Historias Dementes

Desempleo

Prólogo.

 

Arturo estaba sentado en la banqueta, tenía la mirada perdida en algún punto indeterminado, ya que su atención estaba adentro de su cabeza, tenía un cigarrillo en la boca, el último que le quedaba, ahí habían ido a parar sus últimos $5.

I.

El intenso calor que sufría la ciudad de Villas ocasionaba vistas como la de aquel día, las calles desoladas, nadie salía de casa a menos que fuera necesario. Todos preferían quedarse en casa, con ropas holgadas, cómodas o sin ropa alguna, arriesgándose a quedar pegados donde hubieran tenido la grandiosa idea de sentarse o recostarse. Desde luego los animales sufrían por igual y buscaban refugio bajo los autos, o bajo los árboles, siempre intentando conseguir el lugar más fresco para pasar el día. Ante toda esta situación nos encontramos con una cafetería, dentro de la cual  dos personas reían sin parar, sin parecer sufrir por el intenso clima.

 

 

  • … Entonces yo le dije “Oye esa no es una cabra, es mi pierna!” – Los ojos de Abigail se mantuvieron abiertos sin parpadear unos cuantos segundos hasta que finalmente soltó una pequeña risa.
  • Ay amor, eres un tonto – dijo mientras tomaba su mano.
  • Oye, es una historia graciosa – reclamó  Arturo, jugando.
  • Pues sí, lo es, lo admito - y le dio un pequeño beso.
  • No lo digas por lástima, no hay nada más triste - respondió Arturo.
  • Que mal, porque un chiste tan malo se merecía unos besos de lástima, pero… - hizo muecas.
  • ¿Sabes? La lástima, desde un punto de vista abstracto y con una mirada subyacente a los deseos intrínsecos de la persona, siempre y cuando venga... - Abigail le plantó un enorme beso en la boca.
  • Cállese - Le sonrió.
  • Eres la mejor - y le regresó el beso.
  • Lo soy, por eso merezco que pagues la comida - dijo Abigail sonriendo. Arturo se pellizcó brevemente el brazo y la miró por unos segundos.
  • Tampoco es para tanto eh - y sonrió - pero hoy sí pago.
  • Perfecto - Vamos.


 

A pesar de intentar caminar lo más posible, el calor que seguía golpeando la ciudad obligó a ambos a tomar un taxi hasta su casa, que se ubicaba en las afueras de las ciudad, un lugar más tranquilo, lejos del bullicio típico y donde aún podían disfrutar algunos placeres que pocas personas podían darse, ya que todavía podían escuchar pájaros, de vez en cuando veían ardillas y por las noches podían disfrutar de un hermoso cielo estrellado. A pesar de esto su casa era modesta, después de todo era lo que podían pagar sin tener que sufrir para llegar a final de mes, la señora que se las rentaba era viuda y disfrutaba la compañía de los muchachos, ya que era su vecina. Francisca, como se llamaba jamás había tenido unos inquilinos tan buenos, pagaban a tiempo, eran muy atentos y muy tranquilos, “ojalá mis hijos hubiera salido como ustedes muchachos” solía decirles cuando los encontraba de noche sentados viendo las estrellas. 

 

Al llegar a casa ambos se pusieron ropas más cómodas y frescas:

 

  • Amor, no creerás lo que pasó en el trabajo - Abigail limpiaba su pequeña sala, conectó su vieja laptop y buscó algo para ver. 
  • ¿Qué pasó, amor? - Arturo buscó en la cocina, y después de tirar algunas cosas preparó unas botanas y les sirvió jugo, la tarde estaba servida.
  • Creo que al fin me ascenderán, la maestra dijo que estoy lista para dirigir la compañía en el siguiente evento, sería la bailarina líder - antes de que terminara la frase Arturo ya estaba abrazándola. 
  • Te lo mereces, eres la mejor y más elástica bailarina del mundo - y le guiño un ojo
  • ¡Amor! ¡compórtate! - le dijo, dándole un pequeño golpe en el brazo. 
  • Oh, pues. ¡Ya verás que sí amor, te darán ese ascenso, al fin podremos comer carne de verdad!  - ambos rieron y se acomodaron en el sofá.


 

Como era costumbre abrieron Netflix, buscaron la serie a la que estaban enganchados y la pusieron. Abigail solía moverse más de 10 veces de lugar durante la duración de un episodio normal mientras que Arturo sería feliz si pudiera mover con su mente las botanas hacia su boca.

Pasados tres episodios y, como también era costumbre, ambos estaban perdidamente dormidos.


 

II.

Abigail desde niña había soñado con ser bailarina, tomaba clases y tenía 3 años en una compañía de baile, era la más experimentada de sus compañeras y su maestra la tenía en gran estima, después de todo era la alumna más aventajada y pensaba en ella para dirigir la escuela anexa que tanto tiempo tenía planeando abrir. Abi, como le decían de cariño, amaba su trabajo, hacía lo que más le gustaba. Iba diariamente a ensayos y los fines de semana se realizaban las presentaciones de la compañía, excepto cuando salían fuera, hacían viajes de varias semanas o días para realizar una o más presentaciones en diferentes ciudades del país, gracias a esto Abi había conocido su país de punta a punta, realizando su sueño.


 

El trabajo de Arturo le exigía tratar con mucha gente a lo largo del día, trabajaba en un banco. Era demandante y los horarios podían ser desgastantes, salía de casa a las 6:30 de la mañana y llegaba a las 9 de la noche. Abigail solía decirle que no entendía cómo era que lograba soportar a tantas personas sin volverse loco. “Pues tiene sus ratos buenos” contestaba Arturo. Y lo decía sinceramente, la paga y las prestaciones eran muy buenas, además llevaba ahí casi dos años y sentía que una promoción estaba cerca, su jefe le había comentado que era una posibilidad cercana hacía cosa de dos semanas, lo que no le gustaba en sí era el traslado, ya que hacía 2 horas de ida y 2 de vuelta a casa, pero trataba de aprovechar ese tiempo escuchando música, leyendo cuando era posible y eso le parecía bien.


 

Afortunadamente la temperatura había bajado gradualmente después de lo caluroso del verano y el clima de otoño empezaba a sentirse, camino a casa Arturo compró un ramo de gerberas, que eran las flores favoritas de Abi y llegó a casa.



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En el texto hay: historias cortas, amor, terror

Editado: 17.05.2024

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