Historias de la cuarentena

La casa de los Pugliese. -

Apodado el mago de la estrategia y el engaño, Hermes tenía planeado el sistema justo de la casa de los sauces de la calle Desaguadero. Una fachada antigua perteneciente a los Pugliese. No se sabe a ciencia cierta que la misma ha quedado abandonada. Su último morador fue doña Alcira, que ya pasada de vetusta no se la vio nunca más por aquella mansión. Describiremos la casa de dos pisos y medio. Alrededor de ella un campo de sauces, y maleza de la altura de unos cincuenta centímetros sellada con una reja oxidada y chirriante. En medio aquel inmueble. Ventanas en sus contornos, una única puerta de madera y una decoración de mármol con la figura de una gárgola sonriendo al estilo del teatro italiano. Las paredes un tanto resquebrajadas por el pasado, el presente y tal vez el futuro. En el interior los que llegaron a verla expresaron que su estilo era más bien de los años del 1900, cuando la republica argentina recién adquiría una identidad como país y granero de la humanidad. Una escalera llevaba a la sala del segundo piso, en la cual se guardan las habitaciones con recelo. Hay otros que afirman en sus leyendas que las voces son recurrentes, que los cuadros hablan, que las cortinas bambolean al sonido del viento y que el foco de una luz se presenta intermitentemente. La figura de una adolecente en las ventanas que posa su palma. Hay pensadores y refutadores de aquellas historias de lo paranormal. Ahora bien, intrigante es que cada animal que pasa por aquellas puertas de rejas de metal lloran el desasosiego, y la premura de un miedo que genera rabia al mismo tiempo que desconsuelo. No se ve vida del otro lado como si la vida fuera un pecado en este recinto tan lúgubre en la cual los elementos inanimados quisieran tomar desde una inverosímil actitud el facsímil de los estamentos de los hombres y mujeres, cuando en realidad los antiguos moradores de la casona de dos pisos llamaron a la desesperación, cuando se les prohibió el ingreso al paraíso y el infierno.

 

Hermes el astuto, fraguó un plan maestro para poder ingresar, y cometer el delito del hurto y tomar con sus propias manos cuanto objeto de valor en sus alrededores se encuentre. Tenía todo pensando. Se había diseminado el miedo a raíz del virus de la gripe Covid-19, y al determinarse la cuarentena a fin de evitar los contagios, este aprovecho sus artimañas para pasar desapercibido en las calles. El estratega de años, planificó en la noche de los santos el robo. Era simple desde los techos como los gatos estarían ingresando hasta la habitación de los contornos de la derecha. Una ventana según sus fuentes se encontraba abierta y era cuestión de tiempo. Romper la barrera de la seguridad de una casa abandonada. Llego el día del juicio, y la entrada a los espectrales y seductoras corrientes de aire de la fachada Pugliese.

 

Hermes observó su reloj a la hora indicada, e ingreso con una treta lúdica especial a los perros de su vecino. Cuestión que desde un comienzo le pareció un tanto extraña. Su juego consistía en un pedazo de carne saborizada con alguna especia que mantenía ocupados a

 

 

 

 

los canes, aunque un tercero que no participó del evento, lo descubrió sin chistar con ladridos impertinentes que despertasen a la pareja de ancianos que descansaba. Nuestro amigo hizo de las suyas escalando los techos para luego pasarse al árbol del predio infestado de maleza y yerbas, y de aquel roble gigante de pura madera podrida y seca a la punta de las tejas de la azotea. El perro, aún observaba sin decir nada al respecto. El anciano se despierta en medio de la noche y llama a sus mascotas. Vengan aquí. No pierdan el tiempo. Vengan aquí. Los animales salieron corriendo para el interior de la casa, en cuanto el viejo abrió la puerta. Uno de ellos lloraba. Calma le dice y observa a la casa de al lado con una ademan negativo. El viento inmediatamente selló la puerta con llave. El astuto intenta el ultimo salto, como siendo empujado por alguna fuerza de la cual creía que era su habilidad para escalar. Ya impoluto en aquel tejado, la luna se convirtió en una masa amorfa, y unas nubes cobijaron su luz reflejada del sol quedando a merced el hombre, de la oscuridad que de susurros inventaba escenas de una paranoia que éste vislumbró al movimiento de las malezas en los suelos que parecían mofarse con ruidos escurridizos. Ladea la cabeza y vuelve en sí. Es solo una falacia originada por un miedo y punto. Camina hasta llegar al sitio de aquella ventana y lentamente termina de abrir sin pronunciar ruido alguno, arrojándose como una hoja de otoño que cae al suelo de la madera añeja y llena de polvo. Cuidadosamente encendió su linterna, y el primer movimiento de silueta apareció y desapareció sin pleno aviso ¡Claro está!, que no lo presintió, como tampoco el estridente movimiento de un mueble. Al salir de la habitación en el pasillo un cuadro del lado derecho un hombre con bigote clavo su vista, y él, le devolvió la mirada dentro del espacio gris de penumbra. Del lado izquierdo el espejo rajado de lustros, décadas y centenas del tiempo, apuntó la luz a éste sin notar nada, aunque el susurro del zumbido acarició su cuello. Inmediatamente se dio media vuelta al cuadro que aún de forma estoica guardaba su mirada, al voltearse una sombra detrás de él se esfumo en segundo. El susto del estratega fue que sus piernas se dirigieran a la sala de la planta baja descendiendo rápidamente las escaleras de origen primigenio. Un tropezón casi en la mitad del camino como si tocaran su talón de Aquiles lo depositó boca abajo contra el piso, al incorporarse en su soñolencia, podía notar una mujer de unos dieciséis años con ojos negros, y pálida, que abrió su boca de tal forma que intento tragarse al ladrón. Este se lanzó hacia atrás. El velador de una luz se encendió y se escucharon los pasos de las risas ajenas de una carcajada macabra que consumía sus oídos. Semi mareado. La cabeza del astuto daba vueltas, mientras una y otra vez sentía aparecía aquella mujer queriendo tragarse en cuerpo entero al ladrón. Y las risas de una vieja insolente y el movimiento de las cortinas, que parecían hablar hasta que nuestro amigo desvaneció en una silla de la sala. Sus ojos se desorbitaban al observar al costado de su derecha, una anciana muerde su mejilla y se mofa del dolor. El hombre no puedo ahora siquiera levantar su cuerpo de la silla. Está atrapado en aquel asiento y a su alrededor, las figuras de pesadilla lo maldicen con extrañas situaciones. La anciana vuelve a él y acaricia su cabello e introduce su dedo en el ojo derecho sacando este desde la córnea con un hilo, en cuanto el dolor de la figura humana paga el precio y la dama intenta devorar su carne y el hombre del cuadro no quita su vista y se lamenta. La luz se apaga y enciende y llega la bestia con el martillo. La anciana repite la operación quitando el otro ojo y dándoselo a la bestia del martillo como pago parcial, y éste entrega a la vieja un libro que




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