Historias de San Valentín.

La bruja de Hielo. Parte 5

El cuento. 

 


 

A pesar de la buena relación que al parecer tenía con Billi, seguía sin conocer  formalmente a su padre. Pero bueno, ese no era el interés de Belia aunque, debía admitir que le gustaba despedirse de ellos en las mañanas y saludarlo al volver cuando Billi salía a recibirlo. 

Un sábado Billi apareció corriendo diciendo que ya debía irse. 

—¿Y? ¿Qué esperas? 

—Mi papá está hablando por teléfono. 

—M. 

—¿Qué hace? — preguntó asomándose a su computadora. 

—Anoto ideas y busco ideas. Debo presentar algo para la propuesta del lunes y aún no se me ocurre nada — dijo levantándose a sacar más jugo del refrigerador —. Esas propuestas no me convencen ni a mí. ¿Qué podría ofrecerse como un evento  novedoso y romántico para el catorce de Febrero? Algo que atraiga a parejas, familias, niños. No tengo ni idea. No encuentro algo que compagine todo esto en un solo tema. 

Billi echó a correr al estudio mientras que Belia negó con la cabeza. Qué hacía contándole sus problemas a un niño. Billi volvió con una revista en las manos. 

—Un carrusel — dijo mostrándole unas fotografías de Disneyland. 

—Sí. Ya te dije en dónde está. 

—No. Un carrusel. Pon un carrusel en el centro comercial. Con carros y animales. Y también la rueda esa, la gigante que gira. Y muchas palomitas de maíz, y churros y hot-dogs. También unas de esas para lanzar cosas y ganar premios — decía entusiasmado saltando y diciéndolo todo con ademanes. 

—¿Dices que traiga una feria? 

—Sí. Sí. Mira. Una feria — decía mostrando las fotos de la revista. 

El niño tenía razón. Habían atracciones que eran para todas las edades. Y podía hacerse, claro que sí. Además tendrán oportunidad de sacar las tiendas de alimentos, entretenimiento y otros productos para llamar más la atención. 

—Tienes razón Billi. Una feria es perfecta — dijo sonriéndole —. ¿Qué? ¿Por qué me miras así?

—Nada — dijo sin borrar la sonrisa de oreja a oreja que tenía —. No importa. El otro día escribí algo en la escuela. 

—¿Ah sí? Sobre qué — preguntó tecleando a toda prisa en su computadora las ideas antes de que desaparecieran. 

—Una historia. Se llama la bruja de hielo. Es para tí — dijo tendiendole las páginas. 

—¿La bruja de hielo? 

—Sí. Mira, es sobre una bruja que vivía en su castillo de hielo blanco.

—Interesante — dijo sin saber qué más decir al saber que era la protagonista de una historia y que era la bruja. 

—Sí. Es usted — dijo enseñándole un dibujo. Era una mujer con un gran vestido azul cielo y el cabello rizado y color café como el suyo. 

—Ah gracias — dijo tomando los papeles arrugados de las esquinas —.  Y, qué más escribiste sobre esa bruja de hielo. 

—Que odia a los niños y siempre está sola en su castillo — explicó muy tranquilo. 

—Es verdad, prefiero mi soledad. Y hablando de eso por favor regresa a tu casa tengo mucho trabajo. 

—Tomé, es suyo — habló dándole el dibujo para echar a correr a su casa. 

Bufó en son de burla y sonrió. 

—No sé por qué pero no me sorprende ser la bruja — dijo con una media sonrisa. 

Se asomó por la ventana para verla subirse al auto con su padre. Se despidió con la mano como siempre y le vio partir. 

Sin embargo, con tanto trabajo encima, Belia olvidó leer el cuento de Billi. El lunes por la tarde, el pequeño autor le preguntó por su opinión mientras comía su refrigerio. 

—Lo siento Billi, he estado muy atareada. No he tenido tiempo para esas cosas — dijo sin mirarlo —. Creo que está por ahí. Luego lo leo, si. Por ahora come. Tienes muchas tareas hoy. 

Pero Billi ya no estaba ahí. Comenzó a buscarlo desesperada por toda la casa. Entendiendo el enfado del niño, recogió sus cosas y fue a tocar la puerta de al lado. Pero Billi no abrió. Rendida, Belia prometió que leería su historia y que volvería para darle algo de cenar antes de que su padre volviera. Y eso hizo. Apagó la computadora y tomó el manoseando manuscrito del niño. Una soda y un poco de tortillas con queso crema en un cuenco fueron el bocadillo para incursionar en el mundo fantástico de un niño de ocho años. 

Las enormes letras en el papel blanco eran fáciles de leer aunque tendrían que trabajar en algunas, pues aún escribía la S, Y, B y D del lado equivocado. Pero trató de ignorar esos errores y centrarse en la historia que comenzó así: 

—'Había una vez, un gran castillo de hielo. Era blanco por todas partes. El piso brillaba como las estrellas. Era bonito — una ilustración de un gran castillo de época se alzaba sobre una colina verde —. Pero no se podía entrar. Alguien no dejaba. Era malo. Una bruja vivía en él. Era mala. Odiaba a los niños. A los perros. A los niños que dejaban migajas en la mesa y no se lavaban las manos. 

Belia sonrió al entender a quién se refería. Entonces apareció el dibujo que representaba a la bruja. Llamó su atención que aquel personaje no tenía dibujada una sonrisa. Más bien se trataba de una curva invertida, como cuando demuestras tristeza. Aunque está era más bien rígida, como para demostrar enfado o descontento. 

—A esa bruja de hielo, nada la hacía sonreír. Un día, un gran y valiente niño la miró. Ella lo odiaba. Pero a él no le dió miedo su magia. Así que se metió al castillo de la bruja y así destruir su corazón de hielo. Ella le lanzó hechizos — Belia contrajo el ceño al notar que hechizo estaba mal escrito pero continuó leyendo —. Lo hizo lavarse la cara, usar servilletas y dormir la siesta para hacer las tareas. Pero el valiente niño, no tuvo miedo. Comió sus manzanas envenenadas pero se hizo más fuerte. Y así pudo escapar. 

Cada día el valiente niño volvía al castillo y se enfrentaba a la bruja hasta que entendió que la bruja no era mala. Era bonita. Y es más bonita cuando se ríe. Sabe muchas cosas y ha ido a todas partes del mundo. Le gustan las hamburguesas como a mí. Y me prepara chocolate caliente con leche antes de mi siesta. 




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