Flor seguía durmiendo con ella. Darlin sabía que era un gesto fútil, pues la presencia de la muchacha no había marcado ninguna diferencia en la anterior visita. De todas formas, le reconfortaba saber que no estaba sola en la habitación.
La tercera visita inició como las otras tres. Despertó en la madrugada presa de un frío colosal (nunca supo la hora en la que sucedía) y después escuchó los pasos del encapuchado que se acercaba. En esa ocasión pudo incorporarse en las almohadas. Por primera vez tenía dominio de su cuerpo. También lo tenía de su voz, pero de alguna parte había surgido la idea de que por más que gritara o echara a correr no lograría despertar ni a Flor ni a su madre ni sería posible escapar de su visitante nocturno. Y eso hacía que todo fuera más aterrador.
Esa madrugada había luna, cuya luz argéntea se colaba a través de los cristales de la ventana. Dicha luz le permitió ver con más claridad que antes al ser que atravesó la puerta como si esta no fuera más que un espejismo. Vio sus pies descalzos, sólo huesos, sus manos huesudas que se escondían en las mangas y de su rostro… su rostro sólo era oscuridad. Llegó a plantearse que tal vez no tuviera cabeza, Pero desechó la idea, porque de otro modo, ¿cómo se sostendría la capucha de la negra túnica?
El ser llegó hasta su cama, adoptando de nuevo la actitud anterior. Pero en esa ocasión Darlin tenía dominio de su cuerpo y su voz. Se cubrió más con las sábanas y se acomodó en los almohadones a modo de quedar sentada.
―¿Quién eres? ―preguntó― ¿Quién te envía a torturarme?
Por un instante tuvo la impresión de que el ser iba a responder. Se elevó una milésima su pecho y la capucha se agitó una minucia, pero lo único que soltó fue un hondo suspiro y un vapor blanco surgió de su boca, similar al que ella exhalaba a causa del gélido frío.
―¿Quién te envía? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me haces tan desdichada?
Darlin hizo mil preguntas a su sobrenatural visitante, pero éste permaneció de pie, inmutable, ni siquiera volvió a salir de su capucha la vaharada de aliento blanco. La joven se echó a llorar, suplicó paz y una explicación, suplicó mil cosas, lloró otra vez, tembló, se quedó sin voz y volvió a preguntar y suplicar; la figura encapuchada siguió impune a todo. Por último, su esquelética mano salió de una de las mangas y depositó algo en su pecho. Luego dio media vuelta y volvió por donde había llegado.
Esta vez la joven, débil como estaba, aún tuvo energías para tomar lo que el visitante le había dejado. Era un papel. Sentía que caería rendida ante el cansancio y la debilidad, también sospechaba que su madre lo escondería a la mañana siguiente cuando fuera a despertarla, así que lo metió en su blusón. Confiaba en mirarlo con atención a la mañana siguiente. Después cayó en la semiinconsciencia.
En efecto, cuando despertó, lo primero que vio fue a su madre hurgando aquí y allá en su habitación. En un acceso de pánico metió la mano en su ropa de dormir y emitió un suspiro al rozar con sus dedos el papel.
―¡Oh, ya despertaste! ―dijo su madre―. Cómo me alegra, querida. ¿Cómo te sientes?, ¿estás mejor?, ¿no ocurrió nada anoche?
La respuesta surgió mecánica.
―No. Pude dormir de un tirón la noche. Es más, ya me siento mejor. Creo que hoy sí podré acompañarte con el asunto de la boda.
―De eso ni hablar ―repuso doña Inés―. Aún estás pálida y el doctor recomendó que descanses. Tu prometido prometió venir a cuidarte de nuevo. Ese muchacho es un ángel. ¡Cuánta suerte tienes hija! Espero que sólo venga a cuidarte. No quiero imaginar que esa debilidad tuya sea por otro motivo más carnal y natural.
―¡Mamá!
―¡Cómo lo siento, hija! Sabes que a veces hablo sin pensar, ¿sabrás excusarme?
―Sabes que sí.
―Viendo que todo está todo en orden, mandaré a Flor con el desayuno y que ayude a ponerte presentable. ¿No querrás que Benson te encuentre con ese rostro de muerta? ¡Dios mío, podría hasta cancelar la boda!
―Manda a Flor hasta dentro de una hora, siento que aún quiero descansar.
―Como digas. Después de todo, tu prometido nunca viene antes de mediodía.
Al quedarse sola, Darlin sacó el papel que había escondido en el blusón. Era un retrato de medio cuerpo. Al verlo rompió en llanto. No sabía quién era, pues nunca lo había visto, pero fue como si su corazón conociera a aquel joven moreno, de ojos oscuros y sonrisa encantadora. El sentimiento era de una profunda pena. El joven del retrato llevaba al cuello una cadenita de plata con un dije en forma de ancla y se anudaba en la frente un pañuelo rojo con réplicas del dije.
Flor debió oír su llanto porque entró en la habitación al poco tiempo. La abrazó y dijo palabras tranquilizadoras. Darlin no había escondido el retrato, por lo que la criada lo miró y ahogó un grito.
―¿Lo conoces? ―preguntó Darlin― ¿Sabes quién es?, ¿le conozco? Porque tengo la sensación de que sí. ¿Y por qué lleva la cadena y el pañuelo que el fantasma me ha dejado durante las anteriores visitas?
―No lo conozco ni lo he visto antes ―dijo Flor―. Iré a preparar el desayuno.
Cuando volvió, fue inmune a las preguntas y suplicas de su señora.
Benson Brown llegó a la una de la tarde. Encontró a Darlin un poco mejorada, esto lo constató por el hecho de que ella estaba en la sala fingiendo leer un libro. Se levantó contenta cuando el joven entró y lo llenó de besos y arrumacos. Después le pidió que la sacara a pasear. Había estado tanto tiempo encerrada que necesitaba salir y disfrutar del aire libre. Benson se mostró encantado. Flor dijo que no era buena idea, que la señora Inés había aconsejado que Darlin permaneciera en cama, pero Darlin también era señora de la casa así que su deseo prevaleció.
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Editado: 26.05.2022