Lucia.
—¿Estás lista? — preguntó Francis con su lonchera en la mano. Apareciendo de la nada y sin importar que el jefe de Lucia, Francisco, estuviera en frente.
Lucía le sonreía tontamente al hombre de traje y corbata. Lo veía embobada con ojos soñadores. Francis solo meneó la cabeza y puso los ojos en blanco.
—Sí pero, se nos hace tarde — urgió Francis para que el otro se fuera.
—Bueno, los dejo. Y de nuevo, gracias Lucía. Me salvaste la vida — dijo Francisco dedicándole un guiño a Lucía quien pareció perder el aliento.
—Claro. Con mucho gusto. Cuando quieras — decía atropellando las palabras.
—Creo que te tocará almorzar solo Fran — sentenció sin mirarlo.
—Es Francis. Y no. Fran — contraatacó en un tono seco y duro.
—Como sea. Nos vemos Lucía. Cualquier cosa que necesites, solo dímelo — susurró inclinándose en su escritorio para quedar a centímetros de su rostro.
La pobre Lucía enmudeció en ese momento. Así que vio a su adorado Fransisco partir. Mientras tanto, Francis acomodó una silla a su lado balbuceando algo que no entendió.
—Perdón, ¿qué decías? — habló saliendo de la ensoñación con un suspiro.
—En serio no entiendo qué le ves a ese tipo — se quejó recogiendo los papeles de la discordia y haciendo a un lado las cosas que Lucia tenía enfrente.
—¿Que, qué le veo? Es guapo, exitoso, inteligente, responsable...y… es perfecto — respondió tomando el emparedado que Francis le pasó.
—Pero si ese soy yo — dijo riéndose.
Aquello fue suficiente para que Lucia dejará de soñar despierta.
—Además, el tipo no tiene ni trasero. Tengo más yo que él— decía dándole un mordisco a su enorme burrito y dándole una mirada a la primera página.
—Oye. No digas eso — le regaño su amiga dándole una palmada en su duro, enorme y musculoso brazo.
Francis solo se rió. Y Lucia pensó: "Aunque es verdad". Le dio otra mordida a su almuerzo, pensativa.
—¿Y tú, desde cuándo te fijas en eso? — inquirió —. Y lo más importante, ¿por qué?
Francis tardó un segundo en responder.
—No voy a responder eso — dijo mirándola con severidad —. Ahora apúrate que no quiero pasar la hora de almuerzo trabajando. Ni siquiera nos pagan horas extras.
—¿Vas a ayudarme? — habló en un tono infantil juntando sus manos frente a él como si suplicara.
Francis se desconcentró un segundo al ver su voluptuoso escote así que solo asintió volviendo la vista a los números.
—Gracias. Gracias. Gracias — chilló abrazándolo y dándole un beso en la mejilla. Francis sonrió complacido con su efusiva felicidad.
Daba gracias al cielo que su buen amigo Francis fuera tan comprensivo con ella y su amor platónico que la hacía decirle sí a todo aunque se tratara de trabajo extra. Aquel amor, oculto en el corazón de Lucia por tres años, cuatro meses y veintidós días, seguía tan rojo como el lápiz labial que usaba hoy.
Muchas habían sido las veces que intentó confesarle su amor pero, verse en el espejo del resto de compañeras de trabajo y las ex novias de Francisco, la hacían replantearse todo. Aquellas chicas eran la mitad de lo que era Lucía. Tallas 2, 4 e incluso 6. ¿Cómo podía competir contra eso una talla XXL? No. No tenía oportunidad.
Era consciente de las miradas despectivas de muchas de las chicas. Era obvio que no les agradaba por ser de talla grande pero qué se podía hacer. Ella siempre fue así. Al único que parecía no importarle eso, era a Francisco. Tan guapo, tan elegante, tan perfecto. Siempre le regalaba una sonrisa, un guiño o un piropo. Bajo su mirada, Lucia se sentía cincuenta kilos menos.
—¿Aló? Houston llamando a Luci. ¿Me copias? — repetían.
—Hay Francis, perdón. Me distraje.
—Ay gordita, otra vez soñando despierta con el mentecato.
—No seas duro con él. ¿Por qué no te agrada? — quiso saber en serio.
Sabía que a no pocos de la oficina les desagradaba Francisco. Pero claro, eso era natural. Puras envidias. Pero no entendía por qué a Francis parecía particularmente desagradarle más.
—Es un idiota. Y se aprovecha de tí — sentenció en tono severo.
—Solo era un favor — alegó.
Francis se quedó en silencio. A veces no lo entendía. Cuando se trataba de Francisco, sufría cambios de humor muy extraños. Siguieron comiendo en silencio hasta que Francis habló de nuevo.
—¿Ya tienes planes para el 14 de Febrero? — preguntó sin mirarla.
—No —. Bebió de su jugo de naranja, pellizco del emparedado de pollo y tomó otro poco de la ensalada rusa —. ¿Y tú?
Francis sonrió de lado.
—No. Listo. Ya está. Dáselo a Vanesa para que lo pase en limpio y se lo vuelva a imprimir al inútil ese.
—¿Y por qué no se lo llevas tú?— quiso saber con curiosidad. Hasta donde recordaba, ellos tenían una relación.
—Eh… no. Mejor llévalo tú.
—¿Pasó algo?
—Terminamos — respondió en seco.
—¿Y qué pasó?
Francis pareció pensarlo un poco.
—Terminé con ella porque no habla de otra cosa que no sea de su peso y de lo gorda que está — dijo acomodándose en la silla giratoria mirando al techo.
—Pero si no está gorda. Esa mujer cabe en una de las piernas de mis pantalones.
—Lo sé. Lo sé. Se lo decía todo el tiempo pero ella siempre decía: "Ay, estoy gorda. Estoy gorda. Gorda. Gorda. Gorda"— dijo imitando su voz chillona.
Lucia se rió.
—Y le dije, sabes qué, no soporto una mujer que no se quiere de verdad. Y que no es capaz de comer doble ración de lo que sea porque teme engordar.
—¿Eso le dijiste? — preguntó sorprendida.
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Editado: 24.02.2021