―Ya voy, amigo. ―Era la voz de Ariel―. En serio que como das lata.
Raymundo suspiró aliviado y esbozó una sonrisa.
Algo muy fugaz pasó por su cabeza. El pensamiento fue tan efímero que no logró cogerlo. Ese pensamiento le agrió la sonrisa, y durante unos instantes sintió miedo. Era como si de pronto supiera que la persona de dentro no era su amigo, su Ariel, si no alguien más. Oyó las pisadas que se acercaban a la puerta y tuvo la sensación de quien caminaba hacia él no era su amigo, sino algo aterrador, un monstruo que iba a por él.
La puerta se abrió un trecho y Raymundo dio un paso atrás, aterrado por lo que pudiera asomar por la rendija.
Ariel asomó la cabeza. El reflejo del sol lo hizo parpadear varias veces, pero fuera de eso, era el mismo Ariel que conocía. Raymundo soltó el aire que, sin darse cuenta, había estado conteniendo.
―¿Por qué no has respondido mis llamadas? ―fue lo primero que preguntó
―Perdona ―dijo Ariel, llevándose una mano a la sien como si le doliera―. He estado ocupado. Ni siquiera me había dado cuenta que tengo el celular apagado.
Raymundo le dedicó una sonrisa de complicidad.
―Sí, ya me dijeron. Tienes compañía, ¿eh? ¿Puedo verla?
―¿Qué? ―Ariel pareció sorprenderse― Ah, la chica. Lo siento, no creo que sea buena idea.
―Oye ¿y a qué huele?
De dentro, ahora que la puerta está entreabierta, sale un olor como a moho, rancio. Raymundo logra percibir otra cosa, ¿carne putrefacta?
―No la habrás matado, ¿verdad? ―bromeó Raymundo.
Ariel lo miró con los ojos como platos. Y durante un fugaz instante Raymundo temió haber dado en el blanco.
―¿Qué? ¡No! ¡Cómo crees!
―Eso pensé.
―Tengo una idea ―dijo Ariel―. Ven esta noche. Para entonces ya habré limpiado y estaré desocupado. Haremos lo de siempre. Anda, ¿qué dices?
―Parece una buena idea.
―Genial, nos vemos en la noche entonces.
Ariel se metió a la casa y cerró la puerta, pero Raymundo encajó el pie en un resquicio antes de que terminara de cerrarse.
―Llamé a tu trabajo, y quieren que te presentes cuanto antes ―le informó―. También tu madre quiere darte un buen sermón.
―Vale, gracias. Ya me reporto en cuanto el teléfono agarre carga. Recuerda, esta noche.
―Lo recordaré.
Por fin, tranquilo, Raymundo se mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y silbando se va a casa.
*****
Ariel cierra la puerta con alivio. Mientras se dirige a la cocina, la piel empieza a resbalársele. Maldita piel, esa. Nunca se la ha dado bien eso de disfrazarse. A diferencia de los demás.
En la cocina, en una mesa empotrada a la pared, los restos del dueño de la piel están desperdigados sin orden. Una pierna aquí, un brazo por allá, el corazón en aquella cazuela, la cabeza en el suelo… Es todo un desorden. Tampoco es muy bueno en eso del orden.
Aguza la nariz y se da cuenta que el olor a putrefacción es marcado, cómo no, si hasta el humano lo había percibido. Menos mal que son muy inocentes en esas cuestiones. Tendría que hacer limpieza y dejar todo limpio, antes de que el olor llegara a las casas vecinas. ¡Bah! Trabajar era algo que detestaba. No se le daba muy bien eso de trabajar, a decir verdad.
Sólo había algo que se la daba tan bien como a los demás. Matar y comer.
Se quitó la piel del chico que se llamaba Ariel y la colgó en un gancho, junto a la de la chica que había entrado en la casa hacía dos noches; aún le iban a ser útiles.
Matar y comer.
Tomó una pierna y empezó a comer. La sangre le escurrió en las garras y en la mandíbula escamosa. Comería una buena tajada y después escondería todo muy bien, para después. La carne humana era para él como el vino para ellos, entre más añeja mejor.
Después empezó a limpiar. Esa noche tendría una cena muy importante. Esa noche le visitaría la cena.
Se relamió de gusto ante la perspectiva.
Aún tuvo tiempo de mandarle un mensaje a la cena.
“¿Vendrás?”, le preguntó en el texto.
“Cuenta con ello”, respondió Raymundo.
---FIN---
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Editado: 26.05.2022