Historias de San Valentín.

La bruja de Hielo. Parte 6

Invitaciones. 

 

Cumpliendo a su palabra, Billi si llegó. Su vecina le tenía un surtido de galletas que terminó comprando ya que las de ayer fueron un fracaso. No era buena para hornear. 

—Sabes, terminé de leer tu historia el otro día — comenzó sondeando el terreno —. Tienes talento. Si sigues así, serás un gran escritor. 

—No lo sé — dijo encogiéndose de hombros. 

—¿Has escrito antes? Me refiero a cuentos como ese. 

—Un poco — respondió con desgana. 

—Y, ¿te gustaría seguir haciéndolo? 

Billi sumergió la galleta en su vaso de leche. Masticó despacio meditando en la pregunta. 

—¿De verdad le gustó mi historia? 

—Claro que sí. Y, sabes que, tengo muchos contactos y conocidos de editoriales. Si sigues escribiendo así, habrás publicado tu primer cuento antes de los doce. 

—No lo sé. No quiero ser famoso — dijo volviendo a las galletas.  

Belia sonrió. A veces hablaba como un adulto. 

—De acuerdo señor no quiero ser famoso. Come más galletas — dijo pasando el otro tazón. 

Aquello pareció ser el fin de la guerra fría y el resto de la semana Billi estaba tan entusiasmado como Belia por el evento de San Valentín próximo a llegar.  Pero el viernes por la tarde, ocurrió lo inesperado. 

El padre de Billi llegó hasta su puerta en lugar de saludarle a la distancia como siempre hacía al volver del trabajo. Luego de las presentaciones formales donde él se identificó como: Leo. 

—Es mi nombre no mi signo zodiacal — aclaró con una media sonrisa. 

Belia sonrió y asintió cuando entendió el chiste sin gracia. 

—Por supuesto — dijo con una sonrisa dibujada en los labios. Bajó la vista intentando disimular el repentino nerviosismo que el padre de Billi le había provocado —. Soy Belia, la vecina. 

El comentario la hizo sonreír de nuevo al percatarse que no dejaban de girar en comentarios obvios. Era tan tonto. 

—Eres tú — susurró con admiración. 

—¿Perdón? 

—No... es que Billi habla todo el día de Belia y Felicia. Creí que eran sus maestras pero… ahora veo que era usted. 

—Sí. Felicia es la maestra — reiteró Belia sin dejar de mirar a Billi quien al parecer soltaba la lengua en casa.

Leo parecía buscar las palabras siguientes. Se aclaró la garganta un par de veces hasta que su hijo habló: 

—Papá. 

—Ah sí. Lo siento. A veces divago — explicó atropellando las palabras —. El caso es que mañana tendré que atender algo del trabajo y no podré llevarlo con mi hermana tampoco porque no estarán así que….

—Entiendo… — comenzó a decir aceptando la labor sin necesidad del resto de los detalles. 

—… y Billi me ha dicho que se la pasa bien contigo… con usted, quiero decir …

—Claro. Con gusto.

—No quiero molestar…

—No es molestia — aseguró con amabilidad.

—Se lo agradezco. La chica que viene no me contestó las llamadas. Hoy no me dijo nada sobre si tenía planes o no pero…

—¿Hoy? 

—Sí. Seguro la ha visto. Una chica de la escuela. Viene todas las tardes para estar con Billi hasta que yo vuelvo. Aunque ya tiene unas semanas que ha estado marchándose más temprano — comentó extrañado por lo sucesos que él mismo relataba. 

—Pero ella tiene casi un mes de no venir. Billi se ha estado quedando conmigo todas las tardes. 

Los adultos miraron a Billi buscando una explicación. 

—Billi, ¿es que no le diste a tu papá la nota que le envié? 

—No — admitió bajito. 

—¿Qué nota? 

Belia suspiró. 

—No importa. Será un placer cuidarlo mañana. 

—Pero… pero. .  ¿Y el dinero que he estado dejando para Sofía? — reclamó mirando a su hijo. 

—Lo guardé — dijo el chiquillo.

—¿Y cómo convenciste a Sofía de que no viniera? — Billi se quedó pensando y luego miró a Belia buscando ayuda —. Qué barbaridad. Espero tengas bien guardado ese dinero que debería estarle dando a la señorita Belia por cuidar de ti después de la escuela. 

—Por favor. No se preocupe por eso. Fue mi culpa. Yo debí hablar personalmente del asunto con usted. 

—Sí pero…

—Pero nada. No pasa nada. Me gusta pasar mi tiempo con Billi y creo que a él también así que no hay más que decir — dijo en un tono amable que disfrazaba su tono autoritario. 

Aquello pareció convencer al buen vecino. 

Al día siguiente, el padre de Billi llegó por él en la tarde. Belia le hizo pasar y le ofreció un café. Nunca se imaginó que sería tan fascinante hablar con los vecinos y que las conversaciones más interesantes que se pudiera tener serían sobre cosas simples de la vida. Como la mejor marca de café, el detergente más efectivo para las manchas de salsas y los trucos caseros para que los frijoles refritos duren más en la refrigeradora. 

Cuando el sol casi se ponía, Leo se atrevió a invitar a Belia a cenar al día siguiente. Ella le aseguró que no era necesario mientras que Leo alegaba que era una pequeña forma de agradecerle por cuidar de su hijo todas esas tardes. 

Nerviosa por no saber qué esperar en aquella cena informal, se vistió con n conjunto básico de blanco y negro. Su imaginación insistía en recrear espantosas escenas de desorden y suciedad que posiblemente encontraría en esa casa pero ver la apariencia tan pulcra de Leo le daba confianza. Un hombre que sabía la importancia de separar la ropa por color a la hora de lavar y que además conocía la diferencia entre el cloro y el blanqueante sin cloro, merecía la pena conocer un poco más. 

Nerviosa de tocar el timbre, respiró hondo recordando que estaba ahí como invitada, que sería de mala educación criticar la limpieza y orden de esa casa, que no podía controlarlo todo. 

—No puedo controlarlo todo — Se repitió en voz baja. 

Estaba por tocar cuando Billi abrió de un tirón. Leo llegó corriendo detrás de él.

—Disculpa, le dije que esperara a que tocaras pero… te vio por la ventana — aclaró apenado. 




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