...Ya dentro del bosquejo de aquel agujero, vio la claridad por última vez cuando los retazos de pequeñas partículas de minerales taparon para siempre aquella caverna. La temperatura era el prototipo de un invierno húmedo, y sus ojos formaron parte del color de la noche agudizando los demás sentidos. Cada gota de agua que rondaba por ese túnel era una guía macabra al interior del más allá. Palpo la pared y la viscosidad del azufre corrosivo, que le indicaba que su tiempo se amortizaba conforme los nervios de su cuerpo. Pedían que calmasen las angustias de una vida en el corazón de una montaña. Al no sentir tan solo la oscuridad, el pánico lo transportó al origen de sus miedos con las criaturas que lo ven todo y saben todo. Intento conversar con las rocas, y esos minúsculos insectos que circulan en su afán por sobrevivir. Le sugirieron que camine dentro de sí. Que en este mundo sin luz no es tan diferente de aquel en el cual se dice que circundan los seres en el ir y venir. Que no es tan diferente de ese mundo que existe en el corazón de cada mortal. Que aquí se vive y se muere de la misma forma. Con el mismo dolor, sufrimiento y el derecho a la soledad del cuerpo y de la mente dañada por el sentimiento.

 

 

 

 

El viajero se expresa, continuo, como lo hacen los que ya no tienen escapatoria y manifiestan su voluntad de abandonar sin mirar atrás las ánimas que certifican un pasado, un presente, pero no un futuro.

 

Fue descifrando las partículas ininteligibles del aire como dibujando siluetas a medida que introducía esa masa de huesos hasta un punto en donde el silencio le hablaba, y lo llamaba por su primer nombre. En sonidos ambiguos le convidaba del placer de la elocuencia ante la falta de cordura por esa mórbida incoherencia de una inexplicable voz que podría tal vez venir de la paranoia de permanecer atrapado en un laberinto de aquella mina de azufre y cinc. Los gases prominentes ya no eran tóxicos, y el peligro de la falta de oxígeno pasó a ser una agradable brisa como si el aire fuera tan puro y cristalino. Alcanzó una irradiación; una fosforescencia al traspasar el hoyo. Era de un color celeste, un rosa; luego un verde, y un pequeño lago en medio de ella. Se acercó, vio su reflejo y el de una mujer. Era un parque de flores. Ambos de la mano repartiendo en cada paso un beso. La imagen de ese reflejo desapareció al tocar las campanas de la iglesia, y la salida de la escuela por el parque de la plaza principal. Una primera vez, que cruzo una montaña, el ladrido de una mascota, un café caliente, un abrazo, y otras tantas trivialidades. Se vio en desentrañables puntos de su vida de los cuales la felicidad se escondía. Todos y cada uno de las intermitencias hicieron de aquella laguna una mágica sala de espera. Solo hicieron de eso y nada más.

 

 

 

 

 

...en el periódico:.. Hallan, el cuerpo de un viajero de cuarenta cinco años. Las noticias clarifican que el mismo fue encontrado luego de una ardua búsqueda por la zona. Ante una pandemia, y a sabiendas de su responsabilidad no respetó la cuarentena. Los efectivo fumigan la zona y a las inmediaciones de la cueva que misteriosamente se creía sellada por las cadenas de temblores circundantes, un lugareño manifiesta que una voz lo llamaba desde allí pidiendo auxilio. Las alucinaciones, aclaran los científicos, son internas con las reacciones del virus, aunque, aún no se ha comprobado si produce, o no daños, aparte del sistema respiratorio. El hombre comentó que rápidamente dio aviso ante sospecha. Los efectivos con un trabajo minucioso han encontrado cadáver del viajero Leandro Cos. Entre sus pertenencias había algunas herramientas, una botella de agua, y algunas fotos.

 

- Cuando vimos su cuerpo, sus ojos aún estaban despiertos, como mirando algo, o alguien. Un recuerdo quizás que no podía olvidar.

 

- Tal vez era mejor irse así. Observando la última imagen que lo hizo feliz.




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