Huh, antojos de madrugada.
Me siento en el borde de mi cama, algo atontado por haber estado acostado y dejo caer mi cara sobre la palma de mis manos. Un largo suspiro concluye con el amargo sonido de mi estómago deseando comer ¿Por qué siempre me pasa esto a esta hora? Parece que no puedo pasar un día durmiendo como una persona normal.
Me levanto, me dirijo al baño para verme frente al espejo, parece que mis ojos se niegan rotundamente a mantenerse abiertos más de quince segundos. No importa, son alertados por mi estómago nuevamente. Recuerdo haber escuchado que algunos restaurantes cierran casi al amanecer, quizá aún pueda encontrar alguno abierto. Me lavo los dientes una vez más y regreso a mi habitación para buscar una chaqueta y un pantalón de mezclilla. El frío a estas horas puede tocar hasta el hueso, incluso aunque vaya dentro de mi auto. Me pongo el primer par de zapatos que encuentro en el suelo y salgo hacia la cochera.
Como siempre, dejé las llaves sobre la mesa; subo las escaleras de nuevo y luego regreso para abrir el auto. Unos minutos de reflexión viendo hacia la nada me detienen antes de encender mi vehículo ¿De verdad vale la pena salir a las dos y media de la mañana por comida chatarra? Mi propio cuerpo responde con un leve dolor en el abdomen. Cierro los ojos un instante, respiro lentamente y luego me preparo para irme de mi casa.
En el camino, reviso las posibilidades de aperitivos dentro de mi cabeza... Galletas, una estación de servicio con papas fritas, un burrito... Antes de poder tomar una decisión, enciendo la radio de mi auto y trato de escuchar algún tipo de anuncios. Nunca pensé que llegaría el día en el que esperaría que mi música fuera interrumpida por un comercial.
Giro hacia la izquierda y veo un local con luces encendidas ¡Un restaurante! Si ya me tomé la molestia de salir de mi casa a esta hora, al menos podría comer algo más que unas simple papas. Doy vuelta al volante, casi derrapando como en una película y me dirijo hacia el restaurante justo como una mosca se dirige a la caca. Nada me puede detener, nada puede hacer cambiar de opinión en este instante, nadie puede decirme que.... Es un restaurante de sushi.
Maldita sea, detesto el pescado... Aún más, estando crudo. Volteo hacia todos lados, buscando una alternativa, pero no parece que haya nada más. Quizá no tengan solo sushi, tal vez pueda comer simplemente arroz. Sigo mi camino, estacionándome en el lugar más vacío que he visto y entro al lugar. Dos jóvenes trabajadores se encuentran en la barra, me ven con una sorpresa en su rostro. Quizá sea su primer cliente, literalmente. Levanto la mirada para ver el menú justo por encima de ellos y solo encuentro pescado ¡Puaj!
La chica me pregunta que quiero comer a lo que simplemente le digo "Algo que no sea pescado". El chico ríe, se levanta de su asiento y se dirige a, lo que creo que es, la bodega. Un par de segundos que se sintieron como horas después, el joven regresa cargando una bolsa y la pone frente a mí. "Es pollo a la naranja con papas" me dice con una sonrisa en su rostro. La chica ofrece calentar mi comida antes de que me vaya. Agradezco el gesto y cumple con su oferta. Quizá querían que me fuera, lo digo por la cara de incomodidad que pusieron cuando me senté en una de las mesas para devorar mi aperitivo. La mejor comida de madrugada que he tenido en años. Solo los escuchaba hablar acerca de sus problemas de personas jóvenes. Pagué mi comida, les dejé propina y me fui del lugar.
Definitivamente no fue la primera vez que fui a ese restaurante. Ahora es mi lugar preferido para ir a comer de madrugada, incluso podría decir que esos chicos se volvieron mis amigos en poco tiempo. Nos conocemos bien y solemos platicar siempre a la misma hora, cansados, confundidos y con la sinceridad que caracteriza a la madrugada.
Tal vez deba probar el sushi la próxima vez.
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Editado: 06.12.2023