Historias Horribles

Pidientera

El relente de la noche en viernes hacía vibrar la piel; la fortuna me sonreía, llevaba puesta mi gabardina negra de fina lana. Fue un largo viaje desde Holanda hasta Saint Mihiel, un pueblo de Francia algo peculiar, ideal para pasar mis largas vacaciones. Ya era de noche, las pocas calles y casas deterioradas se iluminaban.

Mi destino de hospedaje fue un lugar donde dos hermanas rentaban, a bajo precio, un cuarto de su casa; mi equipaje era un maletero y una viola en su estuche, equipaje difícil de cargar. A mitad de camino a tal casa, a lo lejos de la calle y en medio de los cráteres, pude divisar una figura humanoide, era una pidientera posiblemente no mayor a 14 años; delgada con brazos cruzados como si quisiera darse calor, vestida con harapos rotos y sucios, su cabello color castaño estaba estropeado, de pies finos descalza. Me detuve y saque del bolsillo de la gabardina mi libreta de dibujo, e hice un rápido boceto de esa chica en medio de la tierra gruyere y árboles mortecinos

¿Será huérfana, o la habrán echado a la calle?, me pregunté, de cualquier forma, no es mi problema, no entrometerme en su vida es lo mejor. Inesperadamente, su mirada color esmeralda plasmó su desdicha en mi ser.

La chica se acercó y me dijo que no tenía qué comer, pidió dinero o comida a cambio de que lustrara mis botines, y dejando a un lado mi empaque, dejé por caridad que lustrara mis botines.

La niña arrancó un pedazo de tela de su rasgado vestido y con emoción comenzó a limpiar. El olor que desprendía era fétido, la ropa que llevaba se caía a trozos como su vida. Al mismo tiempo imaginé obligar a la niña a limpiar mis botas con su lengua, como si fuese una esclava.

—Deja de limpiar niña, aquí tienes tu dinero—también le entregué unos dulces que traía en mi saco— ya vete.

La chica dejó de limpiar, se colgó de mi cuello y me dio un beso, y rápidamente salió huyendo. Extraje un pañuelo y con asco me limpié tal ósculo; tomé mis cosas y seguí mi camino, preocupada por si tal suciedad no me hubiera infectado y enfermado de algo raro.

Cuando llegue a la casa, las dos hermanas me recibieron algo molestas por haber tardado tanto, pero también fueron gentiles por advertirme que a tales horas de la noche ya era peligroso caminar sola. Ambas muchachas emanaban tristeza, cuando entré en aquel lugar pude ver varias fotos donde tenían más hermanos y su padre, pero viendo tan descuidada casa, no dudé que murieron en combate, la guerra del 14-18 se cobró millones de almas...

Al día siguiente, salí en la tarde a una cafetería que a duras penas permanecía en pie, llevaba a la mano mi viola porque la quería usar cuando estuviese en las trincheras que habían quedado, sola y sin interrupciones, para mi desgracia me topé de nuevo con la pidientera...

—¿Has tragado algo niña? ¿Te sirvió lo que te di? Toma un poco más, te hace más falta a ti— Le arrojé al suelo 3 monedas y unos cuantos chocolates amargos.

— ¿Por qué me da esto? Alguien como yo no merece la gratitud de alguien como usted— Ella corrió hacia mí, y me dio un mundano abrazo, y sin darme cuenta, las lágrimas de aquella niña ya no dejaban de escurrir de sus lindos ojos.

— ¡Cálmate niña, sólo es caridad, no me obligues a echarte de mí vista!

— ¡No me importa!, no tengo nada para ofrecerle porque lo perdí todo; sé que usted es buena, lo puedo sentir, así que use mi cuerpo a cambio de comida o de un abrazo, use mi cuerpo a cambio de un beso y no me deje sola.

Comencé a forcejear con ella para que se alejara de mi— ¡Estás mal de la cabeza! Alguna vez estuve igual que tú, y nunca me ofrecí a cualquier persona que se me cruzara en la calle por unas cuantas monedas o hambre, ¡cuidado que romperás la viola!

— ¡Le pido disculpas señorita, pero, por favor, apiádese de mí! ¡Al menos deje que me dé un baño en donde vive, se lo suplico, la gente de aquí no me ayuda!

Con mis pies y de manera brusca, logré empujar y tirar a la pidientera, haciendo que ella callera en un charco lodoso; sin dudar comencé a correr de retorno a la casa de aquellas mujeres, pero la chica me siguió; y aunque le arrojara piedras no se alejaba, mi paciencia estaba al límite, pero no quería que alguien me viera maltratar a aquella mujercita que no era fea.

Me detuve y sin más le dije—Si dejo que te bañes, ¿te iras y me dejarás en paz? —la mocosa, estaba toda lodosa, no habló y sólo afirmó moviendo la cabeza. A suerte mía, aquellas hermanas no estaban en la casa. Le permití a la mocosa que tomase un baño tibio y un plato caliente de sopa, desde ese día, bastó para que la pidientera me visitara cada día que transcurría mi visita en aquel pueblo. 

Al principio ella me hacía la plática y yo la ignoraba por ser una molestia, aunque yo estúpida, siempre le permití entrar; luego pasé a responderle cosas vagas, y entre más pasaban los días, nuestras platicas se tornaban intimas, la dejaba que se bañara cada tercer día en la casa donde me hospedaba. A escondidas, y en secreto yo comenzaba a mirarla, me atraían sus senos modestos de punta rosada y cuerpo delgado de piel clara, fina y suave, ¡yo sabía que era pecado espiarla!, pero no podía dejar de hacerlo. 

Cuando regresaba de las caminatas que tenía con ella, en una banca de madera nos sentábamos y con mi libreta en mano la dibujaba con detalle. En la noche, ya en mi cama, pasaba horas en hacer cientos de dibujos, a carboncillo y colores hasta terminar de llenar la libreta; llegó a un punto que me gustó tanto aquella niña, que soñaba eróticamente con ella.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 03.02.2021

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