Historias de una Ciudad que no Duerme y Otras Cosas

Mi Corazón Encantado

En la librería del viejo de Corrientes y Esmeralda, entre el humo denso de los colectivos y el aroma a café cortado, Martín Herrera descubrió que el tiempo no era lineal sino circular. Tenía treinta y cinco años y hacía tres meses que Clara se había ido sin más explicación que un "necesito estar sola" susurrado en la madrugada.

Don Evaristo, el dueño, lo conocía de memoria. Martín venía todos los sábados buscando historias de amor imposible, novelas donde los protagonistas se perdían en laberintos de su propia construcción.

—Hoy tengo algo especial para vos —le dijo don Evaristo—. Llegó esta mañana, en una caja que me trajo una mina muy parecida a la tuya.

El corazón de Martín se aceleró. Clara había estado ahí.

El libro era delgado, forrado en cuero gastado, sin título en la tapa. Al abrirlo, Martín leyó en la primera página, escrito con la caligrafía de Clara: "Para que entiendas que algunos amores son laberintos sin salida."

El libro contenía una sola historia repetida infinitas veces con pequeñas variaciones. En todas las versiones, un hombre encontraba a una mujer en un café de Barracas. En todas, se enamoraban con intensidad. En todas, ella se iba.

Con cada variación, Martín reconocía fragmentos de su vida con Clara. Pero había algo inquietante: aparecían detalles que él nunca le había contado. Su sueño recurrente de estar perdido en una biblioteca infinita. Su manía de contar escalones en el subte. La cicatriz en forma de media luna en su hombro izquierdo.

El teléfono sonó esa noche. Un número desconocido.

—¿Leíste el libro? —La voz de Clara sonaba lejana.

—¿Dónde estás?

—En el mismo lugar donde siempre estuve. ¿Leíste el libro, Martín?

—Sí. ¿Qué significa?

—Significa que algunos amores son demasiado grandes para una sola vida.

Durante las siguientes semanas, Martín desarrolló una rutina obsesiva. Cada día leía una página diferente, como un calendario de dolor dosificado. Caminaba por Buenos Aires siguiendo las rutas que había hecho con Clara, sintiendo que ella estaba presente y ausente al mismo tiempo.

Una tarde, en el café Tortoni, se sentó en la mesa donde se habían conocido. El mozo se acercó sin que pidiera nada.

—La señorita Clara me dijo que si venías, te sirviera un cortado y dos medialunas —explicó—. Se quedó dos horas esta mañana, leyendo el mismo libro que tenés vos.

En la página doscientos cincuenta y uno, Martín encontró una historia nueva. El protagonista descubría que su amada existía en múltiples dimensiones del tiempo. "El amor verdadero trasciende las limitaciones de una sola existencia. Amamos no solo a la persona que tenemos enfrente, sino a todas las versiones de esa persona que pudieron haber sido."

Cuando volvió a la librería el sábado siguiente, estaba cerrada. Un cartel decía "Por duelo familiar". Un vecino le contó que don Evaristo había muerto mientras dormía la siesta.

—Era un tipo raro —dijo—. Siempre decía que los libros eligen a sus lectores, no al revés.

Su celular vibró. Un mensaje de Clara: "Café Tortoni. Ahora."

Clara lo esperaba en la mesa de siempre, pero había algo diferente. Llevaba el mismo vestido azul del día que se conocieron, pero ahora le parecía ligeramente grande.

—Don Evaristo murió —le dijo Martín.

—Lo sé. Fui al velorio. Era mi abuelo, Martín. Mi abuelo que murió cuando yo tenía ocho años, pero que siguió viviendo en esa librería hasta hace una semana.

El mundo se volvió silencioso alrededor de Martín.

—Eso es imposible.

—¿Más imposible que un libro que se escribe solo? El abuelo siempre decía que algunos amores son demasiado fuertes para una sola dimensión. Por eso escribió el libro. Para que entendieras.

Clara levantó la mirada y Martín vio en sus ojos una tristeza antigua.

—Yo no soy la Clara de esta dimensión. La Clara que conociste murió en un accidente hace tres meses, el mismo día que decidí dejar tu departamento. Yo soy otra Clara, de un lugar donde vos y yo nunca nos conocimos, pero donde el eco de nuestro amor me trajo hasta acá.

—No te entiendo.

—En mi dimensión, vos moriste hace cinco años en un accidente. El dolor era tan grande que empecé a soñar con versiones de nosotros donde todo había sido diferente. El abuelo me enseñó que el amor verdadero crea puentes entre las realidades.

Un mozo se acercó y les trajo dos cortados.

—Cortesía de la casa. Don Evaristo dejó dicho que si venían juntos, les diera esto.

Les entregó un sobre amarillento. Adentro había una foto en blanco y negro de una pareja joven sentada en la misma mesa. El hombre se parecía a Martín. La mujer era idéntica a Clara.

Al dorso: "Mi Clara y yo, 1952. Algunos amores trascienden el tiempo."

Esa noche, en el departamento, Clara abrió el libro en una página al azar:

"El amor verdadero no es aquel que se consuma, sino aquel que se reconoce. Amar es saber que hay versiones de nosotros que son felices, aunque nosotros no podamos serlo. Es encontrar paz en la idea de que el corazón, una vez encantado, permanece así para siempre."

Se acercó a él y le puso las manos en el pecho.

—Creo que vine acá para despedirme bien. Te amo en mi mundo y te amo en este. Te voy a amar en todos los mundos donde existamos. Pero tengo que volver, Martín.

Esa noche hicieron el amor como si fuera la primera y la última vez. Cuando Martín despertó, Clara ya no estaba. En su lugar, sobre la almohada, una nota: "Gracias por dejarme amarte una vez más. Buscame en los libros."

El libro desapareció una mañana de domingo. En su lugar, Martín encontró una foto de él y Clara tomada el último día, aunque no recordaba que nadie se las hubiera sacado.

Al dorso, con la letra de Clara: "Mi corazón encantado. Para siempre."

Meses después, Martín conoció a Violeta en una librería de Recoleta. No se parecía en nada a Clara, pero cuando le sonrió por primera vez, sintió que su corazón podía volver a encantarse.




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