Historias de terror

Sonámbula

Milder no recordaba mucho de su niñez. Pero, a decir de sus padres, su sonambulismo empezó desde temprana edad. Entre los diez y quince años, sus episodios de sonambulismo se intensificaron de tal manera que llegó a representar un peligro para ella misma. Peligros de los que, naturalmente, ella no era consciente. Bajaba las escaleras, iba al baño, o deambulaba por los pasillos. Pero cuando mayor peligro corría era cuando se metía a la cocina y empezaba a manipular los instrumentos de la misma; en una ocasión la encontraron pelando un pepino con un cuchillo, de buena suerte que no se cortó. Desde ese día, en su casa guardaban bajo llave los objetos cortantes y pusieron una barandilla en el rellano de las escaleras en el segundo piso.

Se sabe que no existe un tratamiento eficaz para el sonambulismo. De manera que su familia tuvo que conformarse con reforzar las medidas de seguridad en torno a la habitación de Milder, a la vez que intentaban con sedantes y pastillas para dormir, que la joven no se levantara mientras aún dormía. El éxito fue escaso.

Tras los quince años, los episodios de sonambulismo de la joven empezaron a ser más escasos, cada vez más esporádicos. Hasta el punto de que cuando cumplió los diecisiete, hacía meses que no sufría de ese trastorno del sueño. Su familia se sintió aliviada, y la afectada, se alegraba de no suponer más carga para sus progenitores.

Pasaron los años y Milder se graduó de la universidad, no sin cierto esfuerzo, y consiguió un trabajo en una agencia bancaria. El primer día de trabajo se llevó una gran sorpresa al enterarse que una compañera de la universidad, llamada Yessenia, también había sido contratada por la misma agencia, en un puesto similar al de ella.

La sorpresa no fue de alegría precisamente. Nunca intimaron demasiado en la universidad; Milder opinaba que Yessi era arrogante y pagada de sí misma. Lo peor de todo era que, al menos en lo que concernía a Milder, la otra mujer llevaba algo razón, y Milder lo sabía, y eso hacía que su antipatía creciera. Yessi era más bonita, medio mundo lo decía, amén de que también conseguía mejores notas. Pero por lo que más inquina le guardaba, era por el día en que empezó a salir con Alexander, el chico que le gustaba a Milder.

Cierto que tres meses después, ella dejó al chico para salir con otro. Y unos meses después, Milder empezó a salir con él. Desde eso ya habían pasado dos años, y una semana atrás, ella se había mudado con él, al apartamento que su padre le había ayudado a comprar. Sin embargo, Milder aún sentía celos de que la mujer hubiera salido con su chico. ¡Y ahora esto! Iban a ser compañeras de trabajo, cuando estaba segura que jamás la vería de nuevo.

Y la muy hipócrita se atrevió a besarla en la mejilla ese primer día de trabajo.

―Hola, Milder ―la saludó―. No sabía que seríamos compañeras de trabajo. Qué súper, ¿no?

―Sí, mira, qué sorpresa ―dijo Milder, sin la efusividad de la otra―, no me lo esperaba.

―Ni yo. ¿Y cómo vas con Alex? ¿Es cierto que van a vivir juntos?

―Hace una semana que vivimos juntos ―matizó Milder, tratando de no traslucir acritud―. Es todo un amor.

―Me alegro por ambos. ―Milder no le creyó.

Tres días después, se encontraba regando unas macetas que había puesto en el balcón de su apartamento, cuando vio que alguien del edificio de enfrente agitaba las manos, saludándola. Milder retrocedió un paso, casi aterrada, cuando vio a Yessi en el balcón del tercer piso del edificio del otro lado de la calle, justo el piso de su apartamento. Saludó tímidamente y siguió regando las macetas. La otra mujer gritó algo, pero su voz se la llevó el ruido del tráfico.

Esa noche tuvo su primera discusión con Alexander.

―¿Por qué vive ella en la calle de enfrente? ―le preguntó, casi gritando― No sólo la tengo que aguantar en el trabajo, si no que ahora hasta es mi vecina. ¿Y desde cuándo vive allí? ¿Tú lo sabías? ¿Se pusieron de acuerdo?

―No, Mil, no. Te juro que no sé nada. Ni siquiera tengo trato con ella. Tú me lo prohibiste, ¿recuerdas?

―De modo que, si yo no te lo hubiera prohibido, sí hablarías con ella todavía.

―No quise decir eso.

―Pero lo dijiste. ¿Lo qué quiero saber es si sabes por qué vive enfrente?

―No lo sé. Lo único que te puedo decir es que nuestros padres son amigos. Puede que hayan acordado mandarla a vivir cerca de nosotros para que podamos echarle un ojo.

―Y bien que mueres por echarle más que un ojo, ¿verdad?

―Amor…

―Me voy a dormir.

Cuando despertó estaba en la sala. Estaba de pie y se sintió desorientada por un minuto. Al final comprendió que había estado caminando dormida. Sintió temor. Hacía años que no tenía ningún episodio de sonambulismo. Regresó aún confundida a la habitación y se metió a la cama sin hacer ruido. Al otro día, no comentó lo ocurrido a Alex. Puede que no volviera a ocurrir.

Los días pasaron, y Milder estaba cada vez más irritada. Y sabía la causa de esa irritación, incluso tenía nombre: Yessenia. No sabía que odiaba más de la mujer, si su cara risueña y su alegría innata; el hecho de que a todos le caía bien; que era más bonita; que el banco estaba más satisfecho con su trabajo que con el de ella; que fuera su vecina; que hubiera salido con su actual pareja o que la tratara como a la más íntima de sus amigas cuando ella sólo procuraba mantenerse apartada. Quizá se trataba de una mezcla de todo. Lo cierto era que apenas soportaba a la mujer.




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