Historias de San Valentín.

¿Serías mi Valentín? Parte 6

La noche. 

 

—Yo… me la pasé muy bien ahora Francis. Gracias — dijo cuando estuvieron frente a su puerta. 

—Me alegro. Yo… también la pasé muy bien Luci. Y, gracias por conseguir las entradas — agregó en tono bromista al final provocando una sonrisa en la chica hermosa de labios llenos. 

—Bueno… que tengas una buena noche— dijo al no encontrar qué más decir. 

Estaba por darse la vuelta cuando los labios de Francis la alcanzaron. Fervientes y desesperados la hicieron estremecer. Pero pronto ese beso pasional, fue pasando a ser uno suave y lento. Podía saborear la dolorosa despedida. Tampoco quería que se fuera pero, qué podía decir o hacer para retenerlo. 

—Me tengo que ir — susurró sin aliento. Lucia asintió. Aún no podía respirar —. Pero no quiero. 

Deseaba decirle: Quédate. Pero las palabras se atascaron en su garganta. Tomando su silencio como una despedida, Francis se inclinó de nuevo a darle un beso corto en los labios antes de marcharse. 

—Nos vemos mañana — dijo despidiéndose con un tono de tristeza en la voz. 

Lucia giró la llave aún sin poder creer que todo aquello era parte de la realidad y no de un loco sueño como el del otro día. Se quedó con la espalda pegada a la pared tratando de entender lo que acababa de suceder. Es que todavía no se lo creía. 

Se sacó los zapatos ahí mismo y lanzó la cartera al sofá. Se fue deslizando hasta quedar en el suelo. Entonces, golpeó su frente con la palma de su mano. 

—Estupida, cómo pude dejarlo ir — se reprochó —. Estúpida. Estúpida. Estúpida — repetía golpeando la parte trasera de su cabeza contra la puerta. 

Seguía en su ritual de flagelo mental cuando alguien habló del otro lado. 

—¿Francis? 

Se puso de rodillas y abrió la puerta sorprendida de verlo de nuevo. 

—¿Estás bien? — preguntó mirándola de una forma extraña.

—Eh, sí. Sí. Yo solo… estaba … haciendo… abdominales — dijo no muy convencida —. Y, ¿qué pasó? 

—Si este… olvidaste esto en el auto — dijo mostrando lo que escondía tras su espalda. 

Abrió los ojos aterrada al ver su faja a plena luz. Se la arrebató y la lanzó. La prenda cayó detrás del sillón donde seguramente permanecería para siempre.  Se apresuró a ponerse de pie mientras daba excusas sin sentido sobre lo beneficioso que era andar de rodillas en casa pero el ajustado vestido no le ayudó. Estuvo a punto de caer pero Francis fue más rápido. 

—Creo, que te queda un poco ajustado — señaló Francis mirando su cuerpo en lugar de su rostro. 

—Sí. De hecho, estaba pensando en cómo iba a quitarmelo porque no alcanzo el broche del ziper — explicó arrepintiéndose de inmediato por decir tantas bobadas de una vez. 

—Si quieres, te puedo ayudar — se ofreció colocando las manos en su cintura. 

No sé necesitaban más palabras para entender aquello ni para responder. Era obvio. Lo querían. Lo deseaban. Lucia abrió la puerta dejándolo pasar pero antes de siquiera cerrar la puerta, ya tenía a Francis apretándola contra la pared. 

Sus besos desesperados la hacían estremecer. Escuchar esos sonidos masculinos de placer emitidos por su garganta solo la podían hacer sentirse la mujer más sensual del mundo sin importar la talla. 

Entre besos, caricias y trompicones lograron llegar a la habitación donde Lucia insistió en que apagaran las luces. Es cierto que traía lencería nueva pero ahora que ya estaba en … el asunto, el temor a su opinión la atemorizó. 

—Pero quiero verte — pidió dulcemente Francis mientras acariciaba su espalda descubierta. 

El vestido seguía puesto pero Lucia aún no se decidía. Se sentó en la cama y acomodó el vestido en sus hombros. Aquello era un desastre. Lo había arruinado todo por culpa de sus inseguridades. 

—Lo siento Francis… es que yo… 

—Voy muy rápido, verdad — dijo un tanto avergonzado. 

—No. No es eso — le aseguró mirándolo con la disculpa en el semblante. 

Francis esbozó una sonrisa torcida y tomó su mano. Le besó los nudillos y la mantuvo entre las suyas para luego proseguir. 

—No. No debí. Es que… no te imaginas desde cuándo quería hacer esto — admitió sonriendo. Lucia sonrió con él. 

—¿Lo dices enserio? 

—Por supuesto que sí amor — aseguró acercándose más —. ¿Acaso crees que era inmune a tus labios rojos, y esa piel perfecta y tus vestidos que, honestamente, siempre me han encantado, en especial por el escote? Soy hombre Luci. 

Aquello la hizo reír. 

—Pero si sientes que vamos muy rápido está bien. Esperaré — prometió entregandole un beso.

—Ay Dios  Francis. Eres un sueño — dijo fascinada por sus palabras —. Debo serte sincera Francis. 

Su ahora actual pareja, gracias al giro argumental de la vida, le miró atentamente a esperas de su confesión. 

—Bueno es que… hace mucho que no… que yo no… y… no soy precisamente una modelo de 90-60-90 y… 

Pero de nuevo, esos labios mágicos con poderes hipnóticos la hicieron callar. 

—Y eso me encanta — susurró contra su boca antes de descender por su cuello. 

Así que esa noche, Lucia dejó a un lado el prejuicio contra su propio cuerpo y presumió su nuevo juego de encajes rojos que a Francis por cierto le encantaron. 

Y les puedo asegurar que esa no fue la última ocasión en que compartieron más que sonrisas bajo las sábanas.  

 

Fin




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