Una señal desde los más lejos del espacio. Código indescifrable para la mente humana.
El virus se propagó por casi todo el planeta. Esporádicamente llegó a algunas islas, de todas maneras, no tardaría en contaminar por completo el mundo.
Desde la televisión los habitantes observaban con una pandemia ya declarada en las noticias. El cumulo de muertos aumentó considerablemente. En su casa de retiró alejada de la ciudad, Emilio permanecía en plena reclusión como los presos. Era una, auto reclusión, impuesta, pues no se había decretado un toque de queda, aún. Ya que las medidas eran endebles en ese entonces en su país, no así en otros continentes, donde el germen estaba haciendo estragos con la población.
De todas maneras por mucho que desease salir era muy precavido, cuidadoso, y en su cautela se veía en plenas luces de su razón, la indecisión. Esa fue la característica que lo acompaño en toda su vida. Por ello no tuvo grandes logros. Un trabajo austero, y poco emocionante, relaciones definidas de corta duración, aunque una casa heredada de una tía.
No fue, sino cuando se estaba preparando la cena aquel domingo del corriente año. La radio encendida en la sala de estar tenía una interferencia aguda, cuyo ruido destrozaba los tímpanos auditivos de cualquiera que estuviera a su alrededor. Emilio se dirigió a ella, y apretó el botón para desactivarla. Respiró hondo, ante el silenció que abrazó su mente en el infernal sonido, y regreso a su cocina. Unos huevos fritos, con una ensalada de tomate, zanahoria, y morrón. Pico cuidadosamente cada verdura, y fruta. Abrió después de meditarlo una botella de vino de poca calidad.
En su fetiche culinario, se levantó de la mesa para encender la televisión. Aquel aparato tenía una lluvia de interferencias, por lo que resolvió apagarlo por completo. Quiso realizar la misma operación con su radio, que emitía nuevamente un estrago auditivo por si sola, y continuaba con aquel sonido infernal. Respiró con el aire que pudo rescatar para alimentar su resignación, y se sentó en su silla para terminar de cenar. No poseía en aquella casa internet, por lo que estaba aislado en cierto sentido.
Al concluir su empréstito digestivo, llevó el plato, cubiertos, y vaso a la cocina. Lavó, y ordenó. Quedaba un poco de vino, pero será para otro día. Lo guardó en su refrigerador.
Luego regresó al living para tumbarse en el sillón donde, de a poco sus ojos se cerraban por aquel proceso del cuerpo que produce el cansancio extremo al trabajar el aparato digestivo como una suerte de lavarropas con los alimentos digeridos.
Percibió un titileo en su ojo, como si algo lo estuviera picando. Sus retinas se levantaban como una persiana, y un punto podía visualizar. Una aguja hipodérmica que se dirigía a él, su rostro se transformó.
Estaba de forma vertical en un tubo de cristal aparentemente con un líquido hasta el cuello, y cables a su alrededor. Y la aguja rosando sus parpados. Quiso gritar pero su boca estaba sellada con una suerte de pegamento. Solo gemía, del otro lado los seres sin expresión anotaban cada gesticulación de expresiones faciales.
El líquido de un color amarillo comenzó a drenarse, hasta quedar completamente desagotado. Quitaron sus cables, este estaba paralizado sin poder hacer nada, solo sus ojos veían, y se expresaban con un terror sistemático. Intentó moverse, mientras lo llevaban con velocidad por una cámara donde se observaban otros tubos de estudio, con pedazos de cuerpos de humanos, y de otras especies. Eso produjo en su corazón un palpitar de nervios que se clavaron en aquellas figuras que parecían de un museo del espanto.
Sentía que era una película donde se lo comerían a medida que lo analizaban.
Llegaron un sitió lleno de máquinas, donde lo maniataron en sus muñecas de las manos, tobillos de sus piernas, y pecho con un cinto de metal. Estaba colocado a medida, y con la manipulación del ser que direccionaba un control remoto, se apretaba más. Pronto se sintió el dolor interno de Emilio en su desesperación. Esto hizo que la transpiración se esparciera de los poros tratando de huir de su piel.
Luego lo llevaron a otra cámara donde expusieron su cuerpo a altas temperaturas. Veían que sus ojos se cerraban en el descanso eterno del mareo, y comenzó entonces a experimentar alucinaciones como una figura de una mujer, la cual fuera su novia, en momentos, aparecieron imágenes de donde caminaba por el parque de camino a la escuela. Efectos visuales de determinadas situaciones comunes, buenas, malas. Etc. A continuación el frio extremo. Sus fosas comenzaron a expulsar fluidos. Inyectaron en él, un suero. A la hora de investigación se sentía cansado y con una tos ligera. Sus pulmones se cargaron de una sustancia voluminosa. Esa acuosidad que no le permitía respirar con frecuencia parecía viajar por sus bronquios.
Esperaron resultados. Rápidamente en su piel empezó a sentirse pálido. Y el corazón comenzaba a latir con menos pulsaciones.
En el registro continuaba la exploración. Sería el turno de quemar su piel, algo que determinó que lesionaba su sistema nervioso, que no podía tolerar desde su cerebro tal efecto. Su anatomía, recibió otros castigos. Cortaron un dedo, quemaron con gotas de ácido su piel, y clavaron en su vientre un cuchillo quirúrgico para verificar la coagulación de la sangre que escapaba en todas direcciones.
Era como si fuera una indagación corporal de prueba y error a estímulos. Como conejillo de indias. Luego inyectaron una sustancia viscosa que aliviaba el dolor unos instantes, para luego aumentarlo.
Los seres estaban sorprendidos como podía la anatomía humana resistir el impacto de tales averiguaciones, y pensaron en lo que sucedería.
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Editado: 30.04.2024