La tarde lluviosa en que murió su tía Olvido no la olvidaría jamás, una joven Ofelia, todavía presa del shock, temblaba en brazos de su novio Jaime, cuando entre jadeos, le contó que su tía se había alejado de la mano de un espectro envuelto en una túnica negra con capucha, armada con una larga guadaña.
—… mi tía, aunque ya en forma de fantasma parecía feliz, en calma. Su vida sé que no fue fácil, siempre solitaria, con una gran lacra a sus espaldas, pero en aquel momento, antes de desaparecer, me miró y sonrió.
Jaime la escuchó con gran paciencia. Aquello parecía sacado de una historia de Simgar Alan Poe, pero más inverosímil era tener un padre alienígena y él lo veía todos los días, con su camisa de florecitas roja y sus bermudas.
—Te creo cariño, aquí en el barrio puede pasar de todo, por eso tiene el nombre que tiene y todos estamos orgullosos de él. No temas, tu tía estará bien y su lápida está en el jardín, puedes hablar con ella cuando lo necesites.
Por eso, al despedirse y quedar para su fiesta de cumpleaños que sería dentro de dos días, Ofelia se dirigió al patio, el cual era un misterio para ella, porque además de algunas tumbas, tenía un sillón tapizado en rojo en medio de ellas, como si a alguien le gustara pasar el tiempo allí...
Ando cuidadosamente, sin poder ver como algunas almas se giraban para observarla también con respeto, porque le tenían cariño a su tía, la cual había cargado durante toda su vida injustamente con sus muertes.
Los padres de Ofelia, que se aproximaron dejando a su paso pequeños charcos de agua, alzaron sus brazos para abrazarla sin conseguirlo, el personal de servicio se mantenía junto con las cabezas gachas en señal de duelo. Los que habían muerto electrocutados no podían evitar lanzar chispas sin control, el repartidor con la rabia tenía un poco saludable color morado y a veces cuando se ponía nervioso tendía a morder. Ahora no lo estaba, pero se tapaba la boca con una mano porsiaca. Solamente una figura se hallaba en un rincón como perdida, sin saber qué hacía allí.
Al despertar lo primero que vio fue el nombre que tenía grabado en la placa metálica: Lila Reclutas. No tenía muy claro quién era, pero estaba segura que aquel no era su nombre. Entonces, si ella no era en realidad la esposa del General, ¿Quién se hallaba enterrada en el patio de Olvido?
Para eso hemos de rebobinar a unos cuantos años en el pasado. Dejamos a Lila abandonando a su marido e hijos después de firmar el divorcio y marchándose en un taxi que la vino a recoger a la puerta.
Mientras se alejaba, pudo darse cuenta de la mirada de odio de su esposo, sus puños cerrados a los costados de su cuerpo y supo que no dejaría de buscarla hasta encontrarla. Y dado el historial violento que tenía a sus espaldas, tuvo miedo que le hiciera algo malo.
Entonces desesperada buscó la ayuda de la única persona que podría hacerlo: Olvido Fantoche, entonces todavía con su nombre de soltera al haber enterrado a su segundo marido.
Se presentó una noche disfrazada con una peluca y lentes oscuros, saltó la verja y llamó a su puerta.
Ésta al principio no la reconoció de esa guisa, además la ultima vez que vino a su casa para visitar a Ofelia, era una mocosa de diecisiete años.
—Pero, ¿qué te trae por aquí? Cuánto tiempo ha pasado… Ofelia no está, se ha quedado en casa de su novio, pero pasa, pasa… veo que tienes prisa.
Y las dos en el salón, tomando juntas una taza de café, Lila le contó entre llantos que había dejado al General, que ya no podía soportar aquella vida… Todos pensaban que lo había dejado por considerarlo poco hombre al haber perdido en la famosa disputa con su vecino el extraterrestre de pelo bonito, pero en realidad su marido era un maltratador, era extremadamente violento, creía que estaban en medio de una guerra y estaba obsesionado con formar un ejército para defender aquel mundo. A ella la trataba como una criada, la quería sumisa, jamás contaba con su opinión en nada… había pasado un infierno.
La primera vez que la golpeó, al instante le suplicó que lo perdonara, que cambiaría, que no quería perderla. Y ella lo creyó, porque a partir del día en que nacieron sus tres hijos, aunque era extremadamente estricto con ellos, (consecuencia pensó de su propia educación), ya no se metía en peleas. Pero después de unos años de calma, llegó aquel extraño personaje de piel verdeazulada y su carácter volvió a ser el que era en su juventud. Al enterarse por la chismosa de su amiga que, de nuevo se había enzarzado en una pelea, tomó la decisión de abandonarlos a todos, pero temía por su vida.
—Calma amiga, creo que ya sé lo que vamos a hacer… para evitar que pueda seguirte, planearemos tu muerte. Colocaremos en tu tumba un cadáver falso y haremos creer a todos que moriste y te enterraron aquí. Total, una tumba más… Estoy planeando irme del barrio durante una temporada y de esta manera el asunto quedará zanjado.
Lila se secó las lágrimas y asintió. Aquella mujer tenía unos ovarios como puños, había decidido eso en un segundo, como quien planea la compra en el súper y sin siquiera pestañear.
—Está bien, confiaré en ti. Por cierto… ¿cómo está Ofelia?
---
Enfrente de la casa del esposo de la “fallecida” Lila, Obrero de Polinización 9, Pérez, organizaba feliz la fiesta de cumpleaños de su hijo mayor.
Puso globos colgando del porche ayudado por su hijita Inés y su amiguito Fofo, asó por lo menos diez platos en la barbacoa, entre Llantenes, hamburguesas de pollo y ternera, choripán, carne asada, Trucha arcoíris…
Elena le advirtió que no hacía falta tanta comida, que solamente iban a ser ellos, pero éste no atendió, tan entusiasmado como estaba.
—No pasa nada “Tronquito de alcachofa”, si sobra los regalaremos a los vecinos. Algunos son tan delgados que parece que no hayan comido en semanas…
Repartieron invitaciones en todos los buzones, pero aunque alguno se paró frente a la casa para curiosear, el hecho de estar dentro de la División 49 y tener de vecino a aquel malcarado del General, los acabó haciendo desistir.