Historias Dementes

Fantasmas

Karina pasaba detrás de mí corriendo del cuarto al baño por tercera vez cuando me preguntó:

—¿Tú no te vas a arreglar? —Ya estoy arreglado —contesté desde la comodidad del sofá. Pude sentir cómo frenó en seco detrás de mí mientras me concentraba en no voltear. —Ok —y siguió con su paseo. Entendí perfectamente lo que eso significaba, así que puse pausa y me levanté. Ya en el cuarto me miré en el espejo y no se me ocurrió cómo mejorar lo que la naturaleza había hecho conmigo. Finalmente cambié la camiseta por una camisa negra lisa, rasuré mi deficiente bigote, volví a mirarme y quedé satisfecho con el resultado. Iba nuevamente a acomodar mi trasero en su ya acoplado lugar en el sillón cuando choqué con Karina, que dejó caer un lápiz que traía en la mano. Sonreí, sonrió y me besó. —Qué guapo. —Gracias —dije, dándole un pequeño apretón en su trasero mientras continuaba su camino al espejo del cuarto.

Quince minutos después íbamos en el auto camino a un bar que se encontraba apenas a unas cuadras del lugar de trabajo de Kari; ahí era donde festejaban cumpleaños y ocasiones especiales de su equipo de trabajo. Tres años llevaba trabajando en ese despacho de abogados, debido a su facilidad para actuar bajo presión y de resolver problemas había conseguido ascender y se encontraba en gran estima de sus jefes. Fue ahí donde conoció a Damián, un pasante que por su buen desempeño había conseguido un empleo, trabajando directamente con mi novia. Debido a la amistad que estaban haciendo y, seguramente para calmar posibles aguas sobre celos, había insistido en organizar una salida con el susodicho y con su pareja. A pesar de mi usual falta de ganas de socializar, la insistencia de Kari terminó por convencerme.

Después de estacionar el auto, Kari me condujo al primer piso del bar, el cual estaba al aire libre. Un árbol que nacía en la primera planta extendía en este nivel sus amplias ramas cubiertas de hojas verdes que también se encontraban esparcidas por el piso. Para evitar posibles caídas sobre la comida, pensé, las mesas por su cuenta tenían una palmera artificial saliendo del centro. Colgando de las ramas había lámparas, de aquellas que tienen estructura metálica negra, con paredes de cristal transparente y en su interior un foco. Éstas creaban una iluminación tenue pero eficaz y sumaban su parte para darle al lugar una atmósfera muy agradable.

—¿Cómo ves el lugar? —Está coqueto —dije, tratando de no mostrar que realmente me había gustado mucho. —Sí, y la comida no está mal, sobre todo las papas —Kari se veía realmente emocionada, lo que me hacía sentir mal por tener tanta aversión a un encuentro que ella realmente añoraba tanto. —¿Desean ordenar algo? —se había acercado un mesero que había pasado desapercibido ya que parecía un chico rockero. Tenía tatuajes, piercings y vestía todo de negro. —Estamos esperando a alguien, ¿podrías darte una vuelta en un rato más? —le dije. —Yo sí quiero una limonada —se apresuró a decir Kari— para la espera —me miró. —Enseguida —y se fue. —Bueno, esperemos que no tarden —dije mientras revisaba la hora en mi teléfono, las 7:00 pm, hora del partido. —Son ellos —dijo Kari, mirando las escaleras. Giré mi cabeza y vi por primera vez al famoso Damián, era un chico alto, muy delgado, con un peinado “moderno” (olvidaba que era más joven que nosotros) y con gafas de pasta. Tenía cara de tonto, pensé. —Hola —Damián y su pareja ya habían llegado a nuestra mesa y Kari los saludaba y yo no había dejado de juzgarlo un segundo cuando me fijé en la chica que lo acompañaba. Era realmente hermosa. A diferencia de su acompañante ella parecía más cercana a nuestra edad, usaba un vestido negro corto que presumía un escote que a pesar de no ser muy excesivo dejaba ver que había mucho por ahí. Su cabello era corto y rojo e igual usaba gafas. No pude quitarle la vista de encima desde el momento que la noté hasta que la saludé. —Mi amor, él es Damián —sentí una mano de Karina sujetando la mía y señalando a su odioso compañero con la otra. —Hola, Damián, mucho gusto —al fin regresé la mirada al ahora insignificante compañero de mi novia al tiempo que le estrechaba un saludo hipócrita. —Ella es mi novia —dijo— Karen. —Al fin nos conocemos, Karen —Dijo mi novia mientras la abrazaba— casi siento que te conozco por lo mucho que Damián habla de ti. —Gracias, lo mismo digo —dijo Karen, mirando primero a Karina y después a mí. Era claro que estaba pensando lo mismo que yo.

Si la cena ya parecía lo suficientemente incómoda sobre el papel, la realidad es que la llegada de Karen había llevado aquello a niveles ridículos. Por más que trataba de controlarme, mi mirada siempre terminaba posándose en sus ojos o en su escote, y aunque ella parecía no notarlo, sabía que se daba cuenta, y yo notaba su mirada cuando ella creía que no la estaba viendo.

—Bueno, la verdad es que Damián tenía muchas ganas de que cenáramos —dijo Karina—, ¿verdad? —Sí —respondió él, mirándome fijamente a mí—, la verdad no quería que hubiera malentendidos, ¿entiendes, hermano? Por eso también vine con Karen. —Y nuevamente la miré. Parecía apenada. —Claro, no hay problema —respondí—. Ahorita vengo, voy al sanitario.

Después de lavarme la cara tres veces y mirarme al espejo, y finalmente ver la mirada de una persona cuerda, salí del sanitario solo para encontrarme de frente con Karen.

—Hola —dijo. —Hola —mi cuerpo parecía querer regresar al baño porque mi espalda chocaba con la puerta y seguía empujando hacia ella. —Por favor, no digas nada —parecía apenada. —No te preocupes, no diré nada —nos miramos un par de segundos—. Veo que tu vida llegó a buen lugar. —Pues, algo así. —Me alegro —e intenté esquivarla para regresar a nuestra mesa, pero su brazo se interpuso. —Discúlpame —dijo con los ojos llorosos—, me equivoqué. No sabía qué decir, solo la miré y sentí que era honesta y realmente sufría. —No… no te preocupes —¿Qué se dice en estos casos?—. Te fuiste por algo, tuviste tus razones… también las tuviste para jamás aparecer nuevamente. —Me equivoqué —estaba llorando—. No debí hacerlo, y no tuve el valor para regresar. —Espero que seas feliz, te lo mereces —moví su brazo y subí las escaleras hasta nuestra mesa.



#3417 en Otros
#880 en Relatos cortos

En el texto hay: historias cortas, amor, terror

Editado: 11.05.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.