Carolina regresó muy molesta del hospital. Cristian se había roto la nariz y había perdido un diente. Lo que la traía molesta no era las lesiones del niño, sino que éste aseguraba que había una cuerda atravesada en su camino, que eso lo había hecho volar y dar en el piso con el rostro. Ella había mirado, la había visto, y la había ocultado con su cuerpo. Si Sebastián se enteraba que Daniel era el autor del delito, lo iba a moler a golpes, puede que lo matara. A veces su marido era muy brutal.
Afortunadamente Sebas se fue al trabajo apenas dejarla en el hospital. Al parecer, su trabajo estaba antes que la salud de su hijo. De todas formas, era un alivio su marcha. Así podría hablar con su hijo y deshacerse del arma del delito.
Era un hecho que los dos niños no se llevaban bien, pero de allí a que el menor le pusiera una trampa al mayor… eso era pasarse de la raya, como solía decir el viejo de su padre. Escupió al pensar en su padre. Tenía que imponerle un castigo severo, aunque no tanto, o Sebas se daría cuenta que el castigo era por la caída y lo molería a golpes. Pero ella no quería eso. Aunque no lo demostraba a menudo, quería a su hijo.
Y la vez lo detestaba. Lo detestaba porque a sus ocho años era muy parecido a su padre, a ese hombre inútil que se había casado con ella cuando apenas dejaba de ser adolescente. Porque si había algo en lo que su esposo era bueno, era en ser inútil. Trabajaba todo el día, se encerraba en su estudio parte de la noche, se ponía a leer el periódico y a ver deportes los fines de semana, la llevaba a cenar a un restaurante una o dos veces al mes y la llevaba a pasear a algún bonito lugar dos o tres veces por año. Pero por las noches apenas la tocaba y cuando lo hacía, era simple, inexperto.
Sebas era diferente, era un hombre con carácter, que sabía lo que hacía. Encontró en ella a una mujer que necesitaba ser querida, que necesitaba sentir el placer como nunca había experimentado. Y él se lo dio. La primera vez le dolió y le quedó la piel en carne viva, pero al anochecer recordó con placer el acto y convenció a su marido para que le hiciera el amor. Fue el rompimiento definitivo, con el padre de Dani no sintió nada.
Los descubrieron un año después y él se divorció sin darle ni un centavo. Pero no importaba, de todas formas lo iba a dejar pronto.
Por un lapso corto fue feliz. Experimentó el placer hasta límites indecibles. Pero la magia se acabó pronto, no en la cama sino en otros aspectos, él la golpeaba y también a su hijo. Con el tiempo se dio cuenta que mientras más mimaba a Daniel, más la cogían contra él el padre y el hijo. De modo que tuvo que tratarlo con indiferencia, casi con desdén, aunque la mayoría de las veces el chico lo merecía.
Pero no se atrevía a dejar a Sebas. En términos generales, si uno la sabía llevar, se vivía bien. Y las sesiones de sexo salvaje la tenían atada a él como una esclava. A veces sentía vergüenza de ella misma, pero era la verdad, necesitaba todas las noches a ese hombre como una flor necesita al sol. No iba a dejarlo sólo por hacer feliz a su hijo.
En la escena del crimen no halló la cuerda. Y cómo iba a hallarla si Daniel se había deshecho de ella cuando estaba en el hospital. Eso la enfureció. ¡Encima de todo iba a intentar hacerse el inocente!
Lo encontró en su habitación y lo que vio la turbó unos instantes: Dani le hablaba muy risueño al horroroso juguete que había traído de algún chiquero. Le hablaba como si la horrenda cosa lo escuchara. «¿Se está volviendo loco?»
―¡Dani! ¿Qué haces? ―Su voz de látigo sobresaltó al chiquillo.
―¡Mamá!
―Te dije que no quería esa porquería en mi casa.
Dani abrazó al muñeco como si fuera su más valiosa posesión.
―No me lo quites por favor ―lloró―. Él no quiere irse, quiere estar conmigo. Además, es mi amigo.
―No digas tonterías. ―Sintió el deseo de arrebatarle el feo muñeco y hacerlo pedazos, pero pensó que al menos un gesto de amor podía hacer por su vástago. De modo que se olvidó del muñeco―. ¿Qué hiciste la cuerda? ―el niño permaneció mudo― ¿La cuerda con que tiraste a tu hermano?
―¡Él no es mi hermano!
―Pero sí lo tiraste ―No era una pregunta. Dani bajó la vista, contrito―. Agradece que no se lo diga a tu padre.
―Él no es mi padre.
―Es una lástima. Una semana de castigo ―dijo―, sin televisión, sin videojuegos, sin cine, sin dinero. Y cómo vuelvas a hacer algo igual de estúpido te pongo a disposición de Sebas. Pudiste haberlo matado…
―No. En manos de él no. Por favor. ―El rostro de Daniel era un poema de terror.
―Así que nos estamos entendiendo. Pues será mejor que no lo olvides.
*****
Tres días más tarde. Cristian, que ya tenía su diente nuevo, fue a buscarla a la cocina cuando preparaba la cena.
―¡Mamá, mamá! Daniel está con alguien en el cuarto, creí que estaba castigado.
Carolina quitó la sartén de la lumbre y subió. Escuchó risas, las risas agudas de su hijo, y unas un poco más graves. No sabía de quién eran esas otras risas, pero un miedo cerval la acosó de pronto. Giró la manecilla de la puerta para averiguar de quién se trataba, pero estaba cerrada con llave por dentro.
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Editado: 26.05.2022