Historias de San Valentín.

La bruja de Hielo. Parte 7

Confesión. 

 

Después de aquella cita - cena - informal, Belia, Leo y Billi cenaban más seguido juntos. Casi todos los días de la semana. Intercambiaban los turnos de casas para variar. Belia no solía recibir visitas porque no le gustaba que dejarán sucio pero, con ellos…Claro, Bili era un niño y no se le podía exigir pulcritud completa pero, le encantaba ver a su padre poner tanto empeño en enseñarle cosas que para ella eran muy importantes. 

—Lo siento — repetía Leo por enésima vez mientras limpiaba la leche derramada de Billi en la mesa y el suelo. 

—Descuida. Son accidentes que pasan — dijo tratando de tranquilizarlo. 

Recogían los trozos de vidrio que aún quedaban del vaso roto. 

—Te compraré otro — prometió mirando el fondo del vaso estrellado. 

—Leo, cálmate. Solo es un vaso. Además, hay cosas que no podemos controlar. Y ya sabes lo que dicen; no hay que lograr sobre la leche derramada — citó. 

Aquello lo hizo reír. Le sorprendió así misma que fuera ella quien guardara tanta calma ante una situación tan caótica. Pero quizá así te volvías cuando te enamorabas. Veías lo grande pequeño y lo pequeño grande. 

ALTO 

¿ENAMORARSE? 

¿AMOR? 

—Iré a ver a Billi. Ya vuelvo — prometió al volver de sacar la basura. 

Belia asintió a penas comprendiendo todo. ¿Acaso eso estaba pasando ahí? 

Pero no se puede llorar por la leche derramada. ¿Acaso esto era así, como la leche, una vez derramada en el suelo no podía hacerse nada para revertir aquello? ¿Estaba condenada a la agonía de un amor? ¿Era eso amor?

Las preguntas no paraban de pulular. Antes de dormir, se asomó por la ventana olvidando que tenía la luz encendida de la habitación así que Leo pudo verla desde el otro lado. La saludó con la mano para luego apagar la luz. La pregunta seguía en el aire. ¿Era eso amor? 

Al día siguiente, era sábado y día de lavandería para los vecinos. Belia prometió enseñar a Billi una forma de doblar sus camisas más eficiente así que pasó toda la tarde en la casa de al lado ayudando al niño a cambiar sus sábanas, a limpiar su habitación y reordenar los zapatos. 

Ya entrada la noche, Billi guardaba sus pantalones previamente doblados, dejando a su padre y a Belia en la sala. 

—Sabes, yo… tengo una pregunta. Es curiosidad. No tienes que responder si no querés ni darme detalles solo me pregunto…

—¿Si soy soltero?

—Por la madre de Billi — dijo tomando otra camisa del niño para doblar. 

—Ah. Eh… 

Leo pareció menear la cabeza y dejó de mirarla. Sin duda él tenía otra cosa en mente. 

—Ella… falleció — dijo por fin. 

—Lo lamento. 

—Gracias. Fue hace… Gracias. 

Aquello había ensombrecido la velada. Siguieron doblando ropa en silencio hasta que Billi llegó buscando más. Belia se fue con él a su habitación para mostrarle cómo poner las camisas para luego regresar con Leo. 

—A Billi, le gusta dibujar — comentó tratando de cambiar el tema por uno más seguro y alegre. 

—Sí. Ha vuelto a dibujar — dijo con una sonrisa dulce en los labios. 

—¿Sabías que me hizo uno? 

—¿A tí? — preguntó realmente sorprendido y mirándole. 

—Sí. ¿No te lo contó? Bueno, de hecho es una historia. Escribió una historia para mí y le hizo un par de ilustraciones muy bonitas — dijo con cariño. 

—Vaya — comentó Leo sumergido en sus propios pensamientos. 

—Tu hijo tiene una mente muy creativa. ¿Sabes cómo se llamaba el cuento? 

—¿Cómo? 

—La bruja de hielo. 

Él sonrió de lado sin mirarla. Solo se dedicaba a escuchar mientras doblaba una camisa. 

—Admito que me hizo llorar al entender que yo era la protagonista pero era realmente hermoso. El sentimiento. Nunca creí que un niño podría expresarse así. Mostrar de una forma tan sencilla, algo tan profundo y sincero. ¿Que pasa? ¿Está todo bien? — inquirió ante el silencio de Leo. Colocó la mano sobre el brazo de éste quien a su vez puso su mano sobre la Belia. Un contacto cálido y sincero. Pero Billi le llamó pidiendo su ayuda pues al parecer la torre de camisas se derrumbó —. Vuelvo en seguida, si.

Este asintió dejando que sus dedos se soltaran. 

—Ya volví — anunció trayendo consigo otra cesta de ropa seca para doblar —. ¿Qué ocurre Leo? Sabes que cuentas conmigo para lo que necesites, bueno excepto hacerme cargo de la vigilancia de Billi en las mañanas sabes que me es imposible y que me rehuso a levantarme a las cinco de la mañana o antes pero por lo demás sabes que cuentas conmigo — Bromeó tratando de animarlo. 

Su expresión de dolor y agonía había regresado como cuando mencionó a la fallecida madre de Billi. De pronto, Leo le tomó de la mano y le sonrió. 

—La madre de Billi — comiendo diciendo con dificultad. 

—¿Sí?  — dijo para animarlo a continuar. Leo miran sus manos unidas mientras que Belia no dejaba de contemplar su rostro. 

—Bueno él, solía hacerle cuentos. Era muy pequeño para ese entonces pero ya se le daba bien. Siempre ha tenido mucha imaginación.  

—Pero, cómo los hacía si no sabía escribir. 

—Con dibujos. Hacía una secuencia de dibujos y así narraba la historia.

—Que hermoso. 

—Sí. Luego que ella murió, no volvió a dibujar ni tampoco quería que le leyera. Era algo que hacía solo con ella y de hecho casi no hablaba y le estaba costando aprender a leer por eso mismo. La psicóloga nos sugirió ponerlo en una escuela de educación especial pero no quise. Sabía que podía adaptarse a la escuela. Pero no ha sido fácil. Nos hemos mudado varias veces tratando de encontrar donde se sienta bien y luego mi trabajo. Tengo que andar de aquí para allá y… Soy un desastre — concluyó con un suspiro. 

—No Leo. Tú tratas de hacer lo mejor. 

—Esa es la lucha Belia pero, no es fácil. 

—Tienes razón. No debe ser fácil  Pero, no entiendo algo. Si tienes tantos clientes, por qué no trabajas de forma independiente. 




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