Historias de San Valentín.

Ring for a Kiss. Parte 3

La playa. 

 


 

El viento salado podía olerse y alborotó los cabellos de Clara quien bailaba en su asiento con la canción de la radio. Una mezcla de pop tecno y retro con ritmo pegajoso. Owen había retirado la capota así que Clara podía extender sus manos al cielo estrellado que los seguía por la oscura carretera. 

Bebió otro trago de la botella de vino y se la pasó a Owen quien dijo que esperaría a que llegasen para beber. Pero al parecer a Clara, el vino ya le había hecho efecto en el estómago vacío y sus inhibiciones desaparecieron. 

—Ya quiero que lleguemos. Quiero bailar y correr — decía soltándose el cabello —. Y tirarme al mar y…

—Si vas a sacarte el sostén, no lo lances — dijo sonriendo con picardía y extendiendo su mano. 

—Y qué harás con él — preguntó Clara con las manos sobre su pecho como si protegiera la prenda. 

—Lo guardaré. Cómo recuerdo. 

Clara se rió y siguió cantando la estúpida canción. Solo se podía el coro pues al parecer era el hit de la noche. Ya era la tercera vez que la ponían. 

*** 

A Owen parecía divertirle todo aquello. La locura y sensualidad de la Clara ligeramente ebria, le recordaba esos días de escapadas a la playa. Sentir el auto deslizarse por las curvas de la carretera se resentian en su estómago. Cómo cuando esperas algo con verdadera emoción o quizá… eran los recuerdos.   

De pronto el mar se veía en el horizonte. El azul negro era distinguible aún en la penumbra de la noche. 

—Mira. Ya llegamos — anunció a su amiga quién reaccionó eufórica. 

Se rió con ella mientras descendían hasta la propiedad. 

—¿Es aquí? — inquirió Clara con una repentina sobriedad en la voz. 

—Sí — dijo sacando las llaves de la casita blanca. 

El romper de las olas se escuchaba claramente. Hacía un poco de frío. La brisa marina les llenó la boca. Podías saborear el mar desde ahí. 

—Y esto… ¿Es tuyo? 

—Aquí vivo — aclaró —. Cuándo no estoy en la ciudad. 

Encendió las luces que por suerte hoy funcionaban. A veces se iba la energía eléctrica. 

—Así que… aquí es donde traes a las chicas, ¿eh? 

Clara a penas se sostenía del desayunador con la botella en la otra mano. 

Sonrió de nuevo al querer hacerlo pero es que Clara lo hacía sonreír. 

—No. De hecho, es todo lo que me queda de … 

Se retrajo de continuar. Ese no era momento de historias tristes. Aunque parecía que Clara comprendía de qué se trataba. 

—Lo siento. Creo que estoy un poco ebria para esta conversación. 

—Sí. Pero solo un poco — apoyó. La chica sonrió como una niña con las mejillas rojas y el cabello alborotado —. Quizás debas comer. 

—Estoy de acuerdo. 

—Encenderé una fogata afuera. Por qué no traes los platos. Están arriba — indicó recogiendo las llaves del auto para traer la comida. 

Uno de los platillos era una ensalada a base de aguacate o palta como se conocía en otros lugares. 

—No me gusta. 

—Pero si nunca lo has probado, cómo sabes que no te gusta — insistió Owen. 

—Suenas como mi mamá. Pero es que no me gusta como huele. 

—No tiene olor. Vamos. Solo un poco. Y después pasamos al siguiente plato. 

—M-m. 

—Solo un trocito. Abre la boca. 

—Es asqueroso — se quejó torciendo el gesto. 

Owen se echó a reír. 

—Es cierto. Es viscoso, verdad y huele fatal — se quejó como una niña. 

—De acuerdo, hagamos un trato. Yo probaré una asquerosa almeja si tú das un bocado de aguacate. 

Suspiró derrotada. Aceptó en silencio. Usó sus dedos de pinzas para la nariz y dejó que el tenedor entrara en su boca. 

—Ahora mastica y traga. 

Clara negó con la cabeza y en seguida se le notó el asco. La luz de la fogata resaltaba el color verde que estaba tomando. Entonces, se puso en pie a toda prisa y echó a correr hacia los árboles. Pudo escuchar con todo detalle cómo su cuerpo expulsaba todo lo ingerido en el día. 

—Te dije que no me gustaba — dijo cuando volvió de lavarse el rostro. Comía algo de una pequeña cubeta con una cuchara. 

—¿Qué traes ahí? 

—Lo encontré en el congelador. No sé le ve el sabor pero creo que es pistache aunque tiene un toque amargo. Quizá es de esos con chocolate amargo y café. 

—Déjame ver — dijo quitándole el bote de sorbete. Lo olfateó y luego probó un poco —. Clara, esto está vencido. Tiene meses ahí y nunca lo eché a la basura. 

—Ok. Definitivamente moriré en esta playa — dijo sentándose junto al fuego. 

Se quedaron mirando las olas un rato en silencio. Los recuerdos volvían, al igual que el agua, intentando alcanzarlos pero él se mantenía a la distancia. 

—Y cuándo me hablarás de ella — habló su compañera encontrando el resto de las almendras. 

—¿De quién? 

—No te hagas. De ella. De la mujer que te trae recuerdos en este lugar. 

—¿Por qué dices que este lugar me recuerda a alguien? — dijo mirando a la arena. Tomó una ramita y comenzó a hacer garabatos en la arena. 

—Te has puesto triste. Y ya no sonríes. Eso es melancolía o tristeza. Pero, supongo que, como en todas las historias, hay partes buenas. 

—Así es. Hubo partes buenas. Muy buenas. Ella… — miró hacia el horizonte como si buscara una señal pero no apareció. Por otro lado, Clara parecía realmente atenta —. Le gustaba nadar. Era muy buena nadadora.  Excelente. Estaba en el equipo de la universidad. 

Tomó una bocanada de aire y otra ramita envuelta en arena para comenzar a quebrarla en trozos más pequeños. 

—Un día, fuimos a Green Town. Al lago. ¿Has ido ahí? — Clara negó con la cabeza —. Es hermoso. El lago es enorme y unas magníficas montañas lo custodian por un lado y el bosque del otro. Fuimos con el grupo de siempre, los amigos — puntualizó con una sonrisa llena de nostalgia —. Por la tarde, algunos propusieron ir a nadar de nuevo y otros a navegar en el lago. Yo me quedé en la orilla. Había bebido algo así que, no quise arriesgarme. Tengo la habilidad de estar el cincuenta y cinco por cierto lúcido cuando bebo, así que, me quedé en tierra para ayudar en la fogata y la comida. 




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