Historias de terror

Cortando camino (II)

Estuvo largo rato inmóvil, expectante. El motor de la moto se apagó un minuto antes que la luz y Silver quedó envuelto en una especie de luz argéntea. Durante unos instantes creyó que era algo sobrenatural, pero luego miró al cielo, y vio a una gorda luna de plata en el horizonte. De alguna forma eso le hizo sentir más temor. No era supersticioso, pero por lo general, la luna llena era considerada la noche de los monstruos.

Muy asustado, a decir verdad, y mil veces arrepentido de haber tomado el atajo, regresó junto a la moto. La levantó y probó encenderla, ¡sorpresa!, el motor no respondió. Entonces sí que sintió pánico. Probó a la patada y con el botón automático, pero nada. Ni siquiera la luz prendía.

Un minuto más tarde, seguro de que no quería estar más en ese sitio, empezó a caminar halando de la moto. Bonita estampa ofrecería en la aldea cuando apareciera tirando como un animal de carga lo que en un principio iba a presumir.

Al principio avanzó con agilidad. La moto no se resistía, y tomándola de la forma correcta, era posible mantener un ritmo constante. Pero Silver empezó a cansarse al cabo de un rato. La noche era fresca, pero él sudaba y jadeaba por el esfuerzo, le empezaba a dar sed y no llevaba nada que pudiera quitársela. Se obligó a continuar, si aquél camino era el que años atrás había recorrido unas cuantas veces, entonces no debía estar lejos de una pequeña laguna que bordeaba el camino. Recordó sus aguas pardas y verdes, pero estaba seguro que en aquellos momentos le parecería más límpida que un manantial.

Y en contra de lo esperado llegó a la laguna. Tal como le estaban saliendo las cosas ese día creyó que nunca iba a dar con ella. Pero la encontró. La observó durante un momento, aliviado, mientras recuperaba el resuello y después, haciendo cuenco con las manos, bebió hasta saciarse.

Una vez saciada su sed, se sintió reconfortado en cierto modo, y la noche le parecía más apacible que aterradora. Cerca de la orilla de la laguna había un olmo de frondoso ramaje, cuyas hojas a ratos parecían brillar a la luz de la luna. Tal belleza le aligeró el alma, y logró olvidarse de sus recientes tribulaciones.

Ya más relajado decidió que lo mejor sería quedarse a pasar la noche allí. Ir halando de su moto por un camino empotrado en un montarral era una tarea que sin duda se hacía mejor con la luz del día. «¿Qué más da? —pensó—. Por un día que me retrase mis padres no dejarán de esperarme.»

Así que sacó la motocicleta del camino, para que en el improbable caso de que alguien pasara no entorpeciera su paso, y se formó una cama de musgo y ramas junto al tronco del olmo. Cayó rendido de inmediato, no había imaginado que estuviera tan cansado.

Estaba teniendo un sueño apacible, lejos de tribulaciones y atajos angostos que le amargaran la vida. Se podía decir que dormía como un bebé. Pero a su sueño tranquilo, y de alguna forma supo que era real, empezó a llegar un ruido, un murmullo, como de agua que reverbera, como de un rumor de insecto. Era un sonido débil, distante, pero persistente. Su sentido de alerta lo hizo despertarse, no somnoliento como acostumbraba despertarse por las mañanas, sino que con la mente despejada, alerta.

Algo le decía que en aquel sitio ya no estaba solo, y el miedo empezó a palpitar de nuevo. Con la luz de la luna la noche casi parecía día, pero pese a eso, Silver no logró ver nada a su alrededor. Quizá sólo era su imaginación.

De todas formas, no se sentía tranquilo.

Algo en el agua llamó su atención. Silver miró con atención. Nada. Sólo una luna llena que se reflejaba en el centro, gorda, majestuosa, pero también sucia por la superficie en la que se reflejaba. Un momento. Del centro de esa luna salió una onda concéntrica que llegó hasta los márgenes de la laguna. Silver contó diez latidos de corazón antes de que otra onda naciera del mismo punto. La siguiente tardó menos tiempo, y la siguiente mucho menos. Un minuto después, toda la superficie líquida estaba invadida de ondas. Y en el centro, donde nacían, algo empezó a emerger.

Si Silver no se cagó fue sólo porque desde la mañana no había comido nada.

Una criatura, totalmente inhuma, emergía monstruosa, como si un elevador en lo bajo de las aguas la izara. Su forma recordaba a la de un pulpo, por los cuatro tentáculos de menos de medio metro que salían de su cuerpo; su rostro era escamoso y parecido al de un pez. Algo le rozó una pierna y Silver dio un salto. Anonado como estaba, viendo aquél rostro monstruoso, no se había percatado que un tentáculo blancuzco salía del agua e intentaba cogerlo. Se alejó de él, aterrado, brincando como loco.

El tentáculo, sabiéndose esquivado regresó al agua, reptando. El ser del agua siguió emergiendo, y esta vez empezó a avanzar hacia la orilla. Silver siguió retrocediendo, aún inseguro de si aquello era real o no.

Algo se movió en su ángulo visual. Silver se volvió para echar un rápido vistazo. ¡Otro tentáculo! Solo que este era verdoso. Nacía de un arbusto ubicado a escasos metros de Silver. El arbusto se agitaba, y Silver estaba seguro que el dueño de aquel tentáculo se escondía allí. Sueño o no, Silver supo que era el momento de echarse a correr. Y dejando la motocicleta atrás, se echó a correr por el caminito tapizado de hojas secas.

La velocidad de movimiento de los tentáculos le había indicado que éstos eran lentos, igual que sus dueños. De modo que, corriendo, Silver estaba seguro de no ser alcanzado. Corría aterrado. El corazón desbocado en su pecho. Pero también sentía una suerte de adrenalina, un regocijo sin fundamento, e imaginó la historia que iba a contar más adelante. Sólo tenía que seguir corriendo, y así salvaría el pellejo.




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