Pensaban que era un sueño, una ficción. Una de muchas circunstancias venidas de la imaginación, ¡pero no!, se equivocaron.
Analía, y Sergio, recién casados compraron el departamento de dos ambientes del pasaje Oporto, barrio de Versalles, allá en el oeste de la capital. La casa se adquirió por medio de una subasta judicial. Los primeros días de convivencia fueron normales. Era un periodo de adaptación, sobre todo cuando se supo que la cuarentena por la pandemia era una realidad, y el tiempo que era un elástico que se estiraba perdiendo la noción. -
La noche del episodio, ella estaba sentada en el sofá, mirando una serie por la televisión, y él preparaba una tarta de jamón y queso en la cocina.
- ¿Querida que te sirvo para beber? – Sergio tenía una botella de cerveza abierta, pero ante las dudas, prefería disipar por lo que su esposa quisiera –
- Solo tráeme un poco de agua – le responde concentrada en aquella serie de acción.
–
El horno estaba en su punto justo como para calentar la comida. Sergio abre la tapa de la cocina cuidadosamente, e introduce el molde con aceite y la tarta. Fuego medio para una cocción justa, y medida. Toma dos vasos. Coloca agua en uno, y el otro cerveza, y se dirige hasta donde su mujer. Ambos juntos comparten el momento, mientras la comida se prepara.
- ¿De qué trata la serie? – pregunta Sergio – ¿parece sobre una enfermedad?
- ¡Lo es! – no te podría decir exactamente, aunque es sobre una enfermedad que ataca a la población. –
- Mira, como una masacre. Todo el mundo va, y viene desesperados. – expresa con asombro. -
- ¡Claro! Aparentemente, un virus se escapa de un laboratorio, y comienza la infección en un pueblo de África en Somalia. Y llega desde allí hasta Europa – cita ella. -
- Siempre los países más pobres, son los desdichados – confiesa Sergio en su alma de justiciero – ¿y lo gringos ya salvaron al planeta?
- ¡Shh! Mira, y no interrumpas. – responde con enojo Analía. -
Ambos absortos permanecían estimulados por aquella caja visual en una serie que parecía tan real, y misteriosa. Sin percatarse de lo sucedido, Sergio siente el olor a quemado. ¡La tarta!, y sale corriendo hasta la cocina. Por casualidad no se quemó. Abrió rápidamente la tapa del horno. Y tomo una franela mojada para no quemarse la mano, mientras agarra el molde, que coloca sobre las hornallas. Abrió las gavetas, y tomó dos platos.
- ¿Amor llevo los platos con la tarta? – pregunta Sergio -
- ¡Trae todo aquí vida! - le comenta –
Este se quedó pensativo. Su mujer estaba insumida en esa serie. Tenía la mirada pegada al televisor como si fuera una hipnosis. Al llevar la comida, previamente puso una mesita ratona para poner los platos con los cubiertos, y los vasos. Cortó cuidadosamente una porción para ella, y una para él. El fetiche del alimento se gestaba, y su mujer apenas probaba bocado.
- ¿No comerás amor? – pregunta con un bolo alimenticio en su boca masticando de forma grosera. -
Ella no respondía. Y era extraño. Sergio experimentaba en su mujer una parálisis mental. Y solo habían pasado minutos desde que ella contestó.
- ¿Amor pregunte, sino comerás? – vuelve a preguntar ya con enojo Sergio –
El examinó a su mujer. Su rostro, sus ojos, las mejillas, sus labios, nada parecía generar movimiento, como si estuviera conversando a una estatua. Esto le produjo un susto.
- ¿Vida que te ocurre? – coloca su mano sobre el brazo de ella, moviendo lentamente su carne. Examino su piel cuyas venas estaban pronunciadas como si los músculos de su cuerpo estuvieran contraídos. –
Analía movió apenas el cuerpo, en un desplazamiento cauteloso de su cuello, mudó su mirada hacia él, y luego al televisor. Un interlocutor con traje color negro. Corbata, camisa rosa, saco de vestir, pantalón pinzado estilo italiano, y zapatos de cuerina, conversaba a la cámara.
- Vean el desastre, y no dejen que los pierdan. No pierdan la conciencia.
Los ojos de aquel hombre se trasladaron a los de Sergio. No dejen que los pierdan, el hombre le comenta a una pareja en la ficción. Una lluvia de colores desdibujaba el paisaje donde estas tres personas platicaban.
En la mesa la comida se enfriaba, y la cerveza perdía el gas de su efervescencia. En aquel vaso, las imágenes de un matrimonio.
En la televisión del otro lado, no se pierdan era el mensaje. Termina de conversar aquel hombre que desaparece de la escena al platicarle, a una pareja sentada frente al televisor que observa la pantalla. El hombre parecía ser un agente que visitaba la casa de ellos.
Eran cuatro personas, dos en la realidad, y dos en la ficción. Se miraron fijamente, y estudiando la pareja de la televisión hablaban entre ellos.
- ¿Mira esa serie de televisión vida? – comenta el hombre de ficción
- Sí, es una mujer, y un hombre frente la caja de imágenes – le expresa ella. -
- ¿De qué tratara aquellos capítulos? –
- ¿Están queriendo cenar parece no? - dice él. –
- Es muy aburrido, ¿se parece a nosotros no? – se ríe ella –
- ¡Sí!, o tal vez tienen que permanecer en cuarentena –
- ¡Como nosotros! – menciona –
- ¡Deben estar en la misma situación de la cual estamos con el virus! Nos sé qué haremos no podemos salir, y ya pasado un año, y lo único que nos queda es vernos la cara. Es ver esta serie de una pareja.
Del otro lado, un parpadeo de los ojos de ambos, lo trae nuevamente en sí.
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Editado: 30.04.2024