La epidemia se desató hace un mes. Actualmente es una pandemia y empezó hace una semana. Ya contamos con cientos de miles de muertes. Pero algo extraño sucede. Se escuchan rumores. Los que no mueren definitivamente, terminan convertidos en una especie de muerto andante. El virus les comía el cerebro. Los volvía violentos. Salvajes. Caníbales.
Estamos en una inmensa autopista. Recorriendo metros y kilómetros. De arriba hacia abajo. De pueblo en pueblo. Buscando zonas libres de contagio.
Cientos de kilómetros, miles de infectados.
No me malinterpreten. No somos unos cobardes. No estamos huyendo del virus. Vamos contagiando al resto del mundo. Esa es nuestra misión. Y así lo dice Linda, “La Salvadora”:
“Son los días del juicio final. Algunos deben sufrir, otros morir. Es la ley escrita de Dios. Es su castigo divino y no podemos escapar de él. Porque somos malos hijos, pecadores. Nosotros somos simples ciervos, cumplimos su palabra”.
Linda le agradece, y cree que Dios la eligió. Eso explica por qué no se infectó, a pesar de las mordidas que sufrió en su centro de trabajo. Y oía voces, que le ordenaban juntarse con otros supervivientes y hacerles experimentar al resto del mundo, la experiencia cercana a la muerte, para que aprendan a valorar de la vida.
No me gusta llamar a Linda: “La Salvadora”. Preferiría llamarle: “La Protectora”. Le queda más tierno. Es tan linda. Le hace honor a su nombre.