Historias de terror

La tristeza del niño

Lo vi sentado en la banqueta del parque, observando con gesto taciturno el hospital de enfrente. Mi sorpresa no habría sido mayor si en lugar del niño hubiera visto un alien. ¡Se suponía que estaba luchando por su vida en el interior del hospital que observaba!

Pensé en un posible truco, una jugada de mi mente debido a mi preocupación por el pequeño; por el pequeño y su madre, de quien era su novio. Parpadeé varias veces, incluso me froté los ojos con los nudillos, pero el niño seguía allí, la rodilla izquierda sobre la banqueta, sus manos sobre la rodilla, su quijada sobre sus manos, su cabello revuelto meciéndose con la leve brisa. Era él, no me cupo la menor duda, el pequeño de cinco años, Steven. Con la diferencia de que lo veía sano, a no ser por la extrema tristeza que parecía acusar.

Me acerqué a él con cautela, sin saber muy bien qué pensar, sin saber qué hacía en el parque ni cómo había salido.

―Steven ―le dije en voz queda, insegura. En mi mente bullía la posibilidad de que fuese otro niño o una alucinación.

El pequeño atendió a mi voz. Alzó sus ojos grandes y almendrados y me sonrió, pero era una sonrisa de infinita tristeza, y sus ojos eran dos estanques de un sentimiento similar. Sentí un escalofrío al verme reflejado en esos ojos. Durante una fracción de segundo estuve seguro de que esos no eran ojos humanos, sino un portal a otro lugar, a otro mundo.

―Ray ―respondió el pequeño―. Te estaba esperando.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, clavando gélidas espinas en mi piel. Aquél “te estaba esperando” me sonó demasiado premonitorio, demasiado antinatural.

―Pues ya estoy aquí ―le dije. Me senté a su lado―. ¿Y qué haces aquí, pequeño? ¿Cómo saliste? ¿Lo sabe tu madre? ―No sé por qué hice esas preguntas, la verdad es que temía las respuestas, pero sentí que una fuerza invisible me impelía a plantearlas.

―Ya te dije, te estaba esperando. ―Su voz era un suave susurro, cadente y melancólico, apenas si abría la boca para hablar―. Sobre mi madre es que quiero hablarte. ―Cogió algo del lado que había dejado libre de la banqueta y me lo tendió, era una rosa hermosa, perfecta―. Ten, es para mi madre.

―¿Pero dónde está ella? ―No entendía el por qué, pero estaba asustado. Algo no iba bien en todo eso― Vamos a buscarla juntos y se la obsequias tú mismo.

El semblante del niño se contrajo en un rictus de amargura y dolor. Miró al suelo y se limpió una lágrima de los ojos.

―¿Qué tienes, Steven? ¿Por qué lloras? ―Le pregunté. Puse una mano sobre su hombro, la cual retiré de inmediato, debido al contacto frío y ríspido, sobrecogedor. Empecé a intuir la realidad de lo que estaba formando parte.

―No lloro por mí ―dijo el niño―, sino por mamá. Sé cuánto le dolió la partida de papá. Y sé que la mía le dolerá todavía más. ―Francamente, creo que me puse pálido―. En cualquier momento saldrá por esa puerta, dando alaridos de dolor. ―Me miró con ojos suplicantes, y al fondo, muy al fondo, descubrí un destello de esperanza―. Toma esta flor y dásela de mi parte. Consuélala, Ray, no dejes que pierda el sentido de su vida. Después de papá, eres el mejor hombre para ella. Nunca la abandonaremos, nunca los abandonaremos. Papá y yo, desde un lugar de paz, estaremos pendiente de ustedes. Prométeme que no dejarás que mamá sucumba ante esta adversidad. ―El niño estaba llorando, creo que también yo derramé una lágrima.

―Te lo prometo ―dije. No creí que fuera una broma, estaba seguro de que estaba hablando con un muerto. Tome la flor y me la llevé al pecho, como señal de que cumpliría mi promesa.  

El niño sonrió. Era su primera sonrisa de felicidad.

―¿Por qué no a ella? ―Me atreví a preguntarle― ¿Por qué viniste a mí y no a tú madre?

―Ella no lo soportaría ―fue su respuesta.

Asentí, aceptando la respuesta.

Un murmullo creciente atrajo mi atención hacia el hospital. Por la puerta principal salía un grupo de personas, en el centro, mi novia, la madre de Steven, daba gritos de dolor, clamando por su pequeño recién fallecido.

―Ya viene tú madre ―dije.

Pero estaba solo en la banqueta. Apreté el tallo de la rosa, me puse de pie y fui al encuentro de la desventurada, dispuesto a cumplir mi promesa.  

---FIN---




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