Historias de la cuarentena

El fantasma de la mesa de luz.

¿Qué es un fantasma?, ¿nos preguntamos? Alguien que se ha desvanecido por el olvido dice las palabras.

 

 

 

Y el pecho que se te llena de preguntas en aquella tarde en una gastada fachada. Alguien se ha desvanecido para errar en los pasillos como la mesa de luz detrás de un espejo indica. ¿O solo burla del inconsciente de un imagen errante de la paranoia humana? A esta altura del partido me atrevo a suponer con total convicción desde mi perspectiva curiosa que aquel a quien le doy la espalda tenía ganas de que contase su historia. Y yo hombre de ciencia y teología, digo que esa sombra era parte de un pasado que seguía ahí esperando que ese alguien por fin lo viera y hablase de él. Tal vez para no sentirse ausente.

 

 

Palabras de un hombre que ya no sabe en que creer.

 

 

 

Era la tarde de verano en un pueblo de la provincia. Estaba de viaje. Vacaciones. Por la radio podía escuchar las noticias que comenzaron con un panorama mundial sobre el virus que estaba avanzando cada vez más sobre el mundo. Algunos países ya habían decretado una cuarentena obligatoria, y en poco tiempo estaría aquí llamando a la puerta. Ya avanzando con el auto en gran medida a destino, éste se descompuso, y no tuve más remedio que hace la parada obligatoria en el pueblo de la provincia. Lo llamo así porque no conocía en aquel entonces a raíz de mi manera despistada de ser donde estaba ubicado realmente, solo me remití a conducir. Al llegar por determinadas averiguaciones, supe mi destino. Dejé el auto en el mecánico más próximo, quien me confeso que un día tardaría la avería en solucionarse. No hay remedio una noche de hotel, y dedicarme a recorrer aquellos sitios, cerca de un páramo bastante desértico producto del calor del infierno. Me olvide de todo, no pensaba en futuras infecciones, ni ataques de microbios. Pude con un poco de esfuerzo realizar un perímetro de la mayor parte de sus calles y alrededores en los que me adentré. Me quedaba la vieja mansión apartada de todo matiz de civilización. Mis palabras describen un lugar grande alejado de las cercanías de las casas aledañas que estaban fuera de su radio de alcance. Al llegar tenía una reja oxidada. Abrí la misma con el chirrido que siente el dolor de la falta de aceite. Crucé un sendero de tierra que me llevaba al complejo deshabitado. Aquel camino denotaba el aspecto lúgubre de árboles a su alrededor como soldados firmes observando los pasos de quienes vienen y van. Dos grandes estatuas de leones, podían verse. Inmensa en su esplendor la mansión podía visualizarse a la mitad de camino. Llegue con la calma del caminante de ruta, al cual el sol ha hecho estragos. Con sus puertas abiertas, decidí adentrarme solo en aquel castillo de habitaciones gastadas, y destruidas por el tiempo y la historia. Su leyenda era conocida en el pueblo de la provincia. Una mansión preparada por dos terratenientes para la oligarquía argentina, y otras personalidades del mundo. Era la perla del pueblo y al

 

 

 

 

perderse se perdió el mismo. Otra narración parte del folklore cita, que Era un hotel especial, sus huéspedes eran en su mayoría enfermos de tuberculosis, paludismo o tifoidea. Lepras, y otras tantas obras de la naturaleza para acabar con la civilización errónea. Los aires de las montañas de la mansión eran mágicas para la cura de tanto mal de una peste medieval traída por los españoles al nuevo mundo. Como toda enfermedad pudo curarse, y como toda enfermedad no. La única cura con suerte es que la parca no esté ahí para llevarse a nadie. No obstante era otro inquilino más a quien acudir cuando el médico y el sacerdote, ya habían dado por concluido su trabajo. El cementerio cercano fue como una cárcel para tantas almas caídas y yo estaba recorriendo ahora sus habitaciones con la tenue luz del día. Algún sonido locuaz hace su aparición. Son solo sonidos impertérritos que en una noche podrían generar la mayor de las paranoias humanas. Pase por el bar. Una barra grande, con mesas y sillas antiguas. En sus paredes litografías de propagandas de los años veinte. Ellas se conversaban con las mesas y sillas, para no sentirse solos. Porque cuando un lugar se encuentra abandonado, los pequeños elementos inanimados toman vida con la esencia de quienes años atrás estuvieron ahí. Posiblemente mi espíritu quede reflejado en aquellas ficciones que estoy comentando. Salgo de aquel espacio y continuo por unas escaleras que me llevan al primer piso. Las paredes destruidas y habitaciones oscuras acechan. Retrato con algunas fotos y filmo episodios con la máquina de copiar la realidad. Se siente el frio de la humedad que subyace de los muros, y no hay nada más que me llame la atención. Era como una casa deshabitada. Y cuando esto ocurre solo resta el desasosiego y la amargura que el aire se encuentra esparcida.

 

Me dirijo al patio de aquel piso. La estatua de la cara destruida de un dios nórdico al que llaman Heimdal el centinela de los mundos se encuentra ahí sin ojos con los que poder ver. Me detengo y la miro fijamente. Aquel guerrero yace en su caída perdido sin poder vigilar a quienes abundan en los parámetros de la mansión. Sin vigilancia, hay libertad. Sigo mi camino tranquilo, él, no puede captar que estoy aquí como polizón. Retomo mi camino. Una habitación con la mirada de un cuadro de una mujer, una cama, una mesa de luz con una gaveta, un vidrio en ella que hacía a las veces de compuerta para guardar cosas, y un gran mueble con el espejo arañado. Tomo la cámara de fotos, y saco una foto para aquella imagen que se refleja que no es más que la mía. Una persona por sí sola, cotejándose en toda su anatomía. La dimensión digital de la maquina me permite ver la impresión. Dos fueron las fotos. Lo sorprendente de ello, era saber que el símil de una de las piezas tenía un tono más negro, al cual no presté atención, sino cuando dirigí mi visión a la mesa de luz que en aquel vidrio que tenía en su frente, y el cual reflejaba un personaje minúsculo que algo de mi atención llamó. Me senté un segundo en la cama y de mi bolso, tomé el anotador. Sentí la necesidad de hacerlo. Las primera línea fue una pregunta retórica de porqué estaba allí yo, a lo que me respondió, el externo que el destino te lleva por derroteros tan raros que uno termina en una habitación abandonada de una mansión de los años más antiguos de la historia del pueblo.




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