No podía negar que era la forma de autoconvencerse de que no estaba loco. Había tratado de ignorar ese monstruo gigante en su habitación con la misma suerte de quien trata de ignorar que hace calor. ¿Cómo matas a un monstruo? La respuesta es: no lo haces. Frankenstein tenía el fuego, Drácula la estaca, los hombres lobo las balas de plata. ¿Cuántos intentos se necesitaron para identificar que esas eran sus debilidades? Una de las grandes aficiones internas que disfrutaba Spark era la de encontrar esas fallas en las historias, esos detalles aparentemente insignificantes e inconexos sin los cuales la historia no podría haber llegado a un final feliz. ¿De cuántas cientos o miles de formas intentaron matar a un hombre lobo antes de darse cuenta de que “solo” se necesitaba una bala de plata pura en el corazón? Lo cierto es que en la vida real, los monstruos no mueren, por eso son monstruos. ¿Cómo hace la gente para ocultar sus monstruos? No podía ser que Spark fuera la única persona con un monstruo imposible de ocultar.
Spark había vivido su vida tan decentemente como había podido. Era lo suficientemente listo para saber que sus calificaciones no demostraban nada más allá de un número en un papel y aun así las mantenía aceptables por respeto a sus padres, que lo único que le pedían era que estudiara. Sus amistades eran contadas, pero fuertes. Tenía amigos de toda la vida, a quienes veía tanto como les fuera posible. Sin embargo, el punto débil siempre había sido el sexo opuesto. Por eso, cuando consiguió el amor de Violeta, vio su vida completa. No le faltaba nada en su opinión, y cuidó de Violeta como quien cuida de niños ajenos, mejor que a los propios.
Violeta era como encontrarse un doble tazo en unas sabritas. Tenía una sonrisa invitante pero unos ojos que desprendían ternura, lo que la convertían en la perfecta máquina de seducción. Siempre parecía tener la mente funcionando a mil por hora e ideaba los más inverosímiles planes sobre la marcha. Fue ella quien soltó la tarántula en dirección y quien engañó al fotógrafo escolar para que le tomara la foto haciendo bizcos haciéndolo creer que era por una enfermedad. No tenía muchas amistades ni pasaba mucho tiempo con nadie durante el recreo o las clases. Al igual que su mente, no podía estarse quieta.
A pesar de las diferencias, Spark y Violeta se complementaban como el cielo y el mar, la pausa y sensatez de Spark eran el freno en el tren de vida de Violeta, y el turbo de Violeta era lo que evitaba que Spark viviera en primera.
Una tarde, mientras Spark veía el capítulo semanal de Grey's Anatomy, todo cambió: ahí estaba él, el monstruo. Nunca supo cómo apareció, ni por qué nunca decía una palabra. Era un monstruo que medía más de dos metros, por lo que siempre estaba agachado en casa de Spark. Tenía el cuerpo como el de un oso, pachoncito y peludo. Darían ganas de abrazarlo sino fuera por esa mirada fija, segura e inmutable. Sus labios parecían formar una sonrisa casi imperceptible que, sumada a su mirada, le daban un aire victorioso y arrogante que Spark detestaba. En ese primer momento, Spark pensó que ya era hora de dormir. No podía ser cierto lo que veía, y aunque intentó dormir, tener semejante monstruo en tu cuarto le quitaría el sueño a cualquiera. Los primeros días fueron difíciles. Monstruo se aparecía en los momentos más inesperados, en su cuarto, en la escuela o cuando estaba con Violeta. Spark había visto suficientes capítulos de Criminal Minds para saber que ver un monstruo que nadie más ve nunca es normal, pero también esa era la razón por la que no le decía a nadie. Pensaba que ignorándolo desaparecería para no volver, pero pasaron las semanas y tuvo que resignarse: el monstruo había llegado para quedarse.
Spark no podía concentrarse ni estar al 100 en ningún lugar al tener al monstruo mirándolo o respirándole en la nuca. Cuando creyó que iba a enloquecer, si no es que ya lo estaba, apareció durante su examen de español. Evidentemente, reprobó. No por el monstruo; realmente no había estudiado, por lo que pasó el resto del examen viendo cómo el monstruo se sacaba pelusa del ombligo.
La situación no tardó en hacerse insostenible. Monstruo estaba todo el tiempo con Spark, en su casa, en la escuela, cuando estaba con amigos, con Violeta, cuando estaba solo. Spark comenzó a adaptarse, veía a Monstruo y se divertía viendo qué hacía: sacarse pelusa del ombligo, sentarse a dormitar e incluso cargaba un GameBoy con él.
Sus calificaciones bajaron y la relación con Violeta empezó a desestabilizarse. Monstruo no solo se limitaba a estar ahí como antes, ahora se dedicaba a molestar activamente a Spark, le picaba las costillas, le jalaba el cabello y le eructaba en la cara. Lo provocaba, pero no sabía con qué motivo.
Cuando las cosas no podían ser más raras, ocurrió lo impensable. Mientras se encontraba con sus amigos, Spark decidió compartir sus dulces con el monstruo, quien sorprendentemente aceptó gustoso, para después desaparecer por un tiempo. Eventualmente volvió, pero siempre por poco tiempo, siempre que Spark lo alimentaba él desaparecía. En ocasiones por poco tiempo, a veces por mucho, tal vez debido a la dosis que consumía. Pero esto se convirtió en la vida funcional de Spark, que logró sobrevivir gracias al principio básico que rige a nuestros monstruos: a los monstruos solo se les calma alimentándolos.