Historias de terror y fantasias de muerte

Tercera historia pte.2 - EL INDIGENTE DE LA CALLE LIBERTAD

De él no supe nada durante unos cuantos días. Pensé, con cierto remordimiento, que por fin ya no molestaría por el barrio. Pero me sentía culpable, pues incluso ese día no dejaba de repetir y apuntar hacia otro lado diciendo que "él quería apagar su luz" o que "él quería matarlo", siendo insultado por los vecinos al ver que donde quiera que él señalase, nunca había otra persona.

Como suele ocurrir en estos casos, la gente solo le consideró como un desagradable drogadicto y borracho que sufría de alucinaciones o algún mal grado de esquizofrenia. Y, después de ese incidente, yo también comencé a creerlo.

Pero la paz no duró mucho, y unos días después volví a oír sus gritos de auxilio fuera de mi casa, molestándome con prisa y, esta vez, saliendo yo mismo como la primera persona que lo echaría de allí. Así podía evitar que los vecinos siguieran con sus reclamos ante mí otrora inacción.

Mas, esta vez, no solo le oí insultar, maldecir y discutir con alguien, sino que también podría haber jurado observar, con alarma, como él si peleaba contra otro sujeto, lo cual provocó que desenfundase mi arma y saliera raudo hacia la acera para socorrerle. Pero, al abrir la puerta de la reja, solo le vi dando golpes al aire y gritando, sin advertir a nadie junto a nosotros.

Con eso en mente, y sujetando con fuerza sus dos manos, pues seguía dando golpes y gritando, le grité:

— ¡¿Qué mierda haces?! ¡Te dije que no quería volver a verte por aquí!

— ¡Jefe él me quiere matar!.— Gritó señalando la parte posterior de mi automóvil, como indicando que alguien se hallaba escondido justo allí.— Ese... Jefe ese... ¡Jefe ese me viene persiguiendo y yo no quería volver para no molestar! ¡Me quiere matar!

He de admitir que, en cualquier otra ocasión no le hubiese creído, dado los antecedentes de su caso. Pero aquel día me supe presa del desconcierto y la duda, pues, poco antes de contestar lo que él dijo, un repentino haz de luz cegó mi vista durante un instante. Desde el tercer piso del colegio, asomado en uno de los muchos balcones que presenta dicha edificación, el nochero de turno se hallaba apuntando en nuestra dirección con una linterna, como si con aquella acción buscase algo o a alguien.

Ese hombre, cuya labor no era otra que la de cuidar el recinto por la noche, ya me conocía, pues en un par de ocasiones le fui de ayuda cuando ocurrió algún incidente en las afueras del colegio y, como yo vivo frente a ese lugar, no podía desentenderme de aquello.

Así, mi sorpresa fue mayúscula cuando, con la voz fuerte y firme de aquel sujeto, gritó para llamar mi atención.

— ¡Oficial! ¡Detrás de su automóvil está escondido el otro sujeto!

Aquellas palabras me hicieron reaccionar con prontitud, empuñando con fuerza mi pistola para moverme raudo hacia ese lugar mientras apuntaba. De reojo, con cada paso que daba en aquel corto trayecto, no solo podía observar como la luz de la linterna de aquel hombre no parecía estar quieta, siguiendo el movimiento de aquel extraño al cual señalaba; sino que también podía observar como Ricardo se arrastraba sentado y aterrado para alejarse de ahí mientras gritaba, siempre con la mirada clavada en el lugar que señalaba el nochero desde el otro lado de la calle.

Pero lo que sucedió esa noche, marcó mi vida sin esperarlo.

Casi al llegar al borde trasero de mi automóvil, noté como la luz se desplazó hacia el otro lado con rapidez, advirtiendo los gritos del nochero que me indicaban que el sujeto se disponía a huir de allí, haciéndolo exactamente a mi arribo.

Mas, al llegar y apuntar con mi arma, tan solo pude apreciar la luz de la linterna desplazándose por la acera mientras ocurrían dos cosas que me desconcertaron: la primera de ellas fue que Ricardo, aquel desorientado y terco indigente, huyó de allí en dirección contraria a mí, doblando a pie por la esquina más cercana mientras el eco de sus gritos podía oírse aun cuando él ya no se veía. Pero la segunda de ellas fue lo que me estremece hasta el día de hoy.

Solo pude oír los gritos del nochero, quien siguió con la luz por la acera algo que yo no pude apreciar. Como si él pudiera ver aquello que huía de allí sin poder yo vislumbrar siquiera su silueta. Pues, para mí, la calle, la acera y la noche se supieron tan vacías ese día como un solitario cementerio.

— ¡Allá va, oficial! ¡El sujeto está vestido completamente de negro!.— Gritaba el nochero sin peder de vista aquello que vio, siguiéndole con la linterna como un experimentado cazador.— ¡Va calle abajo, oficial!

Pero aun con mi mayor esfuerzo visual, e incluso corriendo en la dirección que el nochero me indicaba, jamás vi siquiera la sombra de alguien escapando de allí.

Así pasé un rato, buscando entre los árboles que adornan la calle, la plaza y la acera; o recorriendo las cercanías en compañía de la luz del vigilante y sus palabras. Pues, después de unos minutos, incluso él ya no podía advertir en donde se hallaba aquel misterioso sujeto.

Todo aquello hubiese quedado tan solo como una mala anécdota de una situación que no pude resolver ni aun fuera de mi propio hogar. Mas, la curiosidad y el ímpetu policial me llevaron esa misma noche, tras deponer la búsqueda, a solicitar ingreso al colegio para revisar las cámaras de seguridad.

Para mi fortuna, si así puede llamarse a esa pisca de suerte que me acompañó ese día, una de las cámaras exteriores enfocaba justo el sector de la calle y la acera que encuadraba con mi hogar, apreciándose en una de las esquinas del monitor, con un claro detalle, el estacionamiento de mi casa y mi automóvil. Allí el nochero y yo pudimos ver la escena con claridad, repitiendo una y otra vez la grabación ante mi nula comprensión de lo que se mostraba ante mis ojos. Pues, mientras aquel sujeto me señalaba la figura de un hombre muy alto y vestido de pies a cabeza con un color negro tan oscuro como las fauces del abismo; yo no podía creer que, incluso estando junto a ese extraño en el metraje, jamás pude apreciar su figura. Pero en las grabaciones podía verse con claridad no solo a Ricardo aterrado y a mí caminando hasta llegar junto al atacante de mi desdichado amigo, sino que pude observar como aquella figura huía justamente en la dirección que me fue indicada por el nochero, apreciándose en esa y otras cámaras como la luz de su linterna seguía a esa figura, indicando que aquel hombre también pudo ver al atacante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.