Historias de terror

La promesa olvidada (II)

Darlin Went no volvió de su desmayo hasta la mañana. Abrió los ojos como si se despertara de un profundo sueño. Tardó un momento en recordar el terror de la noche anterior y volvió la vista hacia la puerta, asustada ante la posibilidad de que la figura encapuchada siguiera allí. En la habitación únicamente estaba ella.

Sin embargo no creía que hubiera sido un sueño. Había estado despierta, tan cierto como que en ese momento ya había salido el sol. Permaneció largo rato echada en la cama, pensando en el significado de la extraña visita. Se había desmayado antes de que el fantasma anunciara alguna calamidad, ¿era eso bueno o malo? Al evitar que le hablara directamente ¿había evitado el fatal vaticinio o éste continuaba a pesar de su ignorancia?

La cabeza le daba vueltas al asunto, sin que ninguna explicación llegara a convencerla de qué era lo que había ocurrido. El miedo ante lo que pudiera ocurrir le oprimía el corazón.

En tal estado la encontró doña Inés. La vio tan pálida que corrió hasta su hija y empezó a palparla en el cuello para descartar cualquier fiebre sin dejar de hacer preguntas sobre lo que había pasado. Darlin le iba a comentar el sobrenatural suceso que había vivido, pero al notar el grado de aflicción de su madre, decidió no decir nada de momento. Al fin y al cabo, era posible que todo hubiera sido una horrible pesadilla.

―Ha sido una mala noche, nada más, madre ―dijo, tratando de hablar con calma y naturalidad.

―¿Estás segura, hija? ―la señora la observó con ojo crítico―. ¿No te duele nada?, ¿no te picaría algún bicho?, ¿sientes frío?

―No, estoy bien ―respondió Darlin de manera apresurada, antes de que el recuerdo del frío le sobrecogiera el corazón y fuera imposible ocultar su pesar a doña Inés.

―Entonces arriba, ya te has tardado más de lo normal en bajar a desayunar. Hay mucho que hacer.

Efectivamente había mucho que hacer. La boda la pagaría la familia Brown, pero la matrona había conseguido un papel de dirección en la planeación de la misma. Darlin, muy emocionada con la misma, procuró olvidar el mal trago de la noche anterior, dando opiniones en todo aquello en que le era requerida. Con todo, había momentos en que su mente insistía en volver a la madrugada anterior, su piel recordaba el frío y su corazón se sobrecogía con la sola ilusión del fantasma atravesando la puerta. Entonces sufría un escalofrío y su madre pregunta qué le pasaba. Ella respondía que todo estaba bien. Pero al final de la jornada, al regresar a casa, la madre le hizo beber una infusión para los resfriados y el debilitamiento de cuerpo.

No subió a su habitación hasta la hora de dormir. Mientras esta llegaba había procurado distraerse con la lectura de un libro, con el objeto de evitar una charla con su madre, no fuera que esta se percatara de la aprensión que la embargaba a medida que la hora de acostarse se acercaba. Darlin Went era muy supersticiosa, pero su madre lo era todavía más. No quería preocuparla a no ser que fuera estrictamente necesario.

Se despidió con un cortés buenas noches y fue a su habitación. Al encontrarla de lo más normal, se permitió un suspiro de esperanza. Se desvistió y se preparó para dormir. Al llevar la lámpara de aceite hacia la mesita que había junto a su cama, un reflejo plateado sobre la repisa llamó su atención. Que ella supiera, no tenía nada allí que pudiera emitir destello alguno.

Al acercarse a la repisa encontró sobre ella, junto a unos viejos libros, una sencilla cadena de plata con un dije en forma de ancla de no más de dos centímetros de largo. Darlin estaba segura de no haber visto nunca esa joya, no obstante, la mente pugnaba por evocar algún recuerdo que estaba por allí, no muy lejos, pero fuera de su alcance.

Alargó la mano para tomarla y descubrió que esta le temblaba sobremanera. Cuando la cogió, un dolor agudo le punzó la cabeza, tembló todo su cuerpo y a punto estuvo de caer y de que la lámpara escapara de su mano. Reminiscencias de algo ocurrido hará no mucho tiempo pugnaron por asaltar su mente, pero se quedaron en el intento. Y poco a poco el dolor de cabeza desapareció y el temblor de su cuerpo se hizo tolerable.

¿Qué significaba la cadenita y su dije en forma de ancla? Tembló ante el posible significado. Sea lo que fuera, tenía miedo.

Más tarde, mientras daba vueltas en la cama, en busca del consuelo del sueño, se le ocurrió que podría ser un regalo de su amado. No obstante, esta explicación no la convencía. Las únicas veces que Ben se había valido de un tercero para hacerle llegar algún presente fue cuando empezaba a cortejarla. Más tarde, cuando se ganó su estima, siempre hacía los obsequios de manera personal. No creía que en esa ocasión se hubiera valido de Flor o su madre para hacerle llegar la cadenita con el dije. Además, tanto la cadenilla como el dije eran de plata. En otro tiempo pudo haberle parecido un digno obsequio, pero acostumbrada al oro, diamantes y demás piedras preciosas de Ben, la plata era demasiada burda. No creía que fuera un obsequio de él. Entonces, ¿de quién?

La respuesta vino cuando por fin el sueño le ganó a sus miedos e inquietudes. Durmió sin interrupciones hasta la madrugada, cuando una pesadilla vino a revelarle la verdad sobre la cadenilla que encontró sobre la repisa. Más que una pesadilla lo que su mente hizo fue revivir el suceso de la noche anterior.

Sabía que era un sueño porque durante el tiempo que duró la pesadilla, no miraba desde la altura de su cama, sino que lo hacía desde el techo, como una mera observadora. No obstante, el miedo era el mismo.




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