Historias de Terror (zombies)

RELATO N° 10: PARALELO

     Todos debíamos usar mascarillas.

     Nadie lo creía posible, pero el virus terminó llegando a cada rincón del mundo. O, al menos, eso dicen los noticieros. Suelen ser muy exagerados y catastróficos, todo para atraer a la audiencia.

     Amamos el caos. Siempre y cuando, la desdicha no nos alcance. Mientras el dolor sea ajeno, se disfruta de él. Pero ese no es el caso ahora. Todos estamos sufriendo las consecuencias de lo desconocido.

     El daño que le hacemos a nuestros pulmones, debido al excesivo uso de lejía en la limpieza de las casas y todo lo que entra en ella, es un perjuicio justo. Preferible calcinarse lentamente las vías respiratorias que morir infectados por eso.

     Un virus, una bacteria, alguna máquina biológica/genética… no lo sabemos. Y parece que nadie lo sabe.

     Papá mantenía su trabajo aún, pero una mañana recibió una llamada:

_ ¿Qué? ¡Cómo es posible!, les he servido como un perro por años –gritó papá, exasperado.

     Perdió el trabajo hace tres meses. Era nuestro único sustento. Papá usaba los sostenes de mamá como cubreboca, los llevaba al trabajo. Cada sostén le daba para dos mascarillas caseras, que eran reforzadas por una bolsa plástica. Todo realizado con asepsia.

     Al parecer, fue el motivo por el que lo despidieron. Es increíble como a estas alturas importe tanto la imagen de un trabajador. Ah y, por cierto, mi nombre es Sofía. Pero mis amigos me llaman Sofy. ¿Qué será de ellos?

     Los protectores no se deben reutilizar si haz salido de casa. Te saldría mejor fabricarte unos nuevos, que lavar los usados, peor si son del exterior. Te expones demasiado.

     No me gusta usar mascarillas, el vapor al respirar me causa sofoco. Demasiado calor.

     Dormir con el cubrebocas es toda una osadía. No puedes moverte de la cama, debes quedarte boca arriba porque sino, se terminaría moviendo y te infectarías.

     El virus está por todas partes, o eso dicen. Yo creo que es cierto.

     Mamá siempre ha sido una mujer muy limpia. No soportaba una gota de sudor en el rostro. Y hablo en pasado, porque… ya saben.

     Una mañana no lo soportó más. Llevaba días sin bañarse. Pensó que lavarse la cara, rápidamente, sería un acto indefenso. Veinte segundos o menos.

     Pero se infectó, murió y antes me hizo prometer que nunca, por nada en el mundo, dejara de usar mascarillas, hasta que el gobierno arregle todo esto.

     No he roto la promesa y ya han pasado semanas. No pienso faltar a mi palabra, ante el difunto cuerpo de mi madre. Sí, porque no pudimos enterrarla. Casi nadie trabaja a estas alturas. Solo las grandes empresas. Personas importantes. Lo suficiente, como para tratar de mantener al país, al menos, alimentado, con luz y agua.

     Lo malo es que el virus ha mutado. Los cubrebocas caseros ya no son efectivos. Eso y la falta de trabajo, impulsó a papá a saquear una botica que hay cerca de casa.

     Eso solucionó el problema. Temporalmente. Las mascarillas que trajo papá solo se pueden usar, máximo, una por un día. No más. Teníamos dos cajas de 100, pero ha pasado mes y medio, desde que la robó y somos tres los integrantes que quedamos de la familia. Lo que nos hace tener, actualmente, 65 mascarillas restantes.

     Tenemos los días contados.



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En el texto hay: historias cortas, terror, suspence

Editado: 28.08.2020

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