Historias de San Valentín.

La bruja de Hielo. Parte 3

El visitante. 

 

La noche anterior no había sido  la más reparadora. Belia apenas y si pudo pegar el ojo por pensar en la mancha de su pared. Así que al salir del trabajo, pasó comprando un par de hamburguesas. Se iría derechito a la cama. Pero al llegar, vio a una criatura pequeña de camisa azul y cabello castaño alborotado sentado en su entrada principal. 

Volvió a recordarse llamar a la agencia de seguridad para instalar la cerca eléctrica. 

—¿Hola? — saludó cerrando de un portazo el auto — ¿Quien eres? 

El niño miró hacia arriba y entornó los ojos, la luz del sol no lo dejaba ver al parecer. 

—Soy Billi. 

—Aja. ¿Y qué te trae por aquí, Billi? 

—Mi papá me dijo que debía venir a limpiar el desastre que causé en su pared, señora — repitió el chiquillo de mejillas redondas y labios llenos, como si recitara algo de memoria. 

—Tu papá dijo eso, ¿eh? — dijo torciendo el gesto y mirando hacia la casa de Billi haciendo sonar la punta de su zapato contra el cemento —. Vete. No es necesario. Ya lo haré yo. 

—No. Mi papá dijo que debo hacerlo — insistió poniéndose de pie. 

—Pues yo digo que no. Así que largo — dijo señalando la salida con el pulgar. 

Billi la miraba con odio y se fue pisando fuerte. Belia se quedó ahí asegurándose de que entrara a su casa. Fue a ponerle el seguro a la pequeña cerca de madera para que Billi no pudiera entrar de nuevo por si se le ocurría volver. Jamás permitiría que alguien más tocara sus dominios. En especial un niño que no tenía ningún sentido de lo que era obedecer reglas y directrices. 

Dejó todo en la isla de la cocina para cambiarse. Mientras lo hacía, pensó en el padre de Billi, era interesante que lo hubiera enviado con la idea de limpiar la pared. 

Meditaba en la posibilidad de que aquel hombre quizá no era un desastre por completo. Ahora que lo pensaba bien el niño no se veía tan pordiosero….

—¡¿Pero qué estás haciendo?! — soltó al ver a Billi subido en uno de los taburetes y comiendo su hamburguesa. 

—Es que tengo hambre — se excusó el niño pasando el dorso de su brazo por su boca a forma de servilleta. 

—No hagas eso — dijo casi chillando de frustración —. Dame eso. Al menos si vas a comer hazlo como persona no como animal. Las cosas se ponen en un plato y se usan servilletas. Ni siquiera te has lavado las manos. 

Le arrebató la comida al chiquillo mientras hablaba y ponía la mesa con los elementos faltantes. Pero al terminar de quejarse notó que Billi no estaba. Las huellas de polvo de sus zapatos Converse la llevaron hasta la puerta de atrás. Billi estaba buscando subirse a la cerca ensuciando todo de paso. Se pasó la mano por la frente y suspiró. 

—Billi bájate de ahí. ¿Acaso te crees Tarzán? ¿No conoces las puertas? Mira lo que has hecho. Ahora todo está más sucio — decía tomando al niño del brazo. 

Billi parecía realmente arrepentido. Mordía su labio inferior y miraba hacia otro lado. Un poco culpable por cómo le había gritado al niño, solo un poco, volvió a suspirar y habló: 

—¿De veras tienes hambre? — El niño asintió —. ¿Y tú madre? 

—No está. 

—¿Y tú papá? 

—Está trabajando — dijo frotándose la cara. Tal como imaginaba, Billi terminó ensuciandose todo el rostro con la mezcla de polvo y lágrimas. Era demasiado desagradable para seguir mirando. 

—¿Y a qué horas volverán?

—En la noche. 

—¿Y no tienes niñera? 

—Se fue. 

—Maldición. 

Revisó la hora en su reloj, aún faltaban unas horas para que se hiciera técnicamente de noche y sus padres volvieran. Podía enviarlo de regreso a su casa, no le iba a pasar nada si se quedaba ahí dentro. ¿Verdad? Entonces, el sonido de un trueno, un rugido o lo que fuera los hizo mirar a todos lados. Al repetirse, ambos enfocaron su atención al abdomen del chico. 

—De veras que tienes hambre — señaló Belia. El niño asintió —. ¿Tu niñera no dejó comida hecha? 

Negó con la cabeza. 

—Por todos los cielos. 

La hambruna de su pequeño vecino le conmovió. Ningún niño debería ser descuidado de aquel modo. 

—De acuerdo Billi. Haremos algo: vendrás a comer conmigo pero necesito que hagas algo primero. Irás a tu casa a limpiarte la cara, las manos y te pondrás ropa limpia. ¿Puedes hacerlo solo? — El chico asintió —. Ok. Entonces ve, rápido. Aquí te espero. 

Billi echó a correr tratando de saltar la cerca pero Belia le recordó que usara la entrada frontal. 

—Qué clase de madres existen en este mundo para dejar a un niño solo con una niñera irresponsable — decía buscando algo más nutritivo que darle una hamburguesa. 

Mientras comían, Billi no decía mucho, al igual que Belia. Comieron en silencio y luego Belia le dejó poner la televisión a un volumen moderado mientras ella trabajaba en algo en la mesa del comedor para vigilar lo que veía. 

Tenían que presentar ideas pronto. Crear un promocional para el mes de febrero. El centro comercial LOEL debía de estar a la vanguardia en todo y crear eventos para atraer la atención de más clientes potenciales. Para ello deberían aprovechar los días festivos o celebraciones comunes para llamar al público. Pero para esta ocasión no se le ocurría nada y las ideas que el equipo enviaba eran basura. 

Dejó la computadora un rato para descansar pero al volver la vyal frente Billi no estaba. Apagó la televisión y comenzó a buscarlo hasta que lo encontró en la habitación contigua que servía de estudio. Miraba las revistas acumuladas y libros de las estanterías. 

—¿Quieres verlas? — preguntó admirada de que fuera tan silencioso. 

El niño señaló algo arriba. Era el globo terráqueo giratorio. 

—Ah sí. ¿Quieres verla? 

Billi miraba con fascinación el objeto. Belia lo hizo girar explicando un poco sobre la rotación y cómo funcionaba la gravedad. De nuevo observó a su pequeño vecino, callado y absorto en lo que veía. 




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