Historias de San Valentín.

La bruja de Hielo. Parte 4

Billi. 

 


 

Después de ese día, Billi solía aparecer de repente. Ahora tocaba el timbre y pedía permiso para entrar. También llegaba con la cara y las manos limpias. Belia lo dejaba entrar con la condición de que no rompiera nada ni ensuciara. Pero el chico siempre terminaba en el estudio ojeando las mil revistas de viajes. Venía corriendo con alguna revista en la mano cuando quería saber más sobre ese sitio o cuando no lo encontraba en el mapa. 

Seguían sin abrir mucho la barrera del silencio pero tampoco rechazaba las comidas de Belia,en especial el chocolate caliente que le ofreció el otro día. Aún así, sabía muy poco del niño y su familia. Por ejemplo, de su madre solo decía que no estaba. Al preguntarle si ella se encontraba trabajando o de viaje, Billi guardaba silencio. 

—Billi — comenzó diciendo Belia mientras tomaban la merienda a base de fruta, jugo y una galleta —, ¿te gusta la escuela? 

Asintió. 

—¿Qué te gusta de la escuela? ¿Los niños? ¿Los juegos? ¿La maestra? 

—Sí. 

—¿Sí? ¿Te agrada tu maestra? 

—Sí. 

—Y cómo se llama ella. 

—Señorita Felicia. 

—Felicia. Muy bonito nombre. 

—Sí, es bonita — dijo tomando otro trozo de manzana y mirando la televisión donde pasaban las caricaturas viejas que Belia le ponía. 

—Vaya. Es bonita, ¿eh? ¿Qué tanto? ¿Es más bonita que yo? — bromeó tratando de hacerlo hablar. 

—Tendrá un bebé — dijo sin mirarla. 

—Que bonito. 

—Aquí no hay niños — dijo ahora mirándola. 

—No. No hay niños. 

—Tampoco más personas. 

—No Billi. Solo soy yo en esta enorme casa. 

Billi parecía sopesar sus palabras. 

—Billi. ¿Ya hiciste tus tareas? — Asintió enérgicamente —. Pero yo te he visto con tu padre, dormirse muy tarde por hacer las tareas. ¿Es que tu niñera no te ayuda? 

Pero Billi no respondió. 

—Billi, mírame. Quiero que hagas algo por mí —. Aquello pareció llamar su atención. Le miraba fijamente expectante —; quiero que a partir del lunes, vengas a mi casa por las tardes. Yo vuelvo a las cuatro, son treinta minutos después que tú vienes. Quiero que vengas con ropa limpia, tomamos la merienda y haremos las tareas, ¿de acuerdo? 

Billi se quedó pensando. 

—Me preocupa que no te alimentes bien y que no hagas tus deberes. Hablaré con tu padre para que ya no venga esa chica y así tú podrás pasar aquí…

—No — dijo interrumpiendo enérgicamente. 

—¿No quieres estar aquí conmigo? 

—Yo le diré a papá. 

—Entiendo. Hombre de decisiones propias. 

—Sí. 

—De acuerdo. Y para avalar tus palabras, ¿te parece si le escribo a tu padre una nota diciéndole lo que yo te he dicho ahora? 

Billi estuvo de acuerdo. Así que cada tarde, aparecí con su mochila y su ropa limpia. A veces, Belia trabajaba en su jardín mientras Billi repasaba en voz alta la lección de lectura. Se detenía cuando le costaba reconocer una letra o la pronunciación de una sílaba.  Luego de la merienda y una corta siesta para los dos, siguieron con las lecciones de escritura. Letras y palabras cortas. 

Cada vez parecía que Billi se sentía en más libertad de hablar. Ahora se reía y le contaba cosas sobre la escuela y sus primos. 

—Así que los días en que no te veo es porque estás con tus tíos. 

—Ajá — dijo coloreando las figuras del libro. 

—Billi. Hay algo que no entiendo.¿Dónde está tu mamá? 

—No está — respondió sin detenerse. 

—Pero, a qué te refieres con eso.

—No tengo — dijo soltando el crayón. 

Esa vez se levantó con su mochila y se marchó enseguida. Belia no encontró qué decir. Lo único que descubrió es que ese podría ser el detonante y la razón de su silencio. ¿Habría muerto? ¿Los habría abandonado? Quizá lo mejor era no volverlo a mencionar. 

Esa noche, recogía los papeles del trabajo cuando encontró un cuaderno de Billi. Era el cuaderno de lectura. Sonrió al ver todos los sellos de cáritas felices que tenía el niño. Leyó una nota por parte de la maestra agradeciendo el apoyo que se le estaba dando al niño en casa. La satisfacción era una sensación hermosa. 

—Así que así se siente ser madre — meditó dejando el cuaderno en la mesa. Orgullosa de los pequeños logros. 

Cómo cada noche, miró por la ventana a sus misteriosos vecinos de al lado. Parecía que Billi le mostraba algo a su padre, una página. Aquel hombre cariñoso, lo abrazó y llevó en brazos desapareciendo en la penumbra cuando apagó las luces. 




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