Historias de terror

Lo más apreciado (II)

Impelido quién sabe por qué absurdo, esa noche decidió presentarse en casa de la viuda, sin invitación. Intuía que allí había algo más, algo que tenía al chico asustado. Y aunque no era alguien curioso, había cogido cierto afecto a Dany. Quería ayudar de todo corazón.

A las ocho de la noche se encontraba tocando el timbre de la imponente mansión. Tuvo que esperar una eternidad hasta que Eva fue a abrirle. Era curioso que hasta ese día no hubiera visto ningún empleado en la casa, aunque suponía que sólo los había de día. La señora de la casa parecía somnolienta, y en efecto, seguramente estaba durmiendo, porque vestía una bata de etéreo raso que insinuaba muy bien las curvas de su cuerpo. Al ver a Andy pareció volver de un letargo, ya que al instante siguiente parecía todo lo despierta que cabe desear.

―Profesor, Andy ―dijo a modo de saludo―. No esperaba su visita.

―Lamento aparecer tan de repente, pero no creí que ya estuviese durmiendo. Perdone mi importunísimo, será mejor que regrese otro día.

―¡Faltaba más! De ninguna manera. Pase por favor. Su presencia siempre es bienvenida en esta casa.

No dejó que Andy protestara. Lo tomó del brazo y lo hizo cruzar el umbral. De reojo, casi sin querer, Andy miró hacia el escote de la hermosa señora, percibió el empiezo de unos blancos y firmes pechos. Pero apartó la vista de inmediato.

―Andy está durmiendo ―dijo Eva, mientras lo guiaba hacia la sala―. Yo también estaba durmiendo. Algunas veces preferimos dormir temprano, especialmente los fines de semana, por lo que ocurre en las noches… ―pero entonces se calló, como si hubiera hablado de más.

―¿Lo que ocurre? ¿Qué ocurre en las noches?

―Nada. Sólo que a veces Andy tiene pesadillas. Nada del otro mundo.

―¿Qué clase de pesadillas? ―Entonces se dio cuenta de algo. Habían dejado la sala atrás y habían iniciado el ascenso de las escaleras―. ¿A dónde vamos?

Eva le sonrió con dulzura y le acarició el brazo que le tenía cogido. Andy sintió una corriente eléctrica recorrerle el cuerpo.

―A mi habitación, claro.

―¿Su habitación?

―Usted es un hombre joven y muy apuesto, además de soltero. Yo, una mujer necesitada de un poco de afecto y compañía, ¿es mucho pedir?

La mente de Andy trabajaba a marchas forzadas, sin embargo, no lograba pensar nada con claridad. Lo único que entendía es que Eva lo guiaba a su habitación, y no para charlar precisamente.

―No es mucho ―respondió al cabo de un instante, consciente de que Eva era una mujer muy hermosa, y que, sin quererlo, muchas veces se había sorprendido fantaseando con ella.

―Además ―la mujer se detuvo en el rellano del segundo piso, le empezó a acariciar el pecho con una mano y la otra se la dejó en el cuello―, hace unos instantes le sorprendí espiando mis senos. ―Se mordió un labio con picardía a la vez que le atravesaba con ojos ardientes, chispeantes, excitados.

Andy se vio contagiado de aquel fuego.

―Sí, lo hice ―reconoció, excitado.

Pasó una mano por la estrecha cintura de Eva y comenzaron a devorarse los labios, con fuerza, con pasión, con ardor, ajenos a aquel chico que dormía no muy lejos de allí, ajenos a la oscuridad en que aquél chico empezaba a sumirse.

*****

Les despertó los gritos de Dany.

Andy se alzó bruscamente, con un miedo helado instalado muy dentro de su ser.

―¡Mi bebé! ―chilló Eva antes de que Andy alcanzara a pensar siquiera algo coherente.

 Un instante después se encendieron las luces de la habitación y la mujer flotó recogiendo sus prendas para vestirse. Un nuevo grito hizo que se apresurara todavía más.

―¿Qué sucede? ―preguntó Andy saliendo de la cama y emulando a la mujer.

―¡Él está aquí! ―dijo la mujer, aterrada e histérica―. No debí quedarme dormida. Viene por mi niño.

―¿Quién? ―dijo Andy, brincando a la pata coja mientras metía una pierna en el pantalón.

―¡Carlos! ¡Mi difunto esposo!

Dicho y hecho se echó a correr hacia la procedencia de los gritos.

«¿Su difunto esposo? ¿Había dicho: su difunto esposo?» Sin tiempo para detenerse a pensar si en verdad había dicho tales palabras, se echó a correr tras la desesperada mujer, apenas abrocharse el pantalón.

Eva se había perdido en los pasillos, pero por los gritos no era difícil ubicarse. Cuando llegó a la habitación, poco faltó para que Andy se fuera de culo. Una sombra, negra como la noche misma, con un vago aspecto de hombre, surgía de una pared y con algo parecido a manos tiraba de Dany, que gritaba, pataleaba y se agarraba con denuedo de las ropas y la piel de Eva, que a su vez tiraba del muchacho, tratando de arrebatarlo de las garras de la sombra.

―¡No te quedes allí! ―chilló, desesperada―. Ayúdame.

El gritó despabiló a Andy que corrió y sujetó por la cintura a Dany, y empezó a tirar con todas sus fuerzas.

―¡Sostenlo! ―gritó Eva― No dejes que se lo lleve.




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