Historias de Terror (zombies)

RELATO N° 11: LAMENTABLE

     Ya estaba fuera del hospital. Las pocas personas que quedaban, corrían sin rumbo fijo. Alocadas y con miedo.

     Buscó orientarse, se sintió entumecida, ante el frío de la calle, que golpeaba su cuerpo. Era raro, pues no era otoño, mucho menos invierno, pero ella empezó a temblar de frío.

     Se percató hasta entonces, que solo llevaba encima una bata. La que le dieron al llegar y avisarle que la tendrían bajo observación.

     Iría a casa, para buscar algo que ponerse. Casa quedaba algo lejos. Ir a pie es algo peligroso. Sería mejor buscar con qué transportarse.

     Una helada mano que, dicho sea de paso, le parecía imposible, pues ella misma se sentía como un tempano de hielo, le tomó del hombro. Era tan grande, que le llegaba a cubrir parte del cuello también

     Se giró, solamente para recibir el beso de la muerte. Un zombi se lanzó sobre ella. Debía medir, al menos, dos metros. Ensangrentado y con algunos pliegues de piel colgante, parecía un digno fenómeno de las películas de terror. Le mordió directamente en la tráquea.

     Se oyó un disparo de escopeta y el cuerpo del muerto salió volando hacia delante, ya sin cabeza reconocible. A pesar de su esfuerzo, habían llegado tarde.

_ ¡Por un demonio! –aulló Duncal, sorprendido.

_ Llegamos demasiado tarde. ¡Maldita sea! –lamentó Kenny.

     La habían visto, a lo lejos. Ellos estaban buscando gasolina, para su vieja camioneta. Habían quedado varados en esa ciudad y no pensaban estar allí por más tiempo. Ya habían tenido suficiente.

_ Hermanito. ¡Dios! Le volaste los putos sesos.

_ Vamos a seguir buscando –sentenció Kenny. Sabiendo el error que había cometido.

     No hubiera podido salvarla, aunque hubiese llegado a tiempo. Los balines del cartucho la hubieran matado. Como ahora, la cabeza del zombi fue destruida, pero el rostro de la chica también se vio afectado. Salpicado con pequeños orificios de bala, que simularían bien ser pecas.

_ Pobrecita niñita, hermano –tomó la mano derecha de la chica y leyó en su pulsera, con dificultad–. Ti… Tina. Jajá. Que gracioso. Como las cosas en las que lavan ropa los pobres.

_ Nosotros también lavamos la ropa en tinas, Duncal. Anda, vamos ya.

_ Dice algo más. Tina… Du… Du… ¿Puedes leerlo por mí, hermanito?

     Se acercó el hermano menor y leyó con voz firme: Tina Lobero.

_ Pobre. Pobrecita. Debía ser una buena estudiante. Tiene nombre de buena estudiante.

_ Seguro que era una joven con buen futuro. Anda vamos – repitió Kenny. Se acercó a su hermano mayor y lo tomó de la mano, jalándolo lejos de allí.

_ No soy un idiota, ya te entendí –se quejó Duncal, retirando la mano con brusquedad–. Y no soy un inútil, puedo andar solo.

_ Lo sé, hermano. Pero no me hacías caso y estamos contra el tiempo –como si algo se le hubiera ocurrido de improvisto, abrió los ojos con grandeza.

_ ¿Qué sucede, hermanito? –preguntó Duncal.

     Un señor de metro cincuenta y cinco, y blanco a más no poder. Empezó a alarmarse, creyendo que habían mordido a su hermano. Hiperventiló, pero Kenny lo calmó con prisa.

_ Estoy bien. Solo pensaba en que debíamos entrar al hospital, algo de provecho podríamos conseguir. Seguro pastillas, para tu continuo dolor de cabeza.

_ Gracias, hermanito.



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En el texto hay: historias cortas, terror, suspence

Editado: 28.08.2020

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