Historias de mis sueños

Historias de mis sueños - Vol 1

El sol se cernía bajo en el cielo, proyectando largas sombras sobre la bulliciosa ciudad mientras los ecos de las multitudes rugientes llenaban el aire. La gran final de la Liga Amateur de Críquet estaba en marcha, un torneo donde el talento puro se encontraba con la oportunidad, donde los sueños se hacían y se rompían en cuestión de jugadas. Los dos equipos que luchaban por la victoria eran los Dragones Ascendentes y los Toros Furiosos, cada uno anhelando el codiciado trofeo del campeonato. Distinguidos invitados de honor presidían el evento; entre ellos, el jefe de policía de la ciudad y el ministro de deportes del estado, ambos sentados en las gradas VIP, observando con anticipación.

A kilómetros de distancia, atravesando el tráfico en su motocicleta, iba un inspector de policía—nuestro héroe. Su deber esa tarde era simple: un patrullaje rutinario. La ciudad vibraba con la emoción del partido, pero algo inusual captó su atención. Un joven, de poco más de veinte años, corría por la calle con su camiseta de juego empapada en sudor. Había urgencia en sus pasos, una desesperación que despertó el instinto del oficial.

Deteniendo su moto, interceptó al joven. “¿A dónde vas con tanta prisa?” preguntó con firmeza.

El joven, jadeando, apoyó las manos en las rodillas y tomó aire antes de responder, “Señor, estoy jugando en la final de la Liga Amateur de Críquet... llego tarde.”

Fue entonces cuando el oficial notó las manchas carmesí extendiéndose por la camiseta. Sangre. Fresca, profunda y filtrándose de una herida abierta. Frunció el ceño. “¡Estás sangrando!” exclamó. “Necesitas atención médica.”

“Es solo un pequeño corte, señor,” dijo el joven con una sonrisa forzada. Pero su cuerpo lo traicionó. Se tambaleó ligeramente, su fuerza menguante.

El oficial miró más de cerca. La herida estaba lejos de ser menor. La sangre goteaba por su costado, manchando su uniforme de cricket. Y entonces, el chico habló de nuevo, su voz más baja esta vez, teñida de algo inquietante. “Señor… no me queda mucho tiempo.”

El pánico recorrió al oficial. “Tenemos que llevarte al hospital, ahora.”

Pero el joven le sujetó el brazo, sacudiendo la cabeza. “No, señor. Por favor… lléveme al estadio primero. Mi padre… está allí. Solo quiero verlo una última vez.”

El oficial dudó. El tiempo se escapaba como granos de arena entre los dedos. Cada segundo contaba. ¿Hospital o el estadio? ¿Deber o el último deseo de un moribundo? Años de entrenamiento le decían que salvara la vida del joven, pero algo en esos ojos suplicantes hizo que su corazón flaqueara.

Respirando hondo, aceleró la moto. “Agárrate,” dijo, y se dirigió al estadio.

Para cuando llegaron, el partido estaba en su punto máximo, la multitud ajena a la tragedia que se desarrollaba. El oficial cargó al joven en sus brazos, su respiración cada vez más débil. “Padre…” susurró el chico, sus dedos aferrándose a la tela del uniforme del oficial.

Un hombre mayor en las gradas giró, su rostro perdiendo todo color al ver a su hijo. Se apresuró hacia él, con las manos temblorosas. “¿Hijo?”

El joven le regaló una sonrisa débil y cansada antes de que su cuerpo se desplomara.

El grito del padre perforó el aire.

El oficial apretó su agarre sobre el cuerpo sin vida mientras un nudo se formaba en su garganta. Sus ojos ardían, pero los cubrió con los dedos, obligando a las lágrimas a no caer. Esto no debía terminar así.

Una voz severa rompió el momento. “¿Qué has hecho?”

El jefe de policía avanzó con expresión de furia contenida. “¡Debiste llevarlo al hospital! ¿En qué estabas pensando?”

El oficial se giró para enfrentar a su superior, aún con las manos manchadas de sangre. Relató cada detalle, desde el momento en que vio al chico hasta sus últimas palabras. El estadio quedó en silencio. Pero la expresión del jefe de policía no se suavizó.

“Esto es inaceptable,” declaró. “Quedas suspendido hasta nuevo aviso.”

El oficial se irguió, con los puños apretados.

El mundo siguió adelante. La multitud vitoreó un juego que para él ya no tenía sentido. El trofeo fue levantado. Y un padre lloró por el hijo que perdió.

El oficial permaneció inmóvil, su corazón pesado con una pregunta que se haría para siempre: ¿Había tomado la decisión correcta?



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En el texto hay: shortstory

Editado: 14.03.2025

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