Historias de la cuarentena

La siesta. -

Eran aproximadamente las tres de la tarde. La cuarentena ya se había decretado, y entre bostezos y bostezos se quedó dormida. La atmosfera de la tierra, manifestaron los científicos, estaba cambiando su rumbo debido a la expansión del virus, y el toque de queda estricto, hizo que la polución del planeta mejore de forma rotunda. No hacía mucho tiempo que se habían dictado las formas resolutorias para no transitar en las calles.

 

Sabrina, mujer de unos veintiocho años. Soltera, se pasaba el día leyendo por lo que el encierro era solo un caso más de la vida, y no tardaría en finiquitar en cuanto el virus decida irse, o una cura fuera descubierta. Almorzó algo simple. Unas salchichas con puré. Luego recogió su libró, y fue a su cama a descansar en una siesta. Precavida a fin de ventilar la casa dejó la ventana de su living abierta. No toleraba el aroma ranció de un encierro, que se produce con los ácaros que se amontonan en la casa. Al recostarse ella leyó varias páginas, mientras sus ojos le dictaban las palabras hasta no resistir, hasta que se insumió en un sueño profundo. El velador de la mesa contigua de la derecha, alumbraba tímidamente. Sin reparos se apagó.

 

Al despertar de aquella siesta. Ella estira los brazos para quitar con un bostezo al cielo, la pereza contenida, estirando los músculos. Experimentó una sensación extraña en el aire. Parecía como si fuera puro, sin esa contaminación esparcida de los automóviles. No se oía, un solo ruido en las calles. No era de preocuparse, pues estaban en un toque de queda debido al germen de la gripe. Se incorporó de aquel placido descanso físico, y mental, ya que se sentía totalmente relajada. Su libro a su lado amarillento, gastado. Y el velador de su mesa de luz con el foco quemado, y lleno de telas de araña. Algo que llamó la atención al notarlo, pues no recordaba que estuviera tan sucio, y menos con un minúsculo insecto viviendo en él.

 

Sin remedio, se colocó sus lentes, y camino descalza hasta el living donde desde la ventana percibía el viento que ingresaba con fuerza. Tal vez llueva. Fue hasta ella para cerrarla, y poner las cortinas en su lugar que ventilaban con un ánima regocijante queriendo invadir el departamento. Al tomar con sus manos una de las puertas del portillo, se asomó por ella, lo que le produjo un shock al no poder creer lo que desde allí se veía. Camino hacia atrás, y luego hacia delante. Se quitó los lentes empañados, y los limpió con su camiseta. Al colocárselos, se adentró hacia ese ventanal semi abierto. Era lo que temía. Toda la ciudad cubierta de plantas, y arbustos. Los edificios destruidos en su mayoría. Autos quemados, animales que iban y venían. Los pájaros cantando en demasía. Y el cielo totalmente celeste. Al no comprender, fue hasta el mueble donde tenía la televisión, e intento encender la misma. Apretó los botones, pero no había caso. Tomó su móvil, aunque estaba apagado, ya que la batería se encontraba baja. Fue hasta la recamara, y de una gaveta del mueble lleno de humedad recogió su cargador. Lo situó en

 

 

 

 

el enchufe, y luego al celular. Evidentemente no tenía electricidad. Todo parecía una pesadilla.

 

La radio podría funcionar con las baterías que buscó de un armario. Al sintonizar de ella recibió interferencia, y nada más. Todos esos sucesos hicieron de ella en su conjunto un instante de pánico. La emoción la invadió por lo que permaneció impoluta caminando a paso lento con la mirada frente hacia aquella abertura hecha por el humano. El ventanal. Un hornero parecía que había hecho su nido. Una magnífica obra. Y un chirrido era un espectáculo de sonidos que mantenían inquieta ante la situación a Sabrina.

 

Ya extenuada por todo ese estrés, fue al refrigerador por un poco de agua, y solamente había comida en descomponían. Acto seguido por el hedor que salía de allí, cerró con fuerza la puerta. Y fue hasta el baño donde no aguanto las náuseas, para expulsar de si todos esos sentimientos encontrados a través de los nervios en comida, y hasta los jugos gástricos. Permaneció en una coyuntura inmóvil, y abrió el grifo de la canilla. Afortunadamente, aún salía agua corriente. Un poco amarronada se encontraba, pero era agua al fin. Luego de pensarlo, se vistió con unos jeans, una camiseta. Zapatillas, y medias, y descendió por las escaleras en plena oscuridad hasta el portón de salida. Éste, estaba abierto. Con cautela dio el paso hacia la calle. El húmedo espacio donde se encontraba, hacía que su cuerpo transpirara. Recorrió, sorteando la mayor cantidad de maleza. Quedaban algunos autos, en su forma esquelética. Como si hubieran sido destruidos. Los cimientos de algunas casas. Todo en un escenario apocalíptico. No pudo evitar mirar al suelo en un charco de agua y verse en su rostro como las ojeras de tanta impresión entre tantos hechos dramáticos. En un momento se cansó de sí misma.

 

- ¿Hay alguien? – grita

 

- ¡¡¡¡¡¡Hay alguien!!!!!!

 

- ¡¡¡¡Por favor!!!! ¡¡¡¡Alguien responda!!!!

 

Nada parecía más en su voz, que el viento que soplaba en su dirección. Continuó rumbo hacia ningún lugar, hasta que resbaló, y sin darse cuenta cayó por una pendiente no muy peligrosa rodando hasta el suelo. Entre las blasfemias de la bronca, y la desesperación por caída, se tomó la cabeza por el dolor, y el golpe. Al mirar al suelo pudo ver allí una casa perdida entre cinco árboles que la cubrían. Divisó una imagen confusa. Quizás no estaba sola. Fue apenas cojeando como podía, debido a la caída hasta ese recinto lleno de arbustos. Sorteó los árboles, esquivando su hostilidad de maleza que cortaba la piel. Al llegar a la entrada de esa morada. Cerró los ojos, e ingreso sin invitación. No había nada que se lo impidiera, pues el valor ya era un parte de la desesperación, y el miedo había sido relegado a otro plano. Todo está semi oscuro en una penumbra. Del techo una grieta daba la bienvenida a un rayo de sol. Una mesa solitaria en lo superficial con una botella de vino vacía. Al lado un mueble con gavetas. Abrió el cajón de una de ellas, y encontró un periódico que apenas podía leerse. Amarillo, pútrido, y repleto de hongos verdes impregnados en este, como en la madera vetusta. Las paredes, los muebles, todo era parte de aquel paisaje.




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