Historias de la cuarentena

El sueño del ballet.

Al declararse la pandemia mundial, el país no fue menor en medidas, y se tomaron las precauciones comprendidas conforme el actuar de otros países. Se declaró entonces una cuarentena total en toda la región. Cada cual debía quedarse en sus casas, y solo se podría salir en caso de emergencia, y para algunas compras necesarias. Los ancianos, gente mayor, no podía abandonar su morada bajo ningún aspecto. Se programaron para aquellos que no precisaban cuidados comunicarse por vía teléfono celular. Muchos los hicieron, muchos no entendieron. Muchos, y se ha perdido la cuenta, ya han participado, y dejado de participar participando.

 

Exactamente el llamado a toque de queda, sin ser el mismo, se produjo un quince de marzo del corriente año con fecha indefinida.

 

La pareja de los Ibáñez eran de esas familias con dos hijos. Permanecer aislados les privó de muchas actividades a las que asistían. No es fácil confinarse a un encierro. La abuela Ernestina de ochenta y cinco años, madre de Augusto, padre de Franco y Celeste, no vivía con ellos, pues podía valerse sola la señora como lo hizo toda su vida. Mientras tenga dos manos, y piernas, y la cabeza intacta para poder prepararme el café a la mañana no precisaré de ayuda, para ese entonces ya estaré fuera de aquí.

 

La televisión manifestaba los sucesos del día en uno de los primeros días del encierro obligatorio.

 

El celular de Augusto sonaba sin parar – ¡ring ring ring! – por intermedio del wifi de internet, se podía acceder a las redes sociales, y fomentar una conversación por video llamada.

 

Atiende el aparato, y se abre la pantalla del programa. Era la imagen de la abuela que quería saludar a sus nietos. Con accionar el botón indicado comienza la conversación.

 

- ¡Ma! – ¿cómo estás? – ¿qué raro llames por aquí como aprendiste a manipular las videos llamadas?

 

- Bien hijito solo quería saber que estaban bien – hijo subestimas a tu madre – ya te dije puedo con solo investigar

 

Augusto frunció el ceño sintiéndose raro –

 

 

- Bueno, ¿y que estás haciendo?

 

- Cosas de la casa hijo. –limpieza, cocinar, para uno, para otro, cuando estoy aburrida

 

- ¿Otro? – pregunta inquieto. -

 

- Otro figuradamente, hijo, figuradamente. –

 

- Abuela!, - aparecen los niños -

 

- Mis nietos quería verlos. Que lindos están. –

 

 

 

 

- ¡Abuela esta borrosa tu imagen! -

 

- Hijos, es la cámara – comenta Augusto que justo es llamado por Ana (su esposa)

 

- ¡Querido ven ayudarme con unas cosas en la habitación!, ¿están hablando por teléfono?

 

- Si amor, con mi mama. Chicos los dejo en un rato regreso. ¡Ma!, te encargo a los niños.

 

- Hijo, ven tranquilo. ¿Chiquitos cómo están ustedes?

 

- ¡Bien abuela! Estamos sin poder salir. Ni poder hacer nada. Y juego todo el día en la Tablet.

 

- Yo Abu, veo tele. Mucha tele. – le comenta entusiasmada Celeste. -

 

- Bien, pero no deben estar tanto tiempo metidos en esas máquinas, aunque estén encerrados en sus casas.

 

- Abu ¿cómo haces tú para pasar los días?

 

- Hijitos, yo no necesito pasar el tiempo, el tiempo ya ha pasado, pero si es bueno que se entretengan. Que realicen actividades que los hagan soñar. ¿Le gusta soñar?

 

- ¡Siii, ¿pero en qué sentido? – responden. -

 

- ¡Soñar! Es cuando querés algo con muchas fuerzas, y pensás en ello. Mis lindos yo de pequeña bailaba ballet, y siempre soñé con un día dar un concierto en medio de una multitud

 

- ¿Y lo pudiste hacer abuela?

 

- Claro que sí, no fue fácil, ¿pero que es fácil no?, pensaba el finado Rogelio. -

 

- ¿El abuelo? – comentan preguntando dubitativamente los niños. -

 

- Si mis pequeños, el abuelo siempre me alentó. Y eso es lo bello, y una de tantas que cosas que me enamoraron de él, su comprensión, su visión hacia el otro, y la manera con lo que me hacía sentir como lo más especial.

 

- ¿Abu es? – Celeste se traba al instante de poder decir la palabra justa. -

 

- Es estar enamorada, mi chiquita. Estar enamorada – y suspira –

 

La abuela se mantuvo unos segundos sin decir palabra como queriendo mirar a la nada

 

 

- ¿Abuela estas bien? – pregunta Franco –

 

- Si mi franquito estoy bien. voy a colgar la llamada. Los amo mucho, y siempre los amaré a todos. -

 

- Adiós abuela. Adiós – Saludan los niños. -

 

La comunicación se cierra. Franco deposita el celular de su padre. Celeste que no dudo en lo que la abuela le dijo, pensó en eso de soñar. Llamo a su padre Augusto.

 

- ¡Pa! – tenemos cosas de la abuela en casa –

 

- Si, quedan algunas fotos, ¿por qué?

 

- Quiero verlas. –

 

- ¿Para qué?

 

- Quiero ver a la Abu de joven.

 

Fueron a la habitación en el armario contiguo de la ropa, se encontraba una caja llena de recuerdos. Ahí estaba los momentos de la abuela. Augusto le expresó inquieto que eran fotos delicadas, que tuviera cuidado, que no vaya a perder nada. Ella asintió con un ademan de razón. Entre imagen, e imagen, encontró escabullida muy adentro de sí, la de

 

 

 

 

Ernestina cuando presentó su show. La mirada era como si el tiempo no hubiera retrocedido nunca. Podía verse el júbilo de los ojos en aquella arcaica imagen en blanco y negro. La expresión pálida, y alegre. El deseo inconmensurable. La pequeña se reflejó cuando la luz de los ojos de Ernestina, penetró en los de Celeste. El vínculo era único como cuando algo del pasado, toca el presente generando un futuro. La niña se vio entonces bailando en aquellos años ante una multitud. Cada paso, y pataleo eran una misión fantástica. Sus bisabuelos que nunca ha podido conocer, en la primera fila. Allí la abuela con sus lágrimas. El espectáculo fue insólito. Único. Al terminar la canción del lago de los cisnes cuyas partituras fueron las que guiaron su andar, la niña se acercó frente al público que aplaudía sin cesar. Luego de las sonrisas, las caras de aquellos seres se desdibujaron. Como borrosas, y todo aquel sitio se volvió oscuro, y vacío. Ella estaba sola, sin nadie alrededor. Se oían unos pasos secos en la base principal de ese teatro que no tenía nada más que polvo, y un telón abierto con el olor de unas cenizas que se veían desde el ingreso del escenario hasta las butacas, y la salida. Ella agachó la cabeza, y caminó hasta las afueras del escenario. El telón poco a poco se cerraba. La pequeña se desesperó con el miedo del recinto apagado y tenebroso en las nieblas. Una mujer joven y su marido tomaron su mano, y la recibieron acompañándola hasta la puerta de salida. Tranquila que todo está bien le expresó ella. Llevaba esa mujer una camisa blanca, y una pollera extensa con zapatos. El hombre estaba vestido de saco, y corbata con un sombrero del mismo color.




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